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Posts Tagged ‘Salmo 84’

La vida nos sitúa, con frecuencia, lejos de donde preferiríamos estar.

Esa distancia rebelde puede resentirse, resistirse, puede convertirse en la raíz de nuestra saliva más amarga. Otra posibilidad es abrazar el lugar lejano como una característica de nuestra vocación. Desde allí echamos las raíces que podamos, nos instruimos en el afecto por el lugar adoptivo, pero seguimos hablando de nuestro inquieto anhelo por la ciudad lejana que perdura como morada de nuestro corazón. Incluso llamamos hogar a ese lugar lejano.

Los salmos conocen esta arraigada nostalgia y se atreven a nombrarla. A menudo, Sión -una ciudad que los materiales bíblicos se atreven a comparar con el pecho de nuestra madre- es el lugar que nos llama, el destino deseado de nuestras migraciones. Los que más reclaman sus muros suelen precedernos en el lugar. Así lo dice el salmo ochenta y cuatro:

Aun el gorrión ha hallado casa,
Y la golondrina nido para sí donde poner sus polluelos:
¡Tus altares, oh Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío!
¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Continuamente te alaban. 

Salmo 84:3-4 (NBLA)

Este poema figura entre los más conmovedores de los salmos canónicos. Es imposible no citarlo en su totalidad:

¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Continuamente te alaban. (Selah)
¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en Ti,
En cuyo corazón están los caminos a Sión!
Pasando por el valle de Baca lo convierten en manantial,
También las lluvias tempranas lo cubren de bendiciones.
Van de poder en poder,
Cada uno de ellos comparece ante Dios en Sión.
¡Oh Señor, Dios de los ejércitos, oye mi oración;
Escucha, oh Dios de Jacob! (Selah)
Mira, oh Dios, escudo nuestro,
Y contempla el rostro de Tu ungido.
Porque mejor es un día en Tus atrios que mil fuera de ellos.
Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios
Que morar en las tiendas de impiedad.

 Salmo 84:4-10 (NBLA)

Sión es para este poeta el lugar del más profundo reposo de su corazón. De ella son las piedras sobre las que se eleva su sentimiento de pertenencia a un nivel sin precedentes, un torrente de pertenencia al que mira desde pasos lejanos como el momento más verdadero. Imagina a su comunidad cobrando fuerza a medida que avanza hacia ese lugar en su mapa mental, convirtiendo los valles llorosos en manantiales de agua pura por la mera y decidida determinación de la peregrinación.

El salmista pertenece a Sión y la ciudad a él. Allí comprende quién es y quién debe ser.

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La adoración es una forma cristalizada de proximidad a YHVH. La alegría y la plenitud que sentimos en la adoración no demeritan una experiencia similar en otros lugares, pues la “liturgia” es integral sin hegemonía, inclusive sin instintos erradicadores. El abrazo de la adoración cobija a los que reúne, pero allí no se pierde a nadie ni se niega a ninguno.

Aunque la adoración es una versión intensificada de la vida más amplia vivida ante YHWH, es un momento distinto. No hay otro que sea igual.

La adoración es bastante paradójica, pues aunque YHVH “llena el cielo y la tierra”, como nos recuerda el profeta Jeremías, vale la pena ir a su casa para encontrarlo, de manera que no se le puede conocer en ningún otro lugar.

Algunos tienen la suerte de quedarse en esa morada.

Aun el gorrión ha hallado casa,
Y la golondrina nido para sí donde poner sus polluelos:
¡Tus altares, oh Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío!
¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Continuamente te alaban. 

Salmo 84:3-4 (NBLA)

Entramos, salimos. Peregrinamos, volvemos a casa. Lloramos, gritamos, levantamos las manos, zapateamos, hacemos girar nuestro cuerpo como un trompo sin la vergüenza que sentiríamos al hacerlo en cualquier otro lugar, porque estar ante el altar de YHVH no se parece a nada más que conozcamos.

Sin embargo, es como todo, porque toda la vida vivida con propósito culmina en esto, en la doxología.

Podemos admirar al afortunado gorrión y a la golondrina, que crían y alimentan a sus polluelos en las vigas de la casa de YHVH, tan cerca que sus bebés podrían caer sobre su altar si se alejaran demasiado pronto de los límites que ella ha construido con amor para ellos. Sin embargo, no podemos quedarnos, como hace ella. Sólo podemos partir cuando llega la hora de volver a casa, la adoración está tan arraigada en nuestros corazones que vivimos anhelando nuestra próxima visita a este lugar, tan parecido al resto de nuestras vidas, tan distinto a todo, tan cercano a YHVH cuya invitación un día ya no hablará de aplazamiento.

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