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Archive for March, 2022

La potencia de la desesperación reside en parte en la pretensión de permanencia. Cuando estamos atrapados en la garra mortal de la tristeza, creemos que esto es todo lo que conoceremos. La promesa del amanecer parece impensable.

¿Por qué te abates, alma mía,
y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez.
¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios! 

Salmo 43:5 (LBLA)

Hay una realidad más concreta que la desesperación, más fiable y cercana al núcleo de lo verdadero. La desesperación nubla nuestra visión de ella, es más, la hace parecer un espejismo, una burla, una seducción atormentadora que no merece el tiempo que requeriría tomarle la medida.

El salmista lucha por conseguir la distancia literaria y existencial con su propia emoción que le permita dirigirse a su alma como si fuera otra. La interroga, que es lo que se debe hacer en el momento insostenible de la distancia y la conversación con un ser personificado que es realmente uno mismo.

¿Por qué te abates? y ¿por qué te turbas dentro de mí?

Perdemos el hilo si imaginamos en nuestra ingenuidad que la pregunta del poeta es retrospectiva. Ya nos ha dado muchas explicaciones sobre el motivo de su malestar. Su autocuestionamiento apunta más bien a una dirección prospectiva. Sabe más que su alma personificada que su estado depresivo no es su destino. Envalentonado por el recuerdo de Uno que es externo a la vorágine de la tristeza, se recuerda a sí mismo que debe esperar en ese Dios.

Entonces estas sílabas que rescatan el alma:

He de alabarle otra vez.

La desesperación no es el destino. Puede ser un ataque, una vacilación, incluso un pecado inconfesable. Pero, como la mayoría de nuestros otros destructores, es un tigre de papel. Pierde el equilibrio en un grado crítico pero casi imperceptible cuando decimos en voz alta en su presencia que no siempre estaremos tan atados por su malicia como lo estamos ahora, aquí mismo.

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En el contexto bíblico, el amor a Dios está lejos de ser un sentimentalismo. Uno se apega a YHVH, lo adora, encuentra su propia historia como un subconjunto del compromiso aventurero de YHVH con el mundo por razones que sólo están remotamente relacionadas con el sentimiento y lo que en algunos círculos podría llamarse ardor religioso.

Estas cosas tienen su lugar. De manera memorable, el prototípico rey David danza semidesnudo alrededor del principal mobiliario de YHVH mientras hace su recorrido hacia el lugar de Sión al que un día parece haber pertenecido siempre. Cuando se le critica por su falta de decoro, David responde que ‘se volverá aún más indigno que esto’. Sin embargo, lo que importa en el relato bíblico no es la fuerza de los afectos religiosos. Están bien cuando responden con precisión a la obra de YHVH en su mundo. Pero están lejos de ser una causa.

Por el contrario, Israel aprendió a amar a YHVH -de hecho, la mayoría de las reconstrucciones de su historia dirían que primero amó a YHVH- porque los había liberado del punto fijo inamovible de la esclavitud imperial. La fe de Israel es una promesa de lealtad a una deidad que interviene personal y repetidamente en los asuntos para crear libertad a partir de la servidumbre, para abrir espacios estrechos y llevar a los hijos e hijas a espacios amplios.

Resulta que YHVH es, ante todo, un dios que practica la justicia liberadora, una y otra vez. Incluso YHVH-como Creador -el tema brillante que subyace en los venerados pasajes del Génesis, los Salmos y el libro de Isaías- suele verse como una reflexión tardía sobre los extremos cósmicos de las proezas de YHVH. Un pueblo lo suficientemente innovador o despistado como para desafiar el cerrojo del mito cananeo de la naturaleza cíclica, al reubicar aspectos de la adoración que surgen de éste en los actos salvadores de YHVH en el tiempo y el espacio, no es un pueblo nacido en los cuentos de la creación. Éstos llegaron, probable y bellamente, en una etapa posterior.

El credo, por así decirlo, de la fe bíblica, comienza con la peculiar insistencia de YHVH en hacer cosas justas. El salmo noventa y nueve llega a nombrarlo ‘el que ama la justicia’:

Rey poderoso, que amas la justicia:
tú has establecido la equidad
y has actuado en Jacob con justicia y rectitud. (Salmo 99:4 NVI)

Salmo 99:4 (NVI)

No se trata de imágenes religiosas sueltas que fluyen por el camino de la menor resistencia, inventando palabras cantables con sólo un mínimo de reflexión que las mantiene en su sitio mientras suena la música.

Se trata de una insistencia arraigada, madura y decidida de que YHVH está involucrado en el mundo que nos hace, deshace, destruye o perfecciona, y que, por así decirlo, cuando se arremanga en este lugar nuestro, camina del lado de los ángeles.

El salmo hace dos afirmaciones audaces. En primer lugar, que YHVH ama la justicia. A pesar del innegable realismo del pacto de términos como amor y odio, es probable que el salmo imagine también aquí un poco de ardor desenfrenado. Uno no suelta frases como ‘el que ama la justicia’ en un tribunal o en lenguaje jurídico.

En segundo lugar, el salmo prácticamente nos invita a contar con que YHVH actuará así en el futuro. Este amor no es una aventura pasajera. Es tan centrado a la personalidad divina como se puede.

Vivir en un mundo en el que se puede hablar del “rey poderoso” como ‘el que ama la justicia’, con todas sus implicaciones pasadas, presentes y futuras, es un tipo peculiar de aventura. Tal vez, en el lenguaje del entusiasmo, no lo cambie todo. Sin embargo, bajo esa luz todo empieza a cambiar.

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La adoración es una forma cristalizada de proximidad a YHVH. La alegría y la plenitud que sentimos en la adoración no demeritan una experiencia similar en otros lugares, pues la “liturgia” es integral sin hegemonía, inclusive sin instintos erradicadores. El abrazo de la adoración cobija a los que reúne, pero allí no se pierde a nadie ni se niega a ninguno.

Aunque la adoración es una versión intensificada de la vida más amplia vivida ante YHWH, es un momento distinto. No hay otro que sea igual.

La adoración es bastante paradójica, pues aunque YHVH “llena el cielo y la tierra”, como nos recuerda el profeta Jeremías, vale la pena ir a su casa para encontrarlo, de manera que no se le puede conocer en ningún otro lugar.

Algunos tienen la suerte de quedarse en esa morada.

Aun el gorrión ha hallado casa,
Y la golondrina nido para sí donde poner sus polluelos:
¡Tus altares, oh Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío!
¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Continuamente te alaban. 

Salmo 84:3-4 (NBLA)

Entramos, salimos. Peregrinamos, volvemos a casa. Lloramos, gritamos, levantamos las manos, zapateamos, hacemos girar nuestro cuerpo como un trompo sin la vergüenza que sentiríamos al hacerlo en cualquier otro lugar, porque estar ante el altar de YHVH no se parece a nada más que conozcamos.

Sin embargo, es como todo, porque toda la vida vivida con propósito culmina en esto, en la doxología.

Podemos admirar al afortunado gorrión y a la golondrina, que crían y alimentan a sus polluelos en las vigas de la casa de YHVH, tan cerca que sus bebés podrían caer sobre su altar si se alejaran demasiado pronto de los límites que ella ha construido con amor para ellos. Sin embargo, no podemos quedarnos, como hace ella. Sólo podemos partir cuando llega la hora de volver a casa, la adoración está tan arraigada en nuestros corazones que vivimos anhelando nuestra próxima visita a este lugar, tan parecido al resto de nuestras vidas, tan distinto a todo, tan cercano a YHVH cuya invitación un día ya no hablará de aplazamiento.

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