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Archive for July, 2022

Tanto el justo que sufre como el asesino que alardea hablan de la ausencia de Dios.

El primero emplea un signo de interrogación, el segundo un signo de exclamación. Así determinan su propio destino.

El décimo salmo irrumpe en el lector con una de las clásicas y dolorosas preguntas del salterio:

¿Por qué, oh Señor, te mantienes alejado,
y te escondes en tiempos de tribulación? 

Salmo 10: 1-2 (LBLA)

Cuando el justo que sufre se refiere al ocultamiento de Dios, sabe que algo está mal y suplica que se arregle.

Por el contrario, el que turba a los pobres afirma la ausencia de Dios como el conveniente status quo.

Se agazapa, se encoge,
y los desdichados caen en sus garras.
Dice en su corazón: Dios se ha olvidado;
ha escondido su rostro; nunca verá nada. 

Salmo 10: 10-11 (LBLA)

Los justos se lamentan del ocultamiento de Dios. Los malvados lo toman como su escenario y dan saltos y se fanfarronean sobre él.

Los salmos saben que la ausencia de YHVH no es la última palabra, incluso cuando suplican que el vacío sea llenado por su brazo levantado. Los malvados imaginan que -ya que ningún gobernador justo vigila o se preocupa- todo es posible.

El justo ora para que haya solución. El malvado espera su continuidad.

El mundo pende de una oración.

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La famosa pregunta retórica del octavo salmo está muy mal interpretada: 

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides?

Salmo 8:3–4 (LBLA)

Con demasiada frecuencia se piensa que el ser humano es demasiado insignificante y patético para merecer tal atención divina. En realidad, el contexto sugiere todo lo contrario: hay una gloria intrínseca -aunque velada- en los seres humanos que atrae la mirada de YHVH:

¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares.

Al lado de las enormes dimensiones de la luna y las estrellas, los humanos son criaturas visiblemente pequeñas. Uno no esperaría que YHVH los encontrara fascinantes y dignos de su cuidado. Sin embargo, a pesar de su humilde aspecto, leemos que YHVH los tiene en cuenta, se preocupa por ellos y los ha exaltado por encima del resto de la creación.

Esta fascinación divina por aquellos que los espectadores podrían considerar marginales aparece también en el libro de Isaías.

En un capítulo que está saturado de palabras clave isaiánicas tanto para la exaltación como para la humillación, aprendemos que YHVH reside en los extremos paradójicos de su universo:

Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos.

Isaías 57:15 (LBLA)

La primera traducción de la Biblia hebrea considera escandalosa esta elección de moradas para una deidad elevada y santa como YHVH. El traductor de la Septuaginta, encargado de la inquietante tarea de traducir al griego una obra hebrea de la literatura sagrada tan audaz, se encarga de disimular tranquilamente la conmoción:

Esto dice el Altísimo en alturas, habitando el siglo, Santo en santo, su nombre; Altísimo, en santos reposando; y a pusilánimes dando longanimidad, y dando vida a los del corazón quebrantados.

(LXX Isaías 57:15)[1]

El espíritu generoso de YHVH permanece intacto en la obra de este traductor, pero ciertamente no comparte ni el techo ni el suelo manchado de lágrimas con los objetos de su caridad. El escándalo, tal como lo percibió el traductor de la Septuaginta, arroja una luz sobre la notable insistencia en la Biblia hebrea de que YHVH habita con los quebrantados.

Por otra parte, cerca del final del largo libro llamado Isaías, encontramos la fascinación de YHVH localizada una vez más donde menos podríamos esperar vislumbrarla:

Así dice el Señor: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podríais edificarme? ¿Dónde está el lugar de mi reposo? Todo esto lo hizo mi mano, y así todas estas cosas llegaron a ser —declara el Señor. Pero a este miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra. 

Isaías 66:1–2 (LBLA)

El pasaje posee una estructura retórica similar a los otros dos que he citado. Primero presenta algo grandioso que podría suponerse que representa el objeto preferido de la atención del Señor (el sol, la luna, las moradas altas y santas, el trono y el templo jerosolimitano), y luego afirma que en realidad se preocupa más por algo o alguien que podríamos considerar un detalle marginal -incluso una mancha- de su creación. En todos los casos, YHVH o su portavoz bíblico informan que el Señor se siente más fascinado, más atraído por los seres humanos humildes y/o humillados.

La gloria del complemento-esas luces celestiales, ese alto palacio, ese inmenso trono- no se descarta como algo menos que hermoso o impresionante. Pero juega un papel claramente secundario con respecto a los hijos humanos de YHVH en todas sus dificultades rotas, humildes y penitentes.

Qué consuelo, esto, para lectores como éste, que no somos ajenos al espíritu abatido, a corazones temblando ante su palabra.


[1] Traducción tomada de https://www.bibliatodo.com/la-biblia/Version-septuaginta/isaias-57

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En estos días posmodernos, en los que se supone que cada palabra y cada acto debe ocultar un acto de poder, la Biblia y aquellos que se expresan en sus páginas son frecuentemanete acusados de impulsos totalitarios. La acusación, tras una cuidadosa revisión, casi siempre es vacía.

Sin embargo, el espíritu de nuestra época está familiarizado con el poder y al mismo tiempo demasiado distraído para los matices, capas y texturas. Aceptar esto hace que una persona busque explicaciones simplistas y teorías bien planteadas que, a su manera, son intentos de acorralar a todos los demás en el corral que uno conoce mejor. El totalismo, aunque no se admita, es rico en ironía.

La última línea del salterio bíblico, vista con una confianza en sí misma simplista, se destaca como un ejemplo de los impulsos totalitarios.

  • Todo lo que respira convoca a la alabanza. ¿Pero por qué no a un análisis crítico?                  
  • Todo lo que respira convoca a alabar a YHWH. ¿Pero por qué no alabar al espíritu humano o a alguna otra deidad o al universo o, digamos, a la belleza                                                   
  • Todo lo que respira se convierte en objeto de una orden inquebrantable, presuntamente inclusiva. ¿Pero quién es esta antigua, bíblica y posiblemente voz patriarcal para señorear su presunta autoridad sobre nosotros, para decirme lo que yo debo hacer?

El salmo no aborda estas preocupaciones:

Todo lo que respira alabe al Señor.
¡Aleluya!

Psalm 150:6 (LBLA)

Uno encuentra que el verso final del salterio es ordinario sólo si uno se ha familiarizado demasiado con los salmos mismos. Los críticos postmodernos tienen razón, después de todo, en señalar la extraordinaria audacia de su sentimiento. Efectivamente es totalista. La naturaleza muy exhortativa y vocativa de su lenguaje implica que convoca a las personas y a las criaturas a hacer algo que de otra manera no harían, a participar en la doxología de la que podrían haber elegido abstenerse.

En la trayectoria bíblica de la historia y la esperanza, es un hecho obstinado que los ritmos bíblicos no se fusionarán finalmente en sus suaves y astutos sonidos finales hasta que todo aplaudan, hasta que todos los dedos de los pies golpeen el suelo. Hay, en este deseo esperanzador de toda la creación, bastante espacio para la síncopa pero ninguno para la arritmia y menos aún para el silencio inerte.

Sin embargo, este innegable impulso bíblico totalista no es un mero ejercicio de poder o voluntad para una imposición violenta. Representa más bien un encuentro divino con la obra de las manos de YHVH que, mediante los movimientos de una combinación irrefrenable de fuerza y belleza, logrará finalmente un resultado donde todo lo que respira alaba al Señor.

Los que alaban a YHVH ya entienden esto, aunque nos cuesta articular la voluntad de nuestra participación. Aquellos que aún no lo entienden, lo entenderán algún día. Desde ahora en adelante, el cálculo falla mientras uno lucha por esperar que sus voces llenas de aliento se eleven para alabar con el pleno respaldo del corazón. Sin embargo, la trayectoria bíblica habla también de la tristeza, de la trágica realidad de que algunos alientos se serenarán, de hecho se calmarán, al descubrir que no pueden alabar a YHVH.

¿Puede esto, también, ser visto como una consecuencia del amor santo en lugar de un crudo y egoísta poder por parte de la deidad a quien llama Creador, Redentor, Sustentador?

Puede ser, si uno se une a la línea de la historia del drama bíblico, si uno lo lee como propio y confía en su insistencia de que la mano que guía sus giros se mueve al impulso de la bondad profundamente misteriosa.

No puede ser, si toda expresión articula la fuerza vacía, despojada de amor, de longanimidad, de paciencia, de costosa redención, del mismo aliento de Dios.

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La Biblia es insistente en cuanto a la situación humana.

Y la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal. Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales. Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto. 

Génesis 3:4–8 (LBLA)

¿Cómo dejamos de estar extraviados?

¿Cómo superamos nuestras dudas agnósticas, cómo nos abrimos paso a través del atolladero de lo que autojustificadamente llamamos “las pruebas” hasta llegar a una conclusión defendible?

¿Cómo evaluamos este permanente sentimiento de culpa contra alguien que no podemos ver?

¿Cómo decidimos si estamos, finalmente, solos? ¿O no?

Y el Señor Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás? 

Génesis 3:9 (LBLA)

La historia bíblica de los orígenes humanos hace que el creador busque a los primeros humanos en su peor momento.

Siempre ha sido así, y somos afortunados por ello.

En ausencia de un creador que -así se nos dice- nos persigue y nos ama a pesar de todo, estamos perdidos. Estamos en una situación de incertidumbre. No podemos saber si la soledad que sentimos es real, o sólo el producto de mentes mal equipadas para la dureza de la vida.

Estar perdido aquí es más que un sentimiento, y la selva es inmensa.

Pero ¡espera! Escucho a alguien…

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La serpiente figura en la historia paradigmática de los orígenes humanos como la primera cínica de la Biblia. Tiene fuertes ideas sobre la naturaleza arbitraria de los decretos de Dios y el motivo egoísta que hay detrás de ellos:

Y la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal.  

Génesis 3: 4-5 (LBLA)

La serpiente tiene algunos datos convenientes con los que trabajar. De hecho, Dios no da una razón para su inesperado cercado de un solo árbol cuando ya ha entregado todo el rancho a la primera pareja. Parece muy poco razonable y, ciertamente, asimétrico. Es el tipo de cosas que levantan sospechas.

La serpiente tiene muchas de esas. Sabe, al parecer, más de lo que dicen las meras apariencias. Sabe el beneficio que obtendrán los ojos humanos si no caen en la interesada farsa de Dios.

A medida que avanza la historia, los ojos se abren efectivamente. El resultado es muy diferente del que anticipan las expectativas cínicas:

Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió.Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos.

Génesis 3: 6-7a (LBLA)

El cinismo es demasiado fácil para ser muy bueno en el mundo real, donde los hechos y los motivos son cosas mezcladas, sólidas, impermeables a la explicación simple y totalitaria. El cinismo se protege de la decepción a costa de participar en todo lo que es verdaderamente bueno.

La serpiente le dijo a la primera pareja que podía saber en su totalidad lo que Dios estaba tramando y que podía estar segura de que no era algo bueno para ellos. Se equivocó en ambas cosas.

A veces, quiere hacernos intuir el escritor, la obra de Dios es simplemente eso: La obra de Dios, reservada a su atención, separada de la nuestra. Sospechar lo peor en esos momentos merece varias etiquetas. Entre ellas: cinismo, paranoia, tragedia.

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La primera historia de la Biblia, tal y como se encuentra en los primeros capítulos del libro del Génesis, es posiblemente la explicación más flexible y satisfactoria de la experiencia humana jamás escrita.

Uno de los aspectos de esta historia paradigmática tiene que ver con el asunto de la guardia (hebreo שמר).

En el segundo de los dos paneles de la historia de la creación se ve a “YHVH Elohim” (comúnmente en español, “el Señor Dios”) plantando un jardín en el este e instalando allí al hombre. Aunque el texto habla aquí sólo del hombre, el encargo conjunto del hombre y la mujer en el primer capítulo y la unión orgánica y relacional del hombre y la mujer posteriormente en el segundo panel proporcionan un contexto más inclusivo. Es significativo que ha-adam (האדם, comúnmente en español ‘Adán’ o el hombre) sugiere ‘humanidad’ y está vinculado en el texto a ha-adamah (האדמה), que significa la tierra. Cuando YHvH Elohim coloca al hombre en el jardín, éste es asignado a ese lugar con un doble propósito: servirlo y guardarlo. Algunos lectores, no sin razón, disciernen resonancias sacerdotales en esta asignación y relacionan el jardín y el templo como características casi intercambiables del espacio vital de YHVH en la tierra. Traducciones más directas -aunque no exactamente prosaicas- eligen palabras como labrar y guardar.

Y plantó el Señor Dios un huerto hacia el oriente, en Edén; y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer; asimismo, en medio del huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y del Edén salía un río para regar el huerto, y de allí se dividía y se convertía en otros cuatro ríos. El nombre del primero es Pisón; este es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro. El oro de aquella tierra es bueno; allí hay bedelio y ónice. Y el nombre del segundo río es Gihón; este es el que rodea la tierra de Cus. Y el nombre del tercer río es Tigris; este es el que corre al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates.Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. 

Génesis 2:8–15 (LBLA)

Famosamente, la primera pareja fracasa en esta tarea. La aparición de una astuta serpiente invade la ecuanimidad del jardín con engañosa astucia, fracturando así la red relacional que podría haberlo desarrollado como un paraíso. Es plausible suponer que la pareja poseía tanto la autoridad como los medios para guardar o proteger el jardín de la presencia usurpadora. Lamentablemente, no lo hicieron. En consecuencia, el hombre y la mujer se encuentran exiliados no sólo el uno del otro, sino también del propio jardín. Al igual que sus eventuales sucesores israelitas, la comunidad se divide y el pueblo es expulsado a un lugar errante que se encuentra al este de la tierra que les había sido prometida. 

Entonces el Señor Dios dijo: He aquí, el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal; cuidado ahora no vaya a extender su mano y tomar también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre. Y el Señor Dios lo echó del huerto del Edén, para que labrara la tierra de la cual fue tomado. Expulsó, pues, al hombre; y al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones, para guardar el camino del árbol de la vida. 

Génesis 3:22–24 (LBLA)

La humanidad, en las personas de sus progenitores, se encuentra a sí misma como objeto y no como sujeto de guardia. En lo que respecta al acceso y cuidado del espacio vital de YHVH, ya no son los guardianes sino los intrusos. Además, el papel de guardianes ya no aparece en su relación con el lugar. Ahora simplemente lo sirven o lo labran. Se han convertido, en cierto sentido, en el enemigo, aunque revestido y vigilado por YHVH en un arreglo que se ha vuelto decididamente distante. Sin embargo, incluso al este del Edén, la dignidad del encargo de la humanidad no se ha perdido del todo. Después de que uno de los hijos de la pareja (Caín, lanza) asesina a otro (Abel, un vapor) en un ataque de celos relacionado con el acceso ahora mediado a su Hacedor, YHVH cuestiona el fratricidio.

Y Caín dijo a su hermano Abel: vayamos al campo. Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano? 

Génesis 4:8–9

Con un pathos trágico, el hijo de una pareja condenada por su ilícita adquisición de conocimientos profesa la ignorancia sobre el hecho más básico de la comunidad: el paradero de uno de los suyos. Es más, rechaza el propósito mismo de su raza. Prácticamente se deshumaniza en el acto, Caín escupe palabras condenatorias en la cara de su Creador: “¡No seré el guardián de mi hermano!”.

Cain opta por una amarga soledad. Su sombra cae con fuerza sobre nosotros.

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Los 150 salmos bíblicos emergen con una explosión. Los fuegos artificiales de la doxología crecen con fuerza justo antes de que recojamos nuestras sillas de jardín y nos dirijamos a nuestros automóviles. El penúltimo salmo insta a los fieles a poblar los espacios públicos de Israel con el tipo de gritos, bailes y bombos musicales que vigorizan a un pueblo y hacen que YHVH mire a los suyos con una sonrisa de satisfacción:

¡Aleluya!
Cantad al Señor un cántico nuevo:
su alabanza en la congregación de los santos.
Alégrese Israel en su Creador;
regocíjense los hijos de Sión en su Rey.
Alaben su nombre con danza;
cántenle alabanza con pandero y lira.
Porque el Señor se deleita en su pueblo;
adornará de salvación a los afligidos. 

Salmo 149: 1-4 (LBLA)

Sin embargo, en un toque exquisito, la ruidosa gratitud de Israel se desborda también en la soledad, donde normalmente prevalece la tranquilidad. 

Regocíjense de gloria los santos;
canten con gozo sobre sus camas.

Tal vez la alabanza llegue a su momento más genuino cuando resuena más allá de la hora de cierre. De vuelta a casa, con las cortinas corridas para la noche, la cafetera preparada para la mañana, el perro en su cama, los piadosos en pijama encuentran una última razón al final del día para cantar mientras las luces se apagan. Incluso cuando nadie está mirando, esta pareja agradecida, ese anciano que se arropa a sí mismo, no puede dejar de cantar.

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El dialecto de la bendición se acelera rápidamente hasta alcanzar su ritmo pleno. Dado que el hablante sólo tiene en mente cosas buenas, ninguna resistencia atormenta la lengua. Ninguna de las angustias ordinarias de la vida agobia a la mente mientras hila lo que desea para aquellos sobre los que recae el deseo de su corazón.

La bendición, se deduce, consiste en dos piezas críticas: primero, el deseo de bien sólo y en todo lugar para aquel a quien el bendecidor ama. Y en segundo lugar, la voluntad de hacer todo lo posible para que esos buenos deseos se hagan realidad en la vida del bendecido.

La fórmula experimenta cierta tensión cuando uno nos bendice, es decir, cuando vuelvo mis ojos no hacia algún otro muy presente cuyos ojos se encuentran con los míos, sino cuando deseo que todas las cosas sean buenas en la vida de mi pueblo y -inevitablemente en la lógica de las cosas- para nuestro pueblo.

El Salmo 144 ofrece una versión conmovedora:

Sean nuestros hijos en su juventud como plantíos florecientes,
y nuestras hijas como columnas de esquinas labradas como las de un palacio.
Estén llenos nuestros graneros, suministrando toda clase de sustento,
y nuestros rebaños produzcan miles y diez miles en nuestros campos[f].
Esté cargado nuestro ganado, sin fracasos y sin pérdida,
y no haya gritos en nuestras calles.
Bienaventurado el pueblo a quien así le sucede;
bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor. 

Salmo 144:12–15 (LBLA)

La bendición cae sobre los niños y las niñas que pronto serán nuestros hombres y nuestras mujeres, sobre el grano de nuestro campo, las bestias de nuestros graneros, el vecino cuyos pasos caen incluso ahora frente a mi puerta en las primeras horas de la oscuridad, la tribu y la nación que viven bajo el buen sol y la empapada lluvia de YHVH.

Si la parte representa el todo -un corto poema está destinado a emplear tal abreviatura- el corazón del poeta se desborda con el deseo de que todas las cosas, en todas partes y en todo momento, sean buenas en este pueblo cuya suerte comparto, que me dio este idioma y esta apariencia, y que me atrae como por una fuerza magnética de vuelta al lugar que es exclusivamente suyo.

Exclusivamente nuestro.

Es posible que estas palabras se enfrenten a las circunstancias del Otro. Posible, pero no necesario.

No es inaudito que el afecto por el propio pueblo se pierda, que su color se blanquee por mil desengaños y por el desprecio a lo familiar. Escuchado, pero no incurable.

¿Cuál sería la suerte de nuestro pueblo -para ellos mismos, para nosotros y para la nación de enfrente- si saliéramos por la puerta de cada mañana con palabras como éstas murmuradas con satisfacción, con anhelo, en labios descansados y diligentes?

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La noche tiembla con una ambigüedad específica.

Es el momento de la oscuridad, pero una vela brilla más por causa de ello. Los terrores de la oscuridad acechan más letalmente en la noche, pero la iglesia y el templo duplican su bienvenida a los que se reúnen entonces.

La noche, como un desierto, parece un vacío mortal. Sin embargo, al igual que para los que buscan pacientemente los misterios del desierto, la noche ofrece miles de fascinaciones al ojo que se acomoda a los matices más extraños de la noche.

La noche, ya sea para los que permanecen a las órdenes durante su larga extensión o para los que se reúnen para adorarla en sus horas sin prisa, es un momento para bendecir a Aquel que hizo tanto la noche como el día, y que luego los remodela ante nuestros ojos asombrados con cada giro del globo terráqueo.

He aquí, bendecid al Señor todos los siervos del Señor, los que servís por la noche en la casa del Señor.
Alzad vuestras manos al santuario y bendecid al Señor.
Desde Sión te bendiga el Señor, que hizo los cielos y la tierra. 

Salmo 134:1-3 (LBLA)

La noche es un tiempo para bendecir y un tiempo para recibir la bendición de YHVH.

La noche no es simplemente la Nada que sus apresurados desestimadores, intoxicados por el resplandor del día, pretenden que sea.

La noche acaricia su propio resplandor, su brillo, su bendición.

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Un vínculo especial une a los que trabajan de noche. Son pocos los que se ofrecen a depositar sus energías en el lado oscuro del ciclo diurno. Por lo general, consideraciones extrañas lo han hecho necesario, con frecuencia desagradables. El mundo se ve diferente desde el ángulo del trabajo nocturno. Las personas que lo han visto lo comprenden y pasan a formar parte de una tribu poco vinculada, definida por el viaje nocturno compartido por sus miembros.

Un salmo se dirige a aquellos cuya tarea en el templo les hace despertar para cumplir con sus deberes nocturnos mientras otros se retiran. Es un salmo breve y con buenos deseos.

He aquí, bendecid al Señor todos los siervos del Señor, los que servís por la noche en la casa del Señor.
Alzad vuestras manos al santuario y bendecid al Señor. 
Desde Sión te bendiga el Señor, que hizo los cielos y la tierra.

Salmo 134:1–3 (LBLA)

Uno piensa en el asistente nocturno rompiendo la monotonía al pronunciar estas palabras en voz baja desde las sombras. Levanta su mano hacia el lugar más sagrado. Desde su soledad bendice al Señor. Nadie lo sabe, salvo el Dios invisible que recibe la bendición y, las mayoría de las veces, la devuelve en gracia.

También los que trabajan en la noche oscura del alma se reconocen. Desde su sombra, levantan una mano hacia un lugar sagrado. En silencio, sus labios forman su bendición, moldeada por la oscuridad, pronunciada en voz baja como corresponde a la noche y a sus sonidos que llegan lejos.

Que también regrese de Sión, acelerada a su destino por el hacedor del cielo y la tierra. Que descanse suavemente sobre el hombro del que está alerta en su rincón mientras otros duermen, sin saberlo.

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