La vida nos sitúa, con frecuencia, lejos de donde preferiríamos estar.
Esa distancia rebelde puede resentirse, resistirse, puede convertirse en la raíz de nuestra saliva más amarga. Otra posibilidad es abrazar el lugar lejano como una característica de nuestra vocación. Desde allí echamos las raíces que podamos, nos instruimos en el afecto por el lugar adoptivo, pero seguimos hablando de nuestro inquieto anhelo por la ciudad lejana que perdura como morada de nuestro corazón. Incluso llamamos hogar a ese lugar lejano.
Los salmos conocen esta arraigada nostalgia y se atreven a nombrarla. A menudo, Sión -una ciudad que los materiales bíblicos se atreven a comparar con el pecho de nuestra madre- es el lugar que nos llama, el destino deseado de nuestras migraciones. Los que más reclaman sus muros suelen precedernos en el lugar. Así lo dice el salmo ochenta y cuatro:
Aun el gorrión ha hallado casa,
Salmo 84:3-4 (NBLA)
Y la golondrina nido para sí donde poner sus polluelos:
¡Tus altares, oh Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío!
¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Continuamente te alaban.
Este poema figura entre los más conmovedores de los salmos canónicos. Es imposible no citarlo en su totalidad:
¡Cuán bienaventurados son los que moran en Tu casa!
Salmo 84:4-10 (NBLA)
Continuamente te alaban. (Selah)
¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en Ti,
En cuyo corazón están los caminos a Sión!
Pasando por el valle de Baca lo convierten en manantial,
También las lluvias tempranas lo cubren de bendiciones.
Van de poder en poder,
Cada uno de ellos comparece ante Dios en Sión.
¡Oh Señor, Dios de los ejércitos, oye mi oración;
Escucha, oh Dios de Jacob! (Selah)
Mira, oh Dios, escudo nuestro,
Y contempla el rostro de Tu ungido.
Porque mejor es un día en Tus atrios que mil fuera de ellos.
Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios
Que morar en las tiendas de impiedad.
Sión es para este poeta el lugar del más profundo reposo de su corazón. De ella son las piedras sobre las que se eleva su sentimiento de pertenencia a un nivel sin precedentes, un torrente de pertenencia al que mira desde pasos lejanos como el momento más verdadero. Imagina a su comunidad cobrando fuerza a medida que avanza hacia ese lugar en su mapa mental, convirtiendo los valles llorosos en manantiales de agua pura por la mera y decidida determinación de la peregrinación.
El salmista pertenece a Sión y la ciudad a él. Allí comprende quién es y quién debe ser.
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