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Archive for March, 2020

La peculiaridad generativa del Salmo 23 radica en su negativa a comprometer la amenaza.

El valle de la profunda oscuridad (tradicionalmente conocido como, “el valle de la sombra de la muerte”) y los enemigos que lo rodean permanecen intactos. No se subestima su capacidad destructiva ni se desautoriza la siniestra intención de los enemigos. Simplemente se les deja, en la poética del salmo, ser lo que realmente son.

Esta es sin duda una explicación parcial para el evocación inmediata y duradera del salmo, ya que nuestra propia experiencia presenta más a menudo el desafío de sobrevivir en medio del peligro que de la liberación dramática de las circunstancias que no están hechas ante nuestros ojos.

Sin embargo, el salmo no es tímido.

El vigor que nos cultiva está en una de sus más exquisitas declaraciones.

Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos. (Salmo 23:5 LBLA)

El banquete del salmista es contradictorio. Es solitario, arriesgado y festivo.

No se menciona la compañía de amigos y familiares, de hecho, la singularidad de la experiencia del salmista es implacable hasta el detalle de que la mesa está preparada para mí. Es una mesa preparada en presencia de sus enemigos. Aunque no están invitados, tampoco están distantes. Finalmente, el poeta se sienta no a un austero picnic sino a la abundancia que es signo de una imagen bien embadurnada y un vino que se desborda.

El salmo ofende todas las expectativas ordinarias, creando para el poeta y sus lectores un espacio donde el peligro y la alegría cohabitan. La amenaza no se suprime, sino que se relega decididamente a las sombras para que un corazón solitario pueda regocijarse con el cuidado de YHWH mientras ningún amigo está cerca.

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En los Salmos, así como en la vida, el enemigo está a menudo escondido y es un maquinador implacablemente. Aquí como en tantas otras observaciones, el libro de los Salmos muestra su característico realismo.

Somos más sentimentales y románticos con nuestros adversarios, al menos en los momentos en que podemos admitir su existencia. Nos va más o menos bien con el mal, pues es abstracto y remoto. Pero nos resistimos a la noción de gente malvada. Son muy concretos para nuestra estética postmoderna, en donde todos se mueven en la misma línea moral y casi cualquier acción se tolera si encontramos el ángulo correcto para entender sus causas.

El Salmo 21, aparte de un contexto bíblico más amplio que restringe radicalmente la autoridad del rey, podría ser visto como un fragmento de tiranía, una tosca porción ideológica que enmarca todo lo que el rey quiere a manera la voluntad y el camino de Dios. Pero ese contexto más amplio obstinadamente existe, por ejemplo, en la exhortación del Salmo 146 de no “poner tu confianza en los príncipes, en los mortales, en aquellos en los que no hay salvación”.

Algo fuerte, pero no tosco, está pasando aquí. El salmista ora para que su rey pueda ver a través de los siniestros designios de sus, y por lo tanto de nuestros, adversarios.

Hallará tu mano a todos tus enemigos;

tu diestra hallará a aquellos que te odian.

Aunque intentaron el mal contra ti,

y fraguaron una conspiración,

no prevalecerán. (Salmo 21:8, 11 LBLA)

Hace sólo una generación atrás, todo el mundo sabía que la gente y los pueblos tenían enemigos reales. Tal vez el avance relámpago de las últimas dos décadas nos ha hecho avanzar más allá de la sabiduría común de la historia humana y hacia un alumbramiento moral. O quizás hemos perdido el gusto por la realidad, con sus inconvenientes insistentes.

En los rincones más sórdidos y brutales de la humanidad, donde el giro de los acontecimientos no permite ningún lujo para excusar el mal y mucho menos a las personas malvadas, es algo común orar para que nuestros enemigos sean descubiertos antes de que se lleven a nuestro hijo o al de nuestro vecino. La conspiración y la maquinación no parecen proyecciones ilusorias cuando el carro bomba de la semana pasada fue colocado precisamente donde nuestras mujeres compran sus verduras los martes por la mañana.

Esos rincones oscuros pueden ser donde  nosotros vivamos algún día, Dios no lo quiera. Si es así, la oración de Israel para que la mano derecha de su rey encuentre a tiempo a sus enemigos saldrá de forma más natural de nuestros, alguna vez refinados, labios.

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La espiritualidad bíblica comprende esa crisis extrema del cuerpo y del alma, dentro de la cual el ser humano se encuentra aterrorizado, angustiado, y deshecho en la presencia de YHWH. A veces, la calamidad del alma experimenta el silencio acusador de YHWH como su única e impía comunicación:

Señor, no me reprendas en tu ira,

ni me castigues en tu furor.

Ten piedad de mí, Señor, pues languidezco;

sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen.

Mi alma también está muy angustiada;

y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? (Salmo 6:1-3 LBLA)

El vigor audaz y desafiante del miedo nos llega en dichas oraciones. Ellas proporcionan palabras para ese momento cuando pocos parecen capaces de asumir la angustia que parece suficiente para matarnos, pero en vez de eso escoge la determinación menos soportable para prolongar nuestro sufrimiento mientras los cielos permanecen en silencio.

Tampoco el placer catártico eleva el valor de esta pena, porque no hay ninguna. Sólo existe, así les parece a los que la conocen, la enfermadad degenerativa del alma que no tiene fin:

Cansado estoy de mis gemidos;

todas las noches inundo de llanto mi lecho,

con mis lágrimas riego mi cama.

Se consumen de sufrir mis ojos;

han envejecido a causa de todos mis adversarios. (Salmo 6:6-7 LBLA)

Hay un giro, incluso en una oración llena de frustración como esta, hacia la confianza de que YHWH es, de hecho, mejor de lo que parece, una esperanza de que responderá incluso después de su muro de indiferencia divina. Sin embargo, parece un último intento arrojarse a la esperanza porque la alternativa es más desagradable para ser soportada que una declaración de fe llena de emociones.

El Señor ha escuchado mi súplica;

el Señor recibe mi oración.

Todos mis enemigos serán avergonzados y se turbarán en gran manera;

se volverán, y de repente serán avergonzados. (Salmo 6:9-10 LBLA)

El lector que se apresura demasiado a la confianza que se esconde en esta conclusión lee incorrectamente. Más aun los amigos de los que sufren y que sólo pueden orar así, ofenden además a la espiritualidad bíblica cuando insisten que el que sufre debe soltar solamente palabras de esperanza.

Esta oración debe ser leída y vivida lentamente. Requiere un énfasis constante en la necesidad de escuchar sus palabras incluso en aquellas líneas donde parece que sólo un supuesto interlocutor tiene ganas de hablar en este presunto diálogo, cuando parece que YHWH no tiene lo suficiente para unírsele.

Sólo después de eso se puede hablar dignamente de la confianza en YHWH quien—Dios sea alabado—escucha y actúa. Antes de eso es un mero halago divino.

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