En esta breve oración, el salmista ruega dos veces a Dios a actuar con mayor rapidez. Sabe que su propia extinción será el precio de la despreocupación divina:
Oh Dios, apresúrate a librarme;
Salmo 70:1 (LBLA)
apresúrate, oh Señor, a socorrerme.
Y otra vez dice:
Mas yo estoy afligido y necesitado;
Salmo 70:5 (LBLA)
oh Dios, ven pronto a mí.
Tú eres mi socorro y mi libertador;
Señor, no te tardes.
Mientras espera que Dios muestre un sentido de urgencia adecuado, el orador divide a la humanidad en ese simple dualismo que se imprime en la mente atormentada como la descripción más verdadera de sus vecinos. Exquisitamente, ambas partes están en una búsqueda. Una busca la vida del salmista. La otra persigue a Dios.
El arte capta aquí en breve lo que en otro género llena tomos de sociología y psicología, como debe ser. El salmista, enfrentado a su extinción, tiene poco tiempo para los detalles en los que se complace una ciencia más pausada. Al verse empujado hacia el precipicio, un reduccionismo urgente se ha convertido en su filosofía.
Para aquellos que ‘buscan mi vida’, desea vergüenza, confusión y deshonor. Son la antítesis de su estratagema de control:
Sean avergonzados y humillados
los que buscan mi vida;
sean vueltos atrás y cubiertos de ignominia
los que se complacen en mi mal.
En la bifurcación opuesta de su dualidad, él desea para los que buscan al Señor la más plena y feliz satisfacción:
Regocíjense y alégrense en ti todos los que te buscan;
que digan continuamente: ¡Engrandecido sea Dios!
los que aman tu salvación.
Múltiples ironías, como vigas de refuerzo que suben por las paredes de una estructura y se atan firmemente por encima del techo, dan estabilidad y fuerza a este pequeño poema. Entre ellas está la condición común del salmista y de los compañeros nombrados que buscan al Señor. Ambos presionan urgentemente a Dios para que actúe, como si despertarlo dependiera enteramente del volumen de su grito. La búsqueda y la prisa se convierten en un asalto compartido al presunto reposo del Señor.
Claramente no se trata de una declaración de fe apacible e intelectual del salmista. Sin embargo, es en gran medida el sentimiento de un hombre angustiado que no tiene otra alternativa si Dios no interrumpe su aparente demora. Magníficamente, los salmos nos dan estas palabras y nos instan a recitarlas a Dios en toda su parcialidad y limitación no cerrada. Estas palabras no son exhaustivas, pero son verdaderas y fiables hasta donde llegan -una distancia considerable-.
¡Apresúrate!