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Un sermón pronunciado en el Servicio Religioso de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia

9 mayo 2024

David Allen Baer Potter

El bus que me lleva varias veces cada semana entre Robledo y San Cristóbal pasa una cantidad de mensajes pintados en rocas, en tablas y por doquier que dicen ‘¡Cristo viene pronto!’ Es una expresión bíblica o por lo menos un concepto que nace y que existe en la Biblia. Confieso que he aprendido a callar un poco el volumen del mensaje reiterado que me asalta en esos viajes en bus. Si no, es capaz de que uno apareciera a la puerta de nuestra iglesia en San Cristóbal en un estado de exaltación suficiente pa’ despertar los muertos. O tal vez en condiciones de pánico suficientes para justificar que los hermanos me hospitalicen.

Estoy seguro de que la fe del hermano que con su pintura y su brocha evangeliza los viajeros que pasamos por esos lares es genuina, sólida y más atrevida que la mía.

Pero estoy seguro de otro detalle a la vez: que la iglesia de Cristo es, como dicen, reformada y siempre reformándose. Como tal, los hijos e hijas de la iglesia tenemos la ineludible vocación de someter todo lo que creemos y todo lo que vivimos … y todo lo que pintamos al lado de la carretera … a la luz de la palabra de Dios.


Hoy pretendo hacer eso con la manera en que anticipamos el triunfo del amor divino en la historia y más allá.


Quiero plantear una pregunta: ¿En realidad podemos esperar?

Además, quiero leer dos pasajes de los profetas del Antiguo Testamento. Observaremos una marcada semejanza entre los dos:

Primero, Miqueas 4.1-4 (NBLH):

Y sucederá en los últimos días Que el monte de la casa del SEÑOR Será establecido como cabeza de los montes; Se elevará sobre las colinas, Y correrán a él los pueblos.

Vendrán muchas naciones y dirán: ‘Vengan y subamos al monte del SEÑOR, A la casa del Dios de Jacob, Para que Él nos instruya en Sus caminos, Y nosotros andemos en Sus sendas.’ Porque de Sion saldrá la ley (תורה, instrucción), Y de Jerusalén la palabra del SEÑOR.

 El juzgará entre muchos pueblos, Y enjuiciará a naciones poderosas y lejanas; Entonces forjarán sus espadas en rejas de arado Y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, Ni se adiestrarán más para la guerra. Cada uno se sentará bajo su parra Y bajo su higuera, Y no habrá quien los atemorice, Porque la boca del SEÑOR de los ejércitos ha hablado.

Y ahora nuestro segundo texto, Isaías 2.2-4 (NBLH). Consten que ya les advertí que escucharían mucha semejanza entre los dos textos:

Acontecerá en los postreros días, Que el monte de la casa del SEÑOR Será establecido como cabeza de los montes. Se alzará sobre los collados, Y confluirán a él todas las naciones.

Vendrán muchos pueblos, y dirán: ‘Vengan, subamos al monte del SEÑOR, A la casa del Dios de Jacob, Para que nos enseñe acerca de Sus caminos, Y andemos en Sus sendas.’ Porque de Sion saldrá la ley (תורה, instrucción), Y de Jerusalén la palabra del SEÑOR.

 El juzgará entre las naciones, Y hará decisiones por muchos pueblos. Forjarán sus espadas en rejas de arado, Y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, Ni se adiestrarán más para la guerra.

Sus oídos les habrán avisado que la semejanza entre estos dos textos proféticos alcanza una exactitud casi palabra por palabra. Los mejores estudios de esta extraña dinámica sugieren que son dos variantes de un común denominador que yace a la raíz de la expectativa profética en el Antiguo Testamento. En Isaías, esta visión sirve como la visión de visiones de ese extenso libro, el motor de prácticamente cada pasaje del libro. En Miqueas, la realidad es similar. Y si esta convicción del futuro que Dios se compromete a forjar reposa en el corazón del testimonio profético, entonces de seguro debemos leer todos los pasajes ‘escatológicos’ del Nuevo Testamento a la luz de esta esperanza. Es decir, entre otras cosas debemos anticipar la salvación y la reorientación—el discipulado—de ‘todos los pueblos’ y ‘todas las naciones’.

Pero no lo hacemos.

Al contrario, tenemos expectativas flacas … desnutridas … empobrecidas, pues la ‘escatología’ es una de las áreas de nuestra vida cristiana que le hemos sacrificado al espíritu deprimente y lúgubre de nuestro mundo … nuestro mundo afligido y sufriente … nuestro mundo turbulento y confuso … nuestro mundo enfermizo y asfixiante … nuestro mundo borracho y envenenado.

Terminamos esperando que Dios logre sacarnos a unos pocos de acá para trasladarnos a latitudes celestiales más agradables.

Pero esa expectativa—si la dignificamos con el vocablo—no tiene nada que ver con la esperanza profética, que se manifiesta con constantes referencias a ‘toda carne’, ‘todos los pueblos’, ‘todas las naciones’ y otras descripciones de una humanidad redimida en dimensiones asombrosas y triunfantes.

A esa esperanza no le damos la talla. Porque hemos negociado una solución de pequeñas expectativas y esperanzas marchitadas que reducen la gloria de Dios al rescate de unos pocos mientras las multitudes sufren la inagotable llama de la ira divina.

Si una vez uno creía de esa manera, ya no puedo. La Biblia no me lo permite. La Biblia no nos lo permite.

Si voy a reclamar de manera tan atrevida una creencia—llámese ‘escatología’—que tantos sectores de nuestra comunidad evangélica afirman, sería justo que diera argumentos exegéticos y teológicos sofisticados y bien afinados. Pero no tenemos tiempo para semejante ejercicio hoy. Esa tarea queda pendiente. 

El único ofrecimiento que les traigo hoy es una lluvia de metáforas. Mi ambición es modesta. Quiero sembrar nuestra conciencia colectiva con ideas que espero nutran nuestra capacidad de esperar en grande. Quiero moverles unos centímetros en dirección de poder dar una respuesta afirmativa ante la pregunta que planteo: ‘¿En realidad podemos esperar?’

Primera metáfora: El metrónomo de Dios marca lentamente.

La Biblia presenta a un Creador y Redentor triunfante. Es más, en las Escrituras nuestro Señor bendice el mundo que Él creó por medio de su amor triunfante. 

Pero hay un problema pa’ nosotros, feligreses de la Iglesia de los Santos Afanados: El triunfo de Dios no se ve en un día … ni en un año … ni en una década … ni aun en un siglo. 

Su metrónomo redentor marca lentamente.

Miqueas e Isaías, representantes de todo un gremio de profetas bíblicos que—cada uno a su manera y conforme a sus idiosincrasias—compartían una misma esperanza, hablaron de las naciones fluyendo como un inmenso río a la ciudad del Dios de Jacob para recibir su torah, su enseñanza, su instrucción, su orientación, para luego vivir en paz y harmonía bajo el gobierno de YHVH. Cuando se atrevieron a pintar el futuro de Dios en colores que contrastaron tan radicalmente con las tinieblas de su momento histórico, ellos hablaron de algo que nunca iban a presenciar. Hablaron algo que les parecía absurdo … imposible … contrario a la naturaleza de las naciones y del mundo en que nos toca convivir con tales pueblos.

Pero al ritmo del metrónomo de Dios, somos no solo testigos sino participantes en la realización de esa visión tan radical. Tenemos la tendencia, al leer esta visión profética, de identificarnos con Israel, pero esa es una lamentable ilusión óptica. Al contrario,  somos los hijos e hijas, nietos y bisnietas de aquellos pueblos. Sin embargo, nos hemos unido al Israel de Dios y—esto debe ser más visible en un seminario que en cualquier otro lado—nos hemos dado a la tarea de volvernos aprendices … estudiantes … pupilos … discípulos de תורת יהוה, la ley del Señor.

Y aquí estamos, habiendo confluido a Sión, a lo largo de 28 siglos de ritmo redentor … marcado a paso lento … conforme al metrónomo del amor triunfante del Dios de Jacob. 

Yo sé que es difícil aceptarlo a partir de nuestra vivencia apocalíptica evangélica, pero el Señor de la historia no anda afanado. Él toma su buen tiempo. Su metrónomo marca, mide y divide la historia de la redención a paso lento.

Les confesé que lo único que tengo hoy para apoyar mi reclamo es una lluvia de metáforas. Permítanme, pues, una segunda.

 

Segunda metáfora: ¿Qué hora es?

Sospecho que el hermano anónimo que pintó las rocas en la carretera a San Cristóbal sabe a ciencia cierta que son las 11:59 p.m. 

Y siendo la comunidad evangélica que somos, en el primer cuarto del siglo XXI, sospecho que la mayoría de nosotros también asumimos que el reloj de la historia ha marcado 11:59 … p.m. De hecho, los movimientos evangélicos y pentecostales de los últimos cien años han invertido la mayor parte de sus energías escatológicas en salvajes argumentos sobre si son las 11:59 o las 11:57 … p.m.

Y quizás la hora es así de tardía. Con todo candor, yo no sé. Tú tampoco sabes.

Pero me atrevo hacer una observación ingenuamente sencilla: cada generación de cristianos ha sospechado que la generación suya es la última, que Cristo viene muy, muy pronto, y que la hora a un mínimo marca las 11:45 … p.m. Y cada generación ha sido equivocada.

¿Pero qué tal si son las 6:00 de la mañana? ¿O si es la una de la tarde?

O un poco más radicalmente, ¿si son las 2:45 de la mañana?

En ese caso, nuestra forma de esperar sería diferente. ¿Qué tal si nuestro momento, donde uno puede aterrizar en cualquier aeropuerto del mundo, grande o pequeño, y encontrar una comunidad de seguidores de Jesús dentro de minutos o un puño de horas … qué tal si esa confirmación del amor triunfante de Dios es … pues Dios apenas haciendo calentamientos? ¿Qué tal si el Señor apenas ha iniciado el camino hacia la plenitud profética, donde—Isaías otra vez—los que conocen al Señor llenarán la tierra como las aguas cubren el mar?

¿Qué hora es? ¿Está seguro? … ¿Estás segura?

Quizás la hora no es tan tarde y nos queda mucho tiempo para admirar el amor triunfante del Señor. Quizás la extensión del evangelio de estas latitudes y a otras es primicias de cosas que solo la visión profética es capaz de admirar. Quizás este mundo afligido está madrugando, camino a su medianoche de luces y de celebración y redención.

 

Tercera metáfora: Mis Medias Rojas @ 2004

Si uno es fanático del mejor equipo de beisbol en la historia humana, animal y cósmica—me refiero por supuesto a las Medias Rojas de Boston—entonces uno está moralmente obligado a odiar el principal rival, los detestables Yanquis de Nueva York. Obvio….

En el trágico y oscuro año 2003, los Yanquis nos eliminaron en el séptimo y último partido del Campeonato de la Liga Americana, por medio de una cadena de sucesos tan tristemente improbables que nos dejaron descorazonados. Nos condenaron a pasar un invierno de lágrimas.

Viene el año 2004. Una vez más, todo se ve posible. Tanto las Medias Rojas como los maléficos Yanquis ostentan una temporada magnífica y figuran entre los mejores equipos de ambas ligas del beisbol profesional en los EE.UU.

Al final de la temporada, en los llamados playoffs, se enfrentan una vez más los Yanquis y las Medias Rojas en el campeonato de la Liga Americana. Es una serie de siete partidos. Hay que ganar cuatro. El ganador avanza a la Serie Mundial. El perdedor llora y se arrastra a su casa.

Pero en 2004, las Medias Rojas han logrado consolidar los roles de varios jugadores increíbles, incluyendo latinos como el boricua Manny Ramírez, los dominicanos David Ortiz y Pedro Ramírez y un shortstop, hijo de la costa caribeña de Colombia, Orlando Cabrero. Somos fuertes. Pero los odiados Yanquis una vez más nos obstaculizan el camino a la Serie Mundial, campeonato que no hemos ganado desde 1918, cuando se nos occurió vender a los Yanquis nuestra mejor estrella, el leyendario Babe Ruth.


Esta vez los Yanquis nos humillan en los primeros tres partidos. Solo les toca ganar uno más para acabar una vez más con nuestros sueños. Es una total calamidad. Ningún equipo en la historia de las Ligas Mayores de beisbol ha podido recuperar después de una desventaja de 3 partidos a 0.  Ninguno.

Pero … pero … en una de las semanas más insuperables en la historia del deporte, las Medias Rojas ganan los próximos cuatro partidos. Avanzan a la Serie Mundial, donde ganan cuatro partidos contra 0 y se nos corona ‘campeones del mundo’. 

En estos últimos dos meses del 2024, me he dado a la tarea de ver las grabaciones de los partidos 4, 5, 6 y 7 de ese inolvidable campeonato de hace veinte años.

Yo sabía quién iba a ganar, claro, octubre del 2004 fue uno de los meses más exhilarantes de mi vida. Pero sentándome a lo largo de dos meses para ver minuto tras minuto, lanzamiento tras lanzamiento, entrada tras entrada, experimenté el mismo ardor, el mismo drama, el mismo pulso acelerado, el mismo delirio de hace 20 años. La conclusión nunca entraba en duda. Pero el play-by-play fue fascinante y conmovedor y … para este peregrino … muy real.

Yo sé quién triunfa en la historia de ese mundo … en la experiencia de la humanidad … en la redención del cosmos. Su nombre es Yahveh … Adonai … el Señor, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. 

Los profetas me lo dijeron. Su Espíritu venció mis dudas. Mi Jesús me lo confirmó. La conclusión no está en duda. El amor divino triunfará.


Pero nos toca vivir cada momento a todo color, con el drama intenso de lo que está en juego. Sufrimos, lloramos, reímos, celebramos como cualquier otro ser humano … lanzamiento por lanzamiento, entrada por entrada … pero sabemos quién triunfa a la conclusión de todo.

Mientras tanto, esperamos en grande.

Cuarta metáfora: El camino a Jardín

Muchos de ustedes saben que este semestre a Karen y a su servidor se nos ha golpeado fuertemente, principalmente mediante la pérdida de nuestro hijo Taylor. No ha sido fácil.

Cumplimos doce años de matrimonio el día 28 de abril y a mi esposa le sorprendí, arrendando una casa en las montañas alrededor del pueblo de Jardín, en el suroeste de nuestra hermosa Antioquia.

El lugar fue indescriptiblemente bello. Nos sentamos por incontables horas, admirando el juego de luz y nube que es un constante en esos espacios andinos, gozándonos en la presencia de las muchas aves que compartieron con nosotros sus vidas de constante movimiento.

De vez en cuando, cuadramos un tuk-tuk que llegaba para llevarnos al pueblo de Jardín. Siempre una aventura en ese camino rocoso y serpentino. Durante los 25 minutos entre casa y pueblo nos preguntábamos, ¿Dónde estará el pueblo? ¿Por ahí? No, creo es por allá. No jamás…


Sabíamos perfectamente bien pa’ donde íbamos. El destino era seguro. Pero era imposible en cualquier momento saber dónde estábamos. A veces la lluvia nos mojó; a ratos al tuktuk le costó subir una loma porque había mucho barro. Había un momento cuando nos preguntamos si hubiera sido mejor quedarnos en casa, pues quizás no llegábamos y la noche se volvía oscura.

La principal objeción al tipo de esperanza robusta que los profetas generan es que, pues, las cosas están tan mal. Es que … la persecución … es que los imperios …. Es que la corrupción … es que la miseria … es que la violencia … es que el nominalismo … es que …

Cristo tiene que volver pronto pa’ sacarnos a los pocos de este infierno.

Pero la esperanza que a mi criterio el testimonio bíblico engendra y sostiene es otra cosa. No niega la realidad de la maldad, de las guerras, de nada. Es una esperanza sumamente realista. Acepta que las Édades y las Épocas de Oscuridad pueden recurrir y asumir muchas formas y cobrar factura horrible.

Pero permítanme volver por última vez a mi lluvia de metáforas:

Si el metrónomo de Dios marca lentamente, su amor triunfará a ritmo suyo.

Si no tenemos ni idea qué hora es, es probable que los problemas de nuestra generación pasarán y cederán su lugar o los problemas de otra generación, sin que esto estorbe el avance de la misión triunfante de Dios.

Si al saber quién gana no le resta el color, el drama, el vigor de estas breves vidas que nos toca realizar, viviremos a todo color, con pasión por Cristo, intoxicados por la llenura del Espíritu de Dios y amando al prójimo como a nosotros mismos. Invertiremos nuestras vidas en el proyecto de Dios, encomendando los resultados a sus manos amorosas.

Y si no nos corresponde saber dónde estamos porque el destino es seguro, aunque la carretera se vuelva oscura, entonces no exageraremos la momentánea confusión que nos aflige en camino.

Y esperaremos. Sí, esperaremos.

Alinearemos nuestras vidas con aquel día cuando toda carne …. todos los pueblos … todas las naciones fluirán como inmenso río a la escuela … al aula … a la casa de nuestro Dios. Y en consecuencia los que conocen a YHVH llenarán la tierra como las aguas cubren el mar.

Somos un seminario y somos seminaristas. Por lo tanto, habrá otros momentos para considerar y debatir las implicaciones escatológicas, misionales y hasta soteriológicas de lo que compartí hoy. Eso es natural, y necesario.

Pero si quieres esperar de veras, no quiero caminar solo. Acompañémonos, pues, esperando el futuro de Dios de veras.

Amen.

Los lectores de estas reflexiones habrán observado la percepción de este autor de que el libro de Isaías es esencialmente esperanzador respecto al destino de las naciones. Aunque uno se esfuerza por observar el duro filo del castigo que generalmente precede a la promesa de inclusión de otros pueblos en el plan redentor de YHVH para Israel, la esperanza está ahí. A veces sometida, a veces mezclada con sometimiento aunque sea un sometimiento alegre o muy esperado, a veces estallando extravagantemente de la denuncia a la bendición, casi siempre hay una nota de anticipación esperanzada para los antiguos adversarios de Jacob.

Pero no así para Babilonia, al menos en el capítulo 14 del libro.

Profecía sobre Babilonia que tuvo en visión Isaías, hijo de Amoz.

Levantad estandarte sobre la colina pelada, alzad a ellos la voz, agitad la mano para que entren por las puertas de los nobles. 

Yo he dado órdenes a mis consagrados, también he llamado a mis guerreros, a los que se regocijan de mi gloria, para ejecutar mi ira.
Ruido de tumulto en los montes, como de mucha gente. Ruido de estruendo de reinos, de naciones reunidas. El Señor de los ejércitos pasa revista al ejército para la batalla.
Vienen de una tierra lejana, de los más lejanos horizontes, el Señor y los instrumentos de su indignación, para destruir toda la tierra.

Gemid, porque cerca está el día del Señor; vendrá como destrucción del Todopoderoso.
Por tanto todas las manos se debilitarán, el corazón de todo hombre desfallecerá, y se aterrarán;
dolores y angustias se apoderarán de ellos, como mujer de parto se retorcerán; se mirarán el uno al otro con asombro, rostros en llamas serán sus rostros.
He aquí, el día del Señor viene, cruel, con furia y ardiente ira, para convertir en desolación la tierra y exterminar de ella a sus pecadores.
Pues las estrellas del cielo y sus constelaciones no destellarán su luz; se oscurecerá el sol al salir, y la luna no irradiará su luz.
Castigaré al mundo por su maldad y a los impíos por su iniquidad; también pondré fin a la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los despiadados.

Haré al mortal más escaso que el oro puro, y a la humanidad más que el oro de Ofir. 

Por tanto, haré estremecer los cielos, y la tierra será removida de su lugar ante la furia del Señor de los ejércitos, en el día de su ardiente ira.
Y será como gacela perseguida, o como ovejas que nadie reúne; cada uno volverá a su pueblo, y cada uno huirá a su tierra. 

Cualquiera que sea hallado será traspasado, y cualquiera que sea capturado caerá a espada.
También sus pequeños serán estrellados delante de sus ojos; serán saqueadas sus casas y violadas sus mujeres.He aquí, incitaré contra ellos a los medos, que no estiman la plata ni se deleitan en el oro; 

Con arcos barrerán a los jóvenes, no tendrán compasión del fruto del vientre, ni de los niños tendrán piedad sus ojos.
Y Babilonia, hermosura de los reinos, gloria del orgullo de los caldeos, será como cuando Dios destruyó a Sodoma y a Gomorra; 

Nunca más será poblada ni habitada de generación en generación; no pondrá tienda allí el árabe, ni los pastores harán descansar allí sus rebaños

Sino que allí descansarán los moradores del desierto, y llenas estarán sus casas de búhos; también habitarán allí los avestruces, y allí brincarán las cabras peludas. 

Aullarán las hienas en sus torres fortificadas y los chacales en sus lujosos palacios. Está próximo a llegar su tiempo, y sus días no se prolongarán.

Isaías 13:1-22 (LBLA)

Aunque el oráculo oscila entre Babilonia y todo el mundo habitado -o la humanidad, en general-, nunca se aleja de los anzuelos que penetran en la carne de la Babilonia histórica, la opresora de Judá.

Tal vez se trate de que existe una oposición final y decidida al consejo de YHVH que al final se respeta y se permite que sea lo que es. No es difícil comprender cómo esta oscura denuncia será retomada en la apocalíptica cristiana para señalar no el fin de un imperio histórico a punta de espadas medas (persas), sino una destrucción final de toda resistencia humana al propósito de la Redención.

La observación no mata la esperanza. Pero mata el optimismo espumoso.

Hay, incluso en este oráculo de miseria, un propósito más allá de la batalla, uno que asume el bajo perfil de los imperativos expectantes: ¡Escucha! … ¡Vean! Alguien, al parecer, se beneficiará cuando el río de sangre amaine.

Pero ¡oh, la humanidad!

Un pequeño oráculo que se atreve a introducir su bajo perfil en la lucha de titanes durante las crisis siro-efraimita y asiria de Judá despliega la clásica ironía isaística y luego un enigma.

Y volvió el Señor a hablarme de nuevo, diciendo: Por cuanto este pueblo ha rehusado las aguas de Siloé que corren mansamente, y se ha regocijado en Rezín y en el hijo de Remalías, por tanto, he aquí, el Señor va a traer sobre ellos las aguas impetuosas y abundantes del Eufrates, es decir, al rey de Asiria con toda su gloria, que se saldrá de todos sus cauces y pasará sobre todas sus riberas. Fluirá con ímpetu en Judá, inundará y seguirá adelante, hasta el cuello llegará, y la extensión de sus alas llenará la anchura de tu tierra, oh Emmanuel.

Quebrantaos, pueblos, que seréis destrozados; prestad oído, confines todos de la tierra; ceñíos, que seréis destrozados; ceñíos, que seréis destrozados.Trazad un plan, y será frustrado; proferid una palabra, y no permanecerá, porque Dios está con nosotros.

Isaías 8.5-10 (LBLA)

La ironía es un juego de dos aguas. La conspiración sirio-efraimita ha sacudido la Casa de David hasta sus cimientos. Uno recuerda la referencia a que los corazones tiemblan como lo hacen las hojas ante el viento. Temblor sin sentido, sin propósito, lamentable.

Aquí el profeta sondea la causa.

No ha habido confianza en los propósitos de YHVH para su Jerusalén. La operación de ese propósito está representada aquí por una metáfora acuosa: las aguas de Siloé que fluyen suavemente. Parece que el espíritu de la Realpolitik ha convencido a los poderes de Judá -tal como son- de que la mansedumbre no vale nada en días tan beligerantes.

Uno podría preguntarse precisamente qué tipo de quietismo tiene Isaías en mente aquí. Sabemos sólo un poco al respecto, pero sin duda podemos aprender algo considerando su opuesto: la temerosa búsqueda de una coalición defensora entre las naciones que no nombran a YHWH, comprometido con Sión, como su dios.

En cualquier caso, la elección de Judá se define como rechazo o negativa (יען כי מאס) más que por cualquier representación más suave de elegir una alternativa. Incluso cuando habla en voz relativamente baja, la tradición isaística sabe desplegar sus misericordias más severas.

La ironía aparece cuando la consecuencia se atornilla a la causa. El rechazo de aguas más tranquilas someterá ahora a Judá a una inundación furiosa.

(P)or tanto, he aquí, el Señor va a traer sobre ellos las aguas impetuosas y abundantes del Éufrates (את־מי הנהר העצומים והרבים), es decir, al rey de Asiria con toda su gloria, que se saldrá de todos sus cauces y pasará sobre todas sus riberas. Fluirá con ímpetu en Judá, inundará y seguirá adelante, hasta el cuello llegará, y la extensión de sus alas llenará la anchura de tu tierra, oh Emmanuel.

Isaías 8.7-8 (LBLA

El propio discurso agudiza aún más el contraste, al dedicar unas pocas palabras a las tranquilas aguas de Siloé y multiplicar cláusula tras cláusula en un vertiginoso esfuerzo por describir la capacidad arrolladora de Asiria.

Luego, el enigma.

El oráculo termina con una expresión peculiar, traducida por la LBLA como un grito de desesperación y esperanza mezcladas: Oh Emmanuel. El significado hebreo no está tan claro. עמנו אל no tiene ninguna partícula explícita que pueda traducir la ‘Oh’ de la LBLA. Creo que la LBLA ha captado el significado aquí, pero esto no quiere decir que la traducción que ha proporcionado sea obvia.

El contexto ayuda un poco, pero no con determinación.

Justo un capítulo antes de este oráculo se da a un niño el nombre que anticipa exactamente el grito de 8:10. Por el momento, será importante no precipitarse en el significado al leer cualquiera de estos versículos, siempre que עמנו אל esté a la vista.

Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (עמנו אל).

Isaías 7.14 (LBLA)

A continuación, sólo dos versículos después del 8.8 que estamos examinando, se vuelve a utilizar la expresión.

Trazad un plan, y será frustrado; proferid una palabra, y no permanecerá, porque Dios está con nosotros.

Isaías 8.10 (LBLA)

En este caso, la partícula כי, a menudo explicativa, presta una ayuda considerable, ya que prácticamente bloquea la noción que la LBLA proporciona con su traducción al obligar al lector en español a proporcionar el verbo está

Entonces, ¿qué ocurre exactamente al final de 8.8, que en la tradición masorética sirve como conclusión del oráculo citado anteriormente?

Quizá también aquí haya que proporcionar alguna versión del verbo ser. Quizás el oráculo grita afirmativamente en su conclusión que ‘¡Dios está con nosotros!‘, presentando esta formidable verdad contra las agonías conspirativas del momento.

O tal vez no sea una declaración, sino más bien una esperanza desesperada: ‘¡(Que) Dios esté con nosotros!’

En mi opinión, cada una de estas opciones es gramatical y contextualmente posible y puede defenderse.

Sin embargo, prefiero leer אמנו אל en 8:8 de una manera ligeramente diferente. Es una evocación de un momento anterior, de hecho del acto profético muy público de nombrar a un niño con esta expresión ambigua pero resonante.

¿Por qué esta apuesta interpretativa? Me parece que la misma ambigüedad poderosamente sugestiva del nombre del niño de 7.14 se traslada al grito del final de 8.8 -en un contexto necesariamente alusivo y evocador- y encierra la misma ambigüedad.

¿Significa ‘Dios está con nosotros’? Tal vez sí, pues opone la fe al miedo en un momento en el que la elección de uno u otro es, desde el punto de vista profético, determinante para el futuro del pueblo. 

¿O se trata de una súplica más humilde: ‘Oh, Dios, acompáñanos’? ¿Quizás, subrayando el doloroso hecho de que aún no se conocen los resultados?

El ‘¡Oh, Emmanuel!’ de la LBLA preserva la ambigüedad al tiempo que abre sus flancos a una nueva vulnerabilidad, la de leer el grito como una invocación a una persona llamada ‘Emmanuel’. No estoy convencido de que en el contexto pueda ser exactamente eso.

El oráculo de 8.6-8 termina, en mi lectura, en parte como una llamada a prestar atención mientras la mano extrañamente invisible pero sustancialmente presente de YHVH se mueve entre los jugadores que conspiran en este momento de la Realpolitik crítica y decisiva. Este libro es, después de todo, חזון ישעיהו (la visión de Isaías). Fiel a la forma, afirma aquí que el profeta ve cosas que otros aún no contemplan, a menos que se unan a él en la consideración resueltamente silenciosa de los acontecimientos que se esclarecen.

En la visión isaística, el inventario de armas de YHVH aumenta en su armario.

Esta deidad de lo que queda del pequeño Jacob puede ungir a Ciro el emperador persa para restaurar al pueblo de YHVH en un cruce entre el ajedrez jugado en el escenario de los asuntos internacionales y las marionetas guiadas por un maestro experto.

Si esto es así en la bendición, también lo es en el juicio. En esta parte de la visión isaiánica, los poderosos Asiria y Egipto son manejados -aunque con propósitos diferentes- sin esfuerzo, ya que Ciro cumplirá en el futuro las órdenes de YHVH “aunque no lo conozca”.

Y sucederá en aquel día que el Señor silbará a la mosca que está en lo más remoto de los ríos de Egipto, y a la abeja que está en la tierra de Asiria; y todas ellas vendrán y se posarán en los precipicios de las barrancas, en las hendiduras de las peñas, en todos los espinos y en todos los abrevaderos.

En aquel día, con navaja alquilada en las regiones más allá del Éufrates, es decir, con el rey de Asiria, el Señor afeitará a Israel la cabeza y el pelo de las piernas, y también le quitará la barba.

Isaías 7.18-20 (LBLA)

Tal vez nos hayamos acostumbrado demasiado a leer este tipo de cosas como para sentir la impactante confianza que se require del profeta jerosolimitano que lo dijera o escribiera. ¡El descaro de un hombre tan pequeño en medio de su diminuto pueblo, hablando de estas dos eminencias grises del Gran Juego! ¿Quién se cree que es?

Ambos oráculos gemelos se sitúan firmemente en la esfera de la soberanía de YHVH sobre las naciones. ‘En aquel día el Señor…’ sitúa los acontecimientos previstos fuera del alcance tanto del calendario del profeta como de su capacidad. Estas introducciones casi idénticas consolidan el papel del profeta como portavoz de YHVH, pero no como su agregado militar.

Luego hay que contar con la denigración de la identidad de los dos imperios. En el primer oráculo, el silbido de YHVH para la mosca egipcia y la abeja asiria comunica claramente una estructura de poder vertical. YHVH ordena, sus imperios-insectos responden.

En el segundo oráculo, Asiria es una navaja, un instrumento inerte sin funcionalidad propia, totalmente dependiente de la mano que la empuña.

En esta visión isaística de los acontecimientos internacionales, YHVH lleva el difícil asunto de la disciplina de Israel a un desagradable punto álgido. Sin embargo, no revela nada a los supuestos poderes que utilizará para llevar a cabo esta oscura fase de su propósito.

Un profeta judío se atreve a decirlo.

El lector de Isaías se acostumbra a la fórmula ‘en aquel día’ como referencia a tiempos mejores después de la calamidad del juicio. Sin embargo, sería un error suponer que la expresión (ביום ההוא) invoca siempre el bien y no el mal.

La imagen es inequívoca e incómodamente femenina. La mayor parte de este oráculo de juicio dirige su salvajismo a la población de Judá sin referencia directa al género, e incluso se inclina en dirección a los hombres que habrían sido más públicamente responsables del cuerpo político (pero véase 3.12). Sin embargo, eso se acaba cuando el texto dirige su considerable ira a las “hijas de Sión” (בנות ציון) en 3:18.

A partir de ese momento, el atractivo de las galas femeninas se desmantela mediante una degradación paso a paso de sus artefactos. La difícil situación de las hijas de Sión implica la pérdida de sus hombres en la batalla (3:25), pero la atención se centra en las propias mujeres. Este enfoque se traslada incluso al femenino singular de 3:26, que presumiblemente no representa tanto a las hijas de Sión como a la propia ciudad como Hija(s) de Sión. Sin embargo, el juicio sobre las mujeres no pasa desapercibido para el lector cuando se produce este sutil cambio.

La ya mencionada expresión oracular ‘en aquel día’ (de nuevo, ביום ההוא) vuelve a aparecer en 4.1. No lo hace desde su habitual significado de “la ciudad”. No lo hace desde su ubicación habitual al principio de un oráculo, sino desde la mitad del verso.

Porque siete mujeres echarán mano de un hombre en aquel día, diciendo: Nuestro pan comeremos y con nuestra ropa nos vestiremos; tan solo déjanos llevar tu nombre; quita nuestro oprobio.

Isaías 4.1 (LBLA)

Es probable que la recurrencia de esta fórmula explique la versificación postbíblica de lo que para nosotros es el capítulo 4, versículo 1, como componente de un nuevo y cuarto capítulo y no la conclusión del discurso de las hijas de Sión del tercer capítulo. Hay mucho que decir a favor de este tipo de lectura.

Sin embargo, el tono sorprendentemente diferente de 4:2 me persuade de que es mejor leer 4:1 junto con la denuncia de las mujeres de Jerusalén que comienza en 3:16. De hecho, considero a 4:1 como la declaración culminante y concluyente de la lamentable condición de esas mujeres. El versículo merece ser examinado con detenimiento, aunque más en clave de tristeza que de alegría.

Porque siete mujeres echarán mano de un hombre en aquel día, diciendo: Nuestro pan comeremos y con nuestra ropa nos vestiremos; tan solo déjanos llevar tu nombre; quita nuestro oprobio.

Isaías 4.1 (LBLA)

Es difícil imaginar en el contexto de una sociedad tradicional un diagnóstico más completo de su completa descomposición. Los hombres ya no son prominentes, como la tradición supone que deberían ser. Esto ya se insinúa en el cuadro del gobierno opresivo de los niños y las mujeres en el versículo 12. En 4:1, es claramente la consecuencia de una tragedia posterior, la pérdida de los “guerreros” de Jerusalén en la batalla (3:25).

Un rasgo del lamentado gobierno de las mujeres aún perdura en 4:1, pues estas mujeres desesperadas aún son capaces de abrirse camino económicamente en medio de la calamidad.

Comeremos nuestro propio pan y vestiremos nuestras propias ropas.

Sin embargo, el alivio inalcanzable por el que claman estas mujeres va más allá de la comida y la ropa.

Tan solo déjanos llevar tu nombre; quita nuestro oprobio.

Incluso cuando uno se resiente bajo el calor retórico de esta denuncia de las mujeres y, de forma mucho menos sustancial, de sus hijos, es prudente recordar que el pasaje es sólo un rasgo de una deconstrucción sistemática de la sociedad judía ante una crisis de la que el único punto brillante que el texto se atreve a destacar es la eventual aparición de un remanente fructífero.

En medio de todo el pasaje se encuentra esta declaración explicativa, que incluso en su papel de marco no puede aflojar su agarre a la metáfora:

Pues Jerusalén ha tropezado y Judá ha caído…

Isaías 3.8 (LBLA)

Sión, la ciudad antaño fiel -como el primer capítulo del libro quiere que la recordemos- ha sido completa y absolutamente des-graciada.

La letanía de acusaciones lanzadas contra Judá en nombre de YHVH enfurecido en el montaje introductorio de Isaías es una denuncia al rojo vivo en su mínima expresión. 

Sin embargo, cuando YHVH y su profeta por fin han dicho lo que tenían que decir, este capítulo programático da un giro sorprendente.

Por tanto, declara el Señor, Dios de los ejércitos, el Poderoso de Israel: ¡Ah!, me libraré de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. 

También volveré mi mano contra ti, te limpiaré de tu escoria como con lejía, y quitaré toda tu impureza. 

Entonces restauraré tus jueces como al principio y tus consejeros como al comienzo; después de lo cual serás llamada ciudad de justicia, ciudad fiel.

Sión será redimida con juicio, y sus arrepentidos con justicia.

Isaías 1.24-27 (LBLA)

Este pasaje sigue inmediatamente a la declaración del fallo ético central que se lleva ante el tribunal imaginario:

Tus gobernantes son rebeldes y compañeros de ladrones; cada uno ama el soborno y corre tras las dádivas. No defienden al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda.

Isaías 1.23 (LBLA)

Colocada aquí, su palabra inicial (לכן, Por lo tanto…) conduce la mente del lector sin vacilaciones hacia el presunto veredicto que ahora se entregará.

Esta intuición del lector se ve apoyada por los nombres belicosos asignados al orador en esta coyuntura crítica, a los que sigue el lenguaje estándar de la sentencia judicial.

Por tanto, declara el Señor, Dios de los ejércitos, el Poderoso de Israel: ¡Ah!, me libraré de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. 

También volveré mi mano contra ti…

Isaías 1.24-25a (LBLA)

Sintaxis, vocabulario y contexto se unen en un giro que no vicia a futuro, rezumando como lo hace de furia penal.

Sin embargo, aquí es donde empezamos a ver que este pasaje no tiene la forma del juicio, sino el contenido de la restauración. Lo que comienza como una sentencia se convierte en una promesa. El criminal en el banquillo de los acusados, con la cabeza gacha por la desesperanza, se entera de un futuro glorioso. Estos versículos ya marcan el rumbo de este largo libro. Establecen que el juicio de YHVH sobre su pueblo -con el tiempo, esto aromatizará también su ira contra “las naciones”- restaurará en lugar de exterminar, encenderá en lugar de extinguir, abrirá un futuro en lugar de limitarse a cerrar un pasado.

He aquí la carga isaística, he aquí el חזון ישעיהו en su núcleo.

En el versículo 25 se abre una grieta entre la forma y la función, aunque, astutamente, no desde el principio. En consonancia con la acusación previa de la ética hipócritamente aleada de Sión, la “sentencia” utiliza el lenguaje de la fundición, que en la naturaleza del caso separa y purifica los metales:

También volveré mi mano contra ti, te limpiaré de tu escoria como con lejía, y quitaré toda tu impureza. 

Isaías 1.25 (LBLA)

En su ominoso contexto, esta declaración podría atreverse a despertar la esperanza. Sin embargo, la imagen de la fundición también podría evocar el calor y el dolor metaforizado del juicio sin aludir a un producto valioso. La frase es ambigua en este sentido. En mi opinión, su potencial de polivalencia es intencionado y constituye un puente entre la lógica estandarizada de la sentencia y la extraordinaria sorpresa que pronto se desvelará.

La expectativa convencional pronto se desvanece ante un lenguaje promisorio que recoge el lamento previo por una ciudad antaño hermosa que se ha degradado de forma indecible.

Entonces restauraré tus jueces como al principio y tus consejeros como al comienzo; después de lo cual serás llamada ciudad de justicia, ciudad fiel.

Isaías 1.26 (LBLA)

Ahora está claro que el lenguaje sentencioso de YHVH sobre la fundición no se refiere exclusivamente al trauma que sufre un metal en el proceso, sino también al resultado muy purificado que es la ambición de la empresa cuando las manos humanas encienden el fuego purificador. La metáfora se despliega de forma global y no parcial, retomando tanto el proceso como el producto y aplicándolos a esta ciudad fiel convertida ahora en ramera, antaño llena de justicia y ciudadanos justos, pero ahora de asesinos (v. 21). En el fuego de la fundición, la reconstrucción seguirá a la deconstrucción.

El versículo 27 pone fin al extraordinario drama de la justicia restauradora en manos de YHVH, que ha empleado una forma conocida para transmitir un mensaje muy poco familiar.

Sión será redimida con juicio, y sus arrepentidos con justicia.

Isaías 1.27 (LBLA)

En manos de YHVH y por el momento en términos que hacen referencia a Jerusalén, משׁפט (comúnmente, justicia) y צדקה (convencionalmente, rectitud) son instrumentales más que finales. De hecho, cada uno de ellos va prefijado con la preposición instrumental e inseparable בְּ de una manera que casi impide la aplicación de ambos términos en términos más finales.

Aunque, en mi opinión, este primer capítulo del libro llamado Isaías es un montaje orientativo que toma prestado del texto posterior para exponer su programa, no es un collage azaroso ni pretende ser leído atomísticamente como una mera retahíla de citas favoritas.

Más bien, el texto lleva al lector a anticipar una sentencia muy merecida sobre una ciudad y un pueblo que se han vuelto tontos, estúpidos y medio muertos. Sin embargo, la forma y la función no se besan, pues si la forma es la de una sentencia, la función es entregar a Judá una gran promesa. 

En efecto, YHVH juzgará. Luego, fidelidad y gloria.

Su trono: Isaías 66

El capítulo final del libro de Isaías vuelve a los asuntos básicos.

La Visión Generadora del capítulo seis -cuando el profeta Isaías se encuentra en una visión de la sala del trono real de YHVH- es el único momento anterior en la trayectoria del libro en el que se vislumbra el trono de YHVH. Hasta aquí:

Así dice el Señor: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podríais edificarme? ¿Dónde está el lugar de mi reposo? 

Todo esto lo hizo mi mano, y así todas estas cosas llegaron a ser —declara el Señor. Pero a este miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra.

Isaías 66.1-2 (LBLA)

En esa Visión Generadora, como ahora en este atisbo de YHVH Entronado, el profeta no describe a YHVH. Más bien, en un buen estilo profético deflectivo, describe todo lo que hay alrededor de YHVH para que podamos deducir la grandeza de YHVH por comparación. A pesar de que Isaías afirma que “vi a YHVH”, no entra en la descripción de la deidad misma. Más bien se ocupa de los serafines voladores, una voz de criatura tan fuerte que el templo tiembla sobre sus cimientos, el borde del manto de YHVH que llenaba todo el templo, y cosas por el estilo. Incluso el impresionante descriptor que con el tiempo se convierte para el profeta en el nombre propio de YHVH – רם ונשא (alto y elevado) – se ofrece de forma ambigua. No está claro si describe a YHVH o ‘simplemente’ su trono.

Es apropiado, pues, que un libro tan tenaz y alusivamente intertextual en su instinto primario, vuelva a la sala del trono de YHVH ahora, como al principio.

Así como en Isaías 6 la presencia de YHVH era amplia e imperial respecto a la creación, aquí el cielo y la tierra son simplemente su trono y su escabel. Con un acento diferente, esta metáfora espacial de plenitud sitúa a YHVH en lo más alto y elevado.

Sin embargo, en el contexto YHVH no atiende a quienes manipulan los asuntos cultuales a una altitud diferente para ganarse su favor (véanse los versículos 3-4). Más bien, desde su altísima postura, YHVH mira ‘al humilde y contrito de espíritu, que tiembla ante mi palabra’. YHVH administra afectos extraños, extraños hábitos de atención, se nos pide que creamos y no por primera vez. La misma afirmación sobre la extraña predilección de YHVH por los que yacen humildes -aquellos a los que la vida ha aplastado- preocupó al traductor de la Septuaginta por su preferencia por una deidad más señorial en 57:15. Allí, el texto hebreo ofrece la posibilidad de que YHVH se incline por una deidad más majestuosa. Allí, el texto hebreo ofrece las visiones de los capítulos seis y sesenta y seis en su propio acento y en su propio momento, aunque con ecos y anticipaciones inconfundibles de los dos atisbos de la sala del trono de YHVH que estamos inspeccionando.

Porque así dice el Alto y Sublime (רם ונשא) que vive para siempre, cuyo nombre es Santo (קדוש): Habito en lo alto y santo (מרום וקדוש), y también con el contrito y humilde de espíritu (דכא ושפל־רוח), para vivificar el espíritu de los humildes (רוח שפלים) y para vivificar el corazón de los contritos (לב נדכאים).

Isaías 57.15 (LBLA)

En la visión isaística, parece casi superfluo decirlo, YHVH está muy, muy alto. Sin embargo, también está muy abajo, ya sea en la moneda del juicio y la redención final (capítulo 6), ya sea residente en su segundo hogar (capítulo 57) o a través de su incansable atención a los que se encuentran muy abajo (capítulo 66). 

A los conservadores de la tradición les parece evidente que este hábito divino es inesperado, pues de lo contrario no tendrían por qué insistir en que lo es. Sin embargo, parece igualmente claro para la imaginación profética que estar en ambos lugares al mismo tiempo no representa para YHVH ni una contradicción ni un desafío.

La conmovedora presentación del Siervo de YHVH (עבד יהוה) en el famoso cuarto Canto del Siervo (52.13-53.12) comprende la individualización más intensa y personificada del motivo del Siervo que se puede encontrar en este largo libro. No es difícil ver por qué la interpretación mesiánica del pasaje se ha considerado una interpretación tan natural y ha persistido entre las lecturas cristianas del libro de Isaías desde los primeros tiempos.

Lo que resulta menos evidente en el manejo que el libro hace del motivo del siervo es la inmediata pluralización de la metáfora que se produce a continuación. Ya el 54.17 puede reclamar lo siguiente en nombre de los siervos plurales de YHVH (עבדי יהוה), denominándolo ‘su vindicación de mí (YHVH)’ de una manera que bien puede vincular el pasaje con la famosa experiencia del Siervo en el cuarto Canto:

Ningún arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se alce contra ti en juicio.
Esta es la herencia de los siervos del Señor, y su justificación viene de mí —declara el Señor.

Isaías 54.17 (LBLA)

Isaías 56.6 ofrece una mirada pasajera, aunque no menos conmovedora por su brevedad, a los “extranjeros” cuyo amor por el nombre de YHVH los convierte en siervos bienvenidos de él junto a los “eunucos” a quienes, a cambio de una lealtad similar, se les concederá “un lugar y un nombre mejor que el de hijos e hijas” (56.5). En 63.17, una súplica para que el calor del juicio divino se enfríe pronto suplica a YHVH que ‘vuelve por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad’.

Cada una de estas expresiones pluraliza al siervo de una manera que recuerda al singular colectivo representado por “mi siervo Jacob” antes de la intensa individualización de la metáfora del siervo en el cuarto Canto.

Ahora, en el capítulo 65, nos encontramos con un nuevo acontecimiento. Ante la persistente idolatría por parte de los practicantes de un culto aberrante que parecen ser miembros de la Comunidad del Retorno, YHVH lamenta el ágil amor que les ha extendido, no correspondido. El resultado es una división del antiguo pueblo de YHVH en una población cuya incesante provocación hacia él acabará por agotar su paciencia, por un lado, y una población de “siervos” que ahora se convierten en los destinatarios de sus misericordias restauradoras, por otro.

Los siete primeros versículos del capítulo perfilan la primera de estas dos poblaciones cada vez más diferenciadas:

Me dejé buscar por los que no preguntaban por mí; me dejé hallar por los que no me buscaban.
Dije: «Heme aquí, heme aquí», a una nación que no invocaba mi nombre.
Extendí mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde, que anda por el camino que no es bueno, en pos de sus pensamientos; un pueblo que de continuo me provoca en mi propio rostro, sacrificando en huertos y quemando incienso sobre ladrillos; que se sientan entre sepulcros y pasan la noche en lugares secretos; que comen carne de cerdo, y en sus ollas hay caldo de carnes inmundas; que dicen: «Quédate donde estás, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú». Estos son humo en mi nariz, fuego que arde todo el día.
He aquí, escrito está delante de mí: no guardaré silencio, sino que les daré su pago, y les recompensaré en su seno, por vuestras iniquidades y por las iniquidades de vuestros padres juntamente —dice el Señor. Porque quemaron incienso en los montes, y en las colinas me injuriaron; por tanto mediré en su seno su obra pasada.

Isaías 65.1-7 (LBLA)

Es importante observar que una denuncia de este tipo bien podría conducir a la narración de un proyecto de restauración fracasado y a un severo juicio del pueblo en su conjunto. Sin embargo, es evidente que esto no es lo que sigue. En lugar de ello, el pasaje gira decididamente hacia la existencia de una población obediente de ‘siervos’, de manera que el motivo de los siervos queda vinculado al tema anterior del remanente.

Un oráculo posterior, que comienza en el versículo 8, refuerza el contraste entre este grupo de “siervos míos” recién reclutados y la población condenada de la que han salido (“de Jacob… de Judá”, v. 9).

Así dice el Señor: Como cuando se encuentra mosto en el racimo y alguien dice: «No lo destruyas, porque en él hay bendición», así haré yo por mis siervos para no destruirlos a todos. Sacaré de Jacob descendencia y de Judá heredero de mis montes; mis escogidos la heredarán, y mis siervos morarán allí.

Sarón será pastizal para ovejas, y el valle de Acor para lugar de descanso de vacas, para mi pueblo que me busca. Pero vosotros que abandonáis al Señor, que olvidáis mi santo monte, que ponéis mesa para la Fortuna, y que preparáis vino mezclado para el Destino, yo os destinaré a la espada, y todos vosotros os encorvaréis para la matanza. Porque llamé, mas no respondisteis, hablé, mas no oísteis; hicisteis lo malo ante mis ojos y escogisteis aquello que no me complacía.

Por tanto, así dice el Señor Dios: He aquí, mis siervos comerán, mas vosotros tendréis hambre; he aquí, mis siervos beberán, mas vosotros tendréis sed; he aquí, mis siervos se alegrarán, mas vosotros seréis avergonzados; he aquí, mis siervos darán gritos de júbilo con corazón alegre, mas vosotros clamaréis con corazón triste, y con espíritu quebrantado gemiréis.

Y dejaréis vuestro nombre como maldición a mis escogidos; el Señor Dios te matará, pero mis siervos serán llamados por otro nombre. Porque el que es bendecido en la tierra, será bendecido por el Dios de la verdad; y el que jura en la tierra, jurará por el Dios de la verdad; porque han sido olvidadas las angustias primeras, y porque están ocultas a mis ojos.

Isaías 65.8-16 (LBLA)

Resulta un tanto arbitrario detener el examen de este motivo sin aventurarse en el oráculo explicativo (כי־הנני בורא…) que comienza en el versículo 17. Sin embargo, su grupo de imágenes creacionales totalmente nuevo quizá justifique que lo hagamos aquí, aunque sea momentáneamente. Sin embargo, su conjunto totalmente nuevo de imágenes creacionales quizás justifique que uno lo haga aquí, aunque sea momentáneamente.

Si hacemos balance de cómo este capítulo y sus sugerentes precursores (54.17, 56.6, 63.17) han comenzado a desarrollar el motivo del Siervo tras su personalización e individualización al rojo vivo en el cuarto Canto, observaremos el retorno -si no es éste un término demasiado tendencioso- a una identidad colectiva. Sin embargo, esta nueva comunidad de siervos ya no es simplemente “Jacob” o “Israel”. Más bien, estos siervos comprenden una población obediente dentro de una nación divinamente amenazada, convertida ahora en una especie de freno en la mano de YHVH, que de otro modo podría haber golpeado duramente a la nación en respuesta a su provocador desafío.

En el drama isaístico del siervo o siervos de YHVH, el futuro está ahora en manos de este nuevo colectivo, portador de una nueva y genuina inclinación tanto a la obediencia como a la gratitud. Los primeros son problemas olvidados tanto por YHVH como por la humanidad, esta comunidad que lleva un “nombre diferente” aún no revelado. 

Uno intuye que la trayectoria isaística que uno se esfuerza por seguir, aunque no sin una instrucción que cristaliza constantemente, aún tiene más que declarar.

Rara vez el libro llamado Isaías se permite hacer retrospectiva. Especialmente en la segunda mitad del libro, la evocación operativa es a cantar una nueva canción, a olvidar las cosas pasadas, a abrazar la inclinación de YHVH a hacer algo sorprendentemente nuevo.

Desde este punto de vista, la primera sección del capítulo 51 del libro hace que el lector enarque una ceja.

Escuchadme , vosotros que seguís la justicia, los que buscáis al Señor. 

Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados.

Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.

Isaías 51.1-2 (LBLA)

Esta cadena de tres imperativos es manifiestamente retrospectiva, aunque sería erróneo calificarla de nostálgica.

Debe haber algo en “Abraham, vuestro padre, y… Sara, que os dio a luz” que eleva a la pareja ancestral como digna de la contemplación de la comunidad exílica. De hecho, el texto inmediato señala dónde reside esa virtud y el contexto adorna aún más la alusión.

En primer lugar, el texto de estos dos versículos da todos los indicios de aludir al famoso llamamiento de Abraham, con su promesa de una progenie notablemente multiplicada.

Y el Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.

Génesis 12.1-3 (LBLA)

Además de nombrar a Abraham y Sara, el texto de Isaías recoge la noción de bendición (ברכה y ברך verbal). Además, ambos textos enfatizan la dimensión de la multiplicación hacia la inmensidad. En el Génesis, esta noción se manifiesta como promesa: “Haré de ti una gran nación” (ואעשׁך לגוי גדול) y “y engrandeceré tu nombre” (ואגדלה שׁמך). En el texto alusivo de Isaías, el lenguaje es ligeramente diferente:

…cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.

Isaías 51.2 (LBLA)

Se descubre, pues, en ambos textos la noción de bendición hacia la inmensidad.

Hasta aquí los evidentes vínculos textuales que hacen de Isaías 51:1-2 un eco recontextualizado de Génesis 12:1-3.

Sin embargo, el motivo abrahámico no ha concluido todavía. En manos de la interpretación isaística de la difícil situación de los exiliados, hay más que decir.

La insistencia clara e inmediata es que YHVH sigue siendo capaz de multiplicar a su pueblo mediante la bendición hacia la inmensidad. Lo que se hizo realidad con Abraham y Sara representa una invitación para que los exiliados confíen en la intención de YHVH de multiplicarlos de manera similar.

Sin embargo, es sorprendente que los versículos siguientes estén repletos de referencias a la noción paradójica, pero intensamente isaística, de subyugar a las naciones en interés propio de esos pueblos.

Prestadme atención, pueblo mío, y oídme, nación mía; porque de mí saldrá una ley, y estableceré mi justicia para luz de los pueblos.

Cerca está mi justicia, ha salido mi salvación, y mis brazos juzgarán a los pueblos; por mí esperan las costas, y en mi brazo ponen su esperanza.

Isaías 51.4-5 (LBLA)

Parece, pues, que este libro orientado hacia el futuro considera que Abraham y Sara son objetos dignos de una reflexión retrospectiva. Esto es así precisamente porque en la experiencia del patriarca y la matriarca icónicos se discierne el propósito de YHVH de bendecir a su pueblo hacia la inmensidad de un modo que tiene implicaciones globales para aquellas naciones que se encuentran unidas al pequeño pueblo de YHVH. 

Si la tradición isaística consiste en que los profetas del exilio desentrañen el significado del depósito profético que se ha convertido en su tesoro y también en conjurar el concepto estimulante de un inminente Nuevo Éxodo, también es cierto que la tradición puede remontarse aún más atrás en la larga memoria de Israel. Cuando lo hace, se convierte en un llamamiento a confiar en que la obstinada insistencia de YHVH en bendecir no sólo a Abraham y Sara, sino también a las naciones que los mirarán con buenos ojos, ha sobrevivido a la tormenta del exilio.

En manos de los intérpretes de Isaías, la retrospectiva se convierte en perspectiva y el recuerdo, en instrucción.

Es imposible abordar la enigmática figura del Siervo de YHVH (עבד יהוה) sin darse cuenta inmediatamente de que la paradoja acecha en cada sílaba. No hay forma de escapar a esta cualidad de la figura del Siervo, y el reto de una investigación sobre “¿Quién es exactamente?” debe reconocerse desde el principio. Las respuestas a esa pregunta concreta pueden no ser fáciles, pueden no llegar en singular y pueden no llegar en absoluto a menos que se reconfigure la pregunta.

En los seis primeros versículos de Isaías 49 se produce una paradoja que es fiel a la experiencia icónica de los profetas bíblicos. Por un lado, hay un profundo compromiso divino en su llamada a la vocación profética, como aquí en el propósito divino que encomienda al Siervo su improbable tarea.

Por otro lado, existe una palpable sensación de cansancio, insuficiencia e incluso fracaso en la experiencia del profeta. Así sucede en el caso del Siervo de YHVH.

Escuchadme, islas, y atended, pueblos lejanos. El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre mencionó mi nombre.
Ha hecho mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me ha escondido; me ha hecho también como saeta escogida, en su aljaba me ha escondido.
Y me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, en quien yo mostraré mi gloria.
Y yo dije: En vano he trabajado, en vanidad y en nada he gastado mis fuerzas; pero mi derecho está en el Señor, y mi recompensa con mi Dios.

Y ahora dice el Señor (el que me formó desde el seno materno para ser su siervo, para hacer que Jacob vuelva a Él y que Israel se reúna con Él, porque honrado soy a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza), dice Él: Poca cosa es que tú seas mi siervo, para levantar las tribus de Jacob y para restaurar a los que quedaron de Israel; también te haré luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.

Isaías 49.1-6 (LBLA)

La llamada y el nombre prenatales e in vitro del Siervo introducen el pasaje. Esta descripción previa cede el paso a las imágenes de la preparación del siervo por parte de YHVH, que se siguen expresando con la voz del Siervo. A continuación, un pagaré que podría parecer un ladrillo más en el camino de la gloria a la gloria.

Y me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, en quien yo mostraré mi gloria.

Isaías 49.3 (LBLA)

Sin embargo, esta previsión optimista no se ve confirmada, al menos a corto plazo. El progreso de la narración parece atrapado en un remolino de insuficiencia percibida por parte del Siervo. La enfática disyuntiva ואני אמרתי  (‘Pero yo dije…’) rompe el impulso esperanzador establecido en los tres primeros versículos del capítulo.

A la queja del Siervo responde la seguridad divina de que los esfuerzos del Siervo darán lugar a logros aún mayores. Sin embargo, esta oscilación entre la seguridad divina, por un lado, y la duda sobre sí mismo y el agotamiento, por otro, atormentará al Siervo durante toda su vida. Es probable que debamos leer el famoso pasaje del final del capítulo 40, con su uso de יגע (estar cansado) y su interacción de agotamiento y suministro divino, como si estuviera cortado por el mismo patrón. Esto no debería sorprendernos, pues es Jacob/Israel quien se queja allí, ya que es Jacob/Israel quien se identifica como el Siervo de YHVH en la mayoría o posiblemente en todos los llamados Cantos del Siervo.

¿Por qué dices, Jacob, y afirmas, Israel: Escondido está mi camino del Señor, y mi derecho pasa inadvertido a mi Dios?
¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable.
El da fuerzas al fatigado, y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor.

Aun los mancebos se fatigan y se cansan, y los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán.

Isaías 40.27-31 (LBLA)

Así pues, el propósito divino y la experiencia humana viven en una tensión incómoda y un diálogo persistente a lo largo de los pasajes del Siervo. En el mar de paradojas que es el discurso del Siervo de Isaías, esta antítesis inquieta constituye una gota innegable.