La Biblia es insistente en cuanto a la situación humana.
Y la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal. Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales. Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto.
Génesis 3:4–8 (LBLA)
¿Cómo dejamos de estar extraviados?
¿Cómo superamos nuestras dudas agnósticas, cómo nos abrimos paso a través del atolladero de lo que autojustificadamente llamamos “las pruebas” hasta llegar a una conclusión defendible?
¿Cómo evaluamos este permanente sentimiento de culpa contra alguien que no podemos ver?
¿Cómo decidimos si estamos, finalmente, solos? ¿O no?
Y el Señor Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás?
Génesis 3:9 (LBLA)
La historia bíblica de los orígenes humanos hace que el creador busque a los primeros humanos en su peor momento.
Siempre ha sido así, y somos afortunados por ello.
En ausencia de un creador que -así se nos dice- nos persigue y nos ama a pesar de todo, estamos perdidos. Estamos en una situación de incertidumbre. No podemos saber si la soledad que sentimos es real, o sólo el producto de mentes mal equipadas para la dureza de la vida.
Estar perdido aquí es más que un sentimiento, y la selva es inmensa.
Pero ¡espera! Escucho a alguien…
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