En estos días posmodernos, en los que se supone que cada palabra y cada acto debe ocultar un acto de poder, la Biblia y aquellos que se expresan en sus páginas son frecuentemanete acusados de impulsos totalitarios. La acusación, tras una cuidadosa revisión, casi siempre es vacía.
Sin embargo, el espíritu de nuestra época está familiarizado con el poder y al mismo tiempo demasiado distraído para los matices, capas y texturas. Aceptar esto hace que una persona busque explicaciones simplistas y teorías bien planteadas que, a su manera, son intentos de acorralar a todos los demás en el corral que uno conoce mejor. El totalismo, aunque no se admita, es rico en ironía.
La última línea del salterio bíblico, vista con una confianza en sí misma simplista, se destaca como un ejemplo de los impulsos totalitarios.
- Todo lo que respira convoca a la alabanza. ¿Pero por qué no a un análisis crítico?
- Todo lo que respira convoca a alabar a YHWH. ¿Pero por qué no alabar al espíritu humano o a alguna otra deidad o al universo o, digamos, a la belleza?
- Todo lo que respira se convierte en objeto de una orden inquebrantable, presuntamente inclusiva. ¿Pero quién es esta antigua, bíblica y posiblemente voz patriarcal para señorear su presunta autoridad sobre nosotros, para decirme lo que yo debo hacer?
El salmo no aborda estas preocupaciones:
Todo lo que respira alabe al Señor.
Psalm 150:6 (LBLA)
¡Aleluya!
Uno encuentra que el verso final del salterio es ordinario sólo si uno se ha familiarizado demasiado con los salmos mismos. Los críticos postmodernos tienen razón, después de todo, en señalar la extraordinaria audacia de su sentimiento. Efectivamente es totalista. La naturaleza muy exhortativa y vocativa de su lenguaje implica que convoca a las personas y a las criaturas a hacer algo que de otra manera no harían, a participar en la doxología de la que podrían haber elegido abstenerse.
En la trayectoria bíblica de la historia y la esperanza, es un hecho obstinado que los ritmos bíblicos no se fusionarán finalmente en sus suaves y astutos sonidos finales hasta que todo aplaudan, hasta que todos los dedos de los pies golpeen el suelo. Hay, en este deseo esperanzador de toda la creación, bastante espacio para la síncopa pero ninguno para la arritmia y menos aún para el silencio inerte.
Sin embargo, este innegable impulso bíblico totalista no es un mero ejercicio de poder o voluntad para una imposición violenta. Representa más bien un encuentro divino con la obra de las manos de YHVH que, mediante los movimientos de una combinación irrefrenable de fuerza y belleza, logrará finalmente un resultado donde todo lo que respira alaba al Señor.
Los que alaban a YHVH ya entienden esto, aunque nos cuesta articular la voluntad de nuestra participación. Aquellos que aún no lo entienden, lo entenderán algún día. Desde ahora en adelante, el cálculo falla mientras uno lucha por esperar que sus voces llenas de aliento se eleven para alabar con el pleno respaldo del corazón. Sin embargo, la trayectoria bíblica habla también de la tristeza, de la trágica realidad de que algunos alientos se serenarán, de hecho se calmarán, al descubrir que no pueden alabar a YHVH.
¿Puede esto, también, ser visto como una consecuencia del amor santo en lugar de un crudo y egoísta poder por parte de la deidad a quien llama Creador, Redentor, Sustentador?
Puede ser, si uno se une a la línea de la historia del drama bíblico, si uno lo lee como propio y confía en su insistencia de que la mano que guía sus giros se mueve al impulso de la bondad profundamente misteriosa.
No puede ser, si toda expresión articula la fuerza vacía, despojada de amor, de longanimidad, de paciencia, de costosa redención, del mismo aliento de Dios.