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Un sermón pronunciado en el Servicio Religioso de la Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia

9 mayo 2024

David Allen Baer Potter

El bus que me lleva varias veces cada semana entre Robledo y San Cristóbal pasa una cantidad de mensajes pintados en rocas, en tablas y por doquier que dicen ‘¡Cristo viene pronto!’ Es una expresión bíblica o por lo menos un concepto que nace y que existe en la Biblia. Confieso que he aprendido a callar un poco el volumen del mensaje reiterado que me asalta en esos viajes en bus. Si no, es capaz de que uno apareciera a la puerta de nuestra iglesia en San Cristóbal en un estado de exaltación suficiente pa’ despertar los muertos. O tal vez en condiciones de pánico suficientes para justificar que los hermanos me hospitalicen.

Estoy seguro de que la fe del hermano que con su pintura y su brocha evangeliza los viajeros que pasamos por esos lares es genuina, sólida y más atrevida que la mía.

Pero estoy seguro de otro detalle a la vez: que la iglesia de Cristo es, como dicen, reformada y siempre reformándose. Como tal, los hijos e hijas de la iglesia tenemos la ineludible vocación de someter todo lo que creemos y todo lo que vivimos … y todo lo que pintamos al lado de la carretera … a la luz de la palabra de Dios.


Hoy pretendo hacer eso con la manera en que anticipamos el triunfo del amor divino en la historia y más allá.


Quiero plantear una pregunta: ¿En realidad podemos esperar?

Además, quiero leer dos pasajes de los profetas del Antiguo Testamento. Observaremos una marcada semejanza entre los dos:

Primero, Miqueas 4.1-4 (NBLH):

Y sucederá en los últimos días Que el monte de la casa del SEÑOR Será establecido como cabeza de los montes; Se elevará sobre las colinas, Y correrán a él los pueblos.

Vendrán muchas naciones y dirán: ‘Vengan y subamos al monte del SEÑOR, A la casa del Dios de Jacob, Para que Él nos instruya en Sus caminos, Y nosotros andemos en Sus sendas.’ Porque de Sion saldrá la ley (תורה, instrucción), Y de Jerusalén la palabra del SEÑOR.

 El juzgará entre muchos pueblos, Y enjuiciará a naciones poderosas y lejanas; Entonces forjarán sus espadas en rejas de arado Y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, Ni se adiestrarán más para la guerra. Cada uno se sentará bajo su parra Y bajo su higuera, Y no habrá quien los atemorice, Porque la boca del SEÑOR de los ejércitos ha hablado.

Y ahora nuestro segundo texto, Isaías 2.2-4 (NBLH). Consten que ya les advertí que escucharían mucha semejanza entre los dos textos:

Acontecerá en los postreros días, Que el monte de la casa del SEÑOR Será establecido como cabeza de los montes. Se alzará sobre los collados, Y confluirán a él todas las naciones.

Vendrán muchos pueblos, y dirán: ‘Vengan, subamos al monte del SEÑOR, A la casa del Dios de Jacob, Para que nos enseñe acerca de Sus caminos, Y andemos en Sus sendas.’ Porque de Sion saldrá la ley (תורה, instrucción), Y de Jerusalén la palabra del SEÑOR.

 El juzgará entre las naciones, Y hará decisiones por muchos pueblos. Forjarán sus espadas en rejas de arado, Y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, Ni se adiestrarán más para la guerra.

Sus oídos les habrán avisado que la semejanza entre estos dos textos proféticos alcanza una exactitud casi palabra por palabra. Los mejores estudios de esta extraña dinámica sugieren que son dos variantes de un común denominador que yace a la raíz de la expectativa profética en el Antiguo Testamento. En Isaías, esta visión sirve como la visión de visiones de ese extenso libro, el motor de prácticamente cada pasaje del libro. En Miqueas, la realidad es similar. Y si esta convicción del futuro que Dios se compromete a forjar reposa en el corazón del testimonio profético, entonces de seguro debemos leer todos los pasajes ‘escatológicos’ del Nuevo Testamento a la luz de esta esperanza. Es decir, entre otras cosas debemos anticipar la salvación y la reorientación—el discipulado—de ‘todos los pueblos’ y ‘todas las naciones’.

Pero no lo hacemos.

Al contrario, tenemos expectativas flacas … desnutridas … empobrecidas, pues la ‘escatología’ es una de las áreas de nuestra vida cristiana que le hemos sacrificado al espíritu deprimente y lúgubre de nuestro mundo … nuestro mundo afligido y sufriente … nuestro mundo turbulento y confuso … nuestro mundo enfermizo y asfixiante … nuestro mundo borracho y envenenado.

Terminamos esperando que Dios logre sacarnos a unos pocos de acá para trasladarnos a latitudes celestiales más agradables.

Pero esa expectativa—si la dignificamos con el vocablo—no tiene nada que ver con la esperanza profética, que se manifiesta con constantes referencias a ‘toda carne’, ‘todos los pueblos’, ‘todas las naciones’ y otras descripciones de una humanidad redimida en dimensiones asombrosas y triunfantes.

A esa esperanza no le damos la talla. Porque hemos negociado una solución de pequeñas expectativas y esperanzas marchitadas que reducen la gloria de Dios al rescate de unos pocos mientras las multitudes sufren la inagotable llama de la ira divina.

Si una vez uno creía de esa manera, ya no puedo. La Biblia no me lo permite. La Biblia no nos lo permite.

Si voy a reclamar de manera tan atrevida una creencia—llámese ‘escatología’—que tantos sectores de nuestra comunidad evangélica afirman, sería justo que diera argumentos exegéticos y teológicos sofisticados y bien afinados. Pero no tenemos tiempo para semejante ejercicio hoy. Esa tarea queda pendiente. 

El único ofrecimiento que les traigo hoy es una lluvia de metáforas. Mi ambición es modesta. Quiero sembrar nuestra conciencia colectiva con ideas que espero nutran nuestra capacidad de esperar en grande. Quiero moverles unos centímetros en dirección de poder dar una respuesta afirmativa ante la pregunta que planteo: ‘¿En realidad podemos esperar?’

Primera metáfora: El metrónomo de Dios marca lentamente.

La Biblia presenta a un Creador y Redentor triunfante. Es más, en las Escrituras nuestro Señor bendice el mundo que Él creó por medio de su amor triunfante. 

Pero hay un problema pa’ nosotros, feligreses de la Iglesia de los Santos Afanados: El triunfo de Dios no se ve en un día … ni en un año … ni en una década … ni aun en un siglo. 

Su metrónomo redentor marca lentamente.

Miqueas e Isaías, representantes de todo un gremio de profetas bíblicos que—cada uno a su manera y conforme a sus idiosincrasias—compartían una misma esperanza, hablaron de las naciones fluyendo como un inmenso río a la ciudad del Dios de Jacob para recibir su torah, su enseñanza, su instrucción, su orientación, para luego vivir en paz y harmonía bajo el gobierno de YHVH. Cuando se atrevieron a pintar el futuro de Dios en colores que contrastaron tan radicalmente con las tinieblas de su momento histórico, ellos hablaron de algo que nunca iban a presenciar. Hablaron algo que les parecía absurdo … imposible … contrario a la naturaleza de las naciones y del mundo en que nos toca convivir con tales pueblos.

Pero al ritmo del metrónomo de Dios, somos no solo testigos sino participantes en la realización de esa visión tan radical. Tenemos la tendencia, al leer esta visión profética, de identificarnos con Israel, pero esa es una lamentable ilusión óptica. Al contrario,  somos los hijos e hijas, nietos y bisnietas de aquellos pueblos. Sin embargo, nos hemos unido al Israel de Dios y—esto debe ser más visible en un seminario que en cualquier otro lado—nos hemos dado a la tarea de volvernos aprendices … estudiantes … pupilos … discípulos de תורת יהוה, la ley del Señor.

Y aquí estamos, habiendo confluido a Sión, a lo largo de 28 siglos de ritmo redentor … marcado a paso lento … conforme al metrónomo del amor triunfante del Dios de Jacob. 

Yo sé que es difícil aceptarlo a partir de nuestra vivencia apocalíptica evangélica, pero el Señor de la historia no anda afanado. Él toma su buen tiempo. Su metrónomo marca, mide y divide la historia de la redención a paso lento.

Les confesé que lo único que tengo hoy para apoyar mi reclamo es una lluvia de metáforas. Permítanme, pues, una segunda.

 

Segunda metáfora: ¿Qué hora es?

Sospecho que el hermano anónimo que pintó las rocas en la carretera a San Cristóbal sabe a ciencia cierta que son las 11:59 p.m. 

Y siendo la comunidad evangélica que somos, en el primer cuarto del siglo XXI, sospecho que la mayoría de nosotros también asumimos que el reloj de la historia ha marcado 11:59 … p.m. De hecho, los movimientos evangélicos y pentecostales de los últimos cien años han invertido la mayor parte de sus energías escatológicas en salvajes argumentos sobre si son las 11:59 o las 11:57 … p.m.

Y quizás la hora es así de tardía. Con todo candor, yo no sé. Tú tampoco sabes.

Pero me atrevo hacer una observación ingenuamente sencilla: cada generación de cristianos ha sospechado que la generación suya es la última, que Cristo viene muy, muy pronto, y que la hora a un mínimo marca las 11:45 … p.m. Y cada generación ha sido equivocada.

¿Pero qué tal si son las 6:00 de la mañana? ¿O si es la una de la tarde?

O un poco más radicalmente, ¿si son las 2:45 de la mañana?

En ese caso, nuestra forma de esperar sería diferente. ¿Qué tal si nuestro momento, donde uno puede aterrizar en cualquier aeropuerto del mundo, grande o pequeño, y encontrar una comunidad de seguidores de Jesús dentro de minutos o un puño de horas … qué tal si esa confirmación del amor triunfante de Dios es … pues Dios apenas haciendo calentamientos? ¿Qué tal si el Señor apenas ha iniciado el camino hacia la plenitud profética, donde—Isaías otra vez—los que conocen al Señor llenarán la tierra como las aguas cubren el mar?

¿Qué hora es? ¿Está seguro? … ¿Estás segura?

Quizás la hora no es tan tarde y nos queda mucho tiempo para admirar el amor triunfante del Señor. Quizás la extensión del evangelio de estas latitudes y a otras es primicias de cosas que solo la visión profética es capaz de admirar. Quizás este mundo afligido está madrugando, camino a su medianoche de luces y de celebración y redención.

 

Tercera metáfora: Mis Medias Rojas @ 2004

Si uno es fanático del mejor equipo de beisbol en la historia humana, animal y cósmica—me refiero por supuesto a las Medias Rojas de Boston—entonces uno está moralmente obligado a odiar el principal rival, los detestables Yanquis de Nueva York. Obvio….

En el trágico y oscuro año 2003, los Yanquis nos eliminaron en el séptimo y último partido del Campeonato de la Liga Americana, por medio de una cadena de sucesos tan tristemente improbables que nos dejaron descorazonados. Nos condenaron a pasar un invierno de lágrimas.

Viene el año 2004. Una vez más, todo se ve posible. Tanto las Medias Rojas como los maléficos Yanquis ostentan una temporada magnífica y figuran entre los mejores equipos de ambas ligas del beisbol profesional en los EE.UU.

Al final de la temporada, en los llamados playoffs, se enfrentan una vez más los Yanquis y las Medias Rojas en el campeonato de la Liga Americana. Es una serie de siete partidos. Hay que ganar cuatro. El ganador avanza a la Serie Mundial. El perdedor llora y se arrastra a su casa.

Pero en 2004, las Medias Rojas han logrado consolidar los roles de varios jugadores increíbles, incluyendo latinos como el boricua Manny Ramírez, los dominicanos David Ortiz y Pedro Ramírez y un shortstop, hijo de la costa caribeña de Colombia, Orlando Cabrero. Somos fuertes. Pero los odiados Yanquis una vez más nos obstaculizan el camino a la Serie Mundial, campeonato que no hemos ganado desde 1918, cuando se nos occurió vender a los Yanquis nuestra mejor estrella, el leyendario Babe Ruth.


Esta vez los Yanquis nos humillan en los primeros tres partidos. Solo les toca ganar uno más para acabar una vez más con nuestros sueños. Es una total calamidad. Ningún equipo en la historia de las Ligas Mayores de beisbol ha podido recuperar después de una desventaja de 3 partidos a 0.  Ninguno.

Pero … pero … en una de las semanas más insuperables en la historia del deporte, las Medias Rojas ganan los próximos cuatro partidos. Avanzan a la Serie Mundial, donde ganan cuatro partidos contra 0 y se nos corona ‘campeones del mundo’. 

En estos últimos dos meses del 2024, me he dado a la tarea de ver las grabaciones de los partidos 4, 5, 6 y 7 de ese inolvidable campeonato de hace veinte años.

Yo sabía quién iba a ganar, claro, octubre del 2004 fue uno de los meses más exhilarantes de mi vida. Pero sentándome a lo largo de dos meses para ver minuto tras minuto, lanzamiento tras lanzamiento, entrada tras entrada, experimenté el mismo ardor, el mismo drama, el mismo pulso acelerado, el mismo delirio de hace 20 años. La conclusión nunca entraba en duda. Pero el play-by-play fue fascinante y conmovedor y … para este peregrino … muy real.

Yo sé quién triunfa en la historia de ese mundo … en la experiencia de la humanidad … en la redención del cosmos. Su nombre es Yahveh … Adonai … el Señor, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. 

Los profetas me lo dijeron. Su Espíritu venció mis dudas. Mi Jesús me lo confirmó. La conclusión no está en duda. El amor divino triunfará.


Pero nos toca vivir cada momento a todo color, con el drama intenso de lo que está en juego. Sufrimos, lloramos, reímos, celebramos como cualquier otro ser humano … lanzamiento por lanzamiento, entrada por entrada … pero sabemos quién triunfa a la conclusión de todo.

Mientras tanto, esperamos en grande.

Cuarta metáfora: El camino a Jardín

Muchos de ustedes saben que este semestre a Karen y a su servidor se nos ha golpeado fuertemente, principalmente mediante la pérdida de nuestro hijo Taylor. No ha sido fácil.

Cumplimos doce años de matrimonio el día 28 de abril y a mi esposa le sorprendí, arrendando una casa en las montañas alrededor del pueblo de Jardín, en el suroeste de nuestra hermosa Antioquia.

El lugar fue indescriptiblemente bello. Nos sentamos por incontables horas, admirando el juego de luz y nube que es un constante en esos espacios andinos, gozándonos en la presencia de las muchas aves que compartieron con nosotros sus vidas de constante movimiento.

De vez en cuando, cuadramos un tuk-tuk que llegaba para llevarnos al pueblo de Jardín. Siempre una aventura en ese camino rocoso y serpentino. Durante los 25 minutos entre casa y pueblo nos preguntábamos, ¿Dónde estará el pueblo? ¿Por ahí? No, creo es por allá. No jamás…


Sabíamos perfectamente bien pa’ donde íbamos. El destino era seguro. Pero era imposible en cualquier momento saber dónde estábamos. A veces la lluvia nos mojó; a ratos al tuktuk le costó subir una loma porque había mucho barro. Había un momento cuando nos preguntamos si hubiera sido mejor quedarnos en casa, pues quizás no llegábamos y la noche se volvía oscura.

La principal objeción al tipo de esperanza robusta que los profetas generan es que, pues, las cosas están tan mal. Es que … la persecución … es que los imperios …. Es que la corrupción … es que la miseria … es que la violencia … es que el nominalismo … es que …

Cristo tiene que volver pronto pa’ sacarnos a los pocos de este infierno.

Pero la esperanza que a mi criterio el testimonio bíblico engendra y sostiene es otra cosa. No niega la realidad de la maldad, de las guerras, de nada. Es una esperanza sumamente realista. Acepta que las Édades y las Épocas de Oscuridad pueden recurrir y asumir muchas formas y cobrar factura horrible.

Pero permítanme volver por última vez a mi lluvia de metáforas:

Si el metrónomo de Dios marca lentamente, su amor triunfará a ritmo suyo.

Si no tenemos ni idea qué hora es, es probable que los problemas de nuestra generación pasarán y cederán su lugar o los problemas de otra generación, sin que esto estorbe el avance de la misión triunfante de Dios.

Si al saber quién gana no le resta el color, el drama, el vigor de estas breves vidas que nos toca realizar, viviremos a todo color, con pasión por Cristo, intoxicados por la llenura del Espíritu de Dios y amando al prójimo como a nosotros mismos. Invertiremos nuestras vidas en el proyecto de Dios, encomendando los resultados a sus manos amorosas.

Y si no nos corresponde saber dónde estamos porque el destino es seguro, aunque la carretera se vuelva oscura, entonces no exageraremos la momentánea confusión que nos aflige en camino.

Y esperaremos. Sí, esperaremos.

Alinearemos nuestras vidas con aquel día cuando toda carne …. todos los pueblos … todas las naciones fluirán como inmenso río a la escuela … al aula … a la casa de nuestro Dios. Y en consecuencia los que conocen a YHVH llenarán la tierra como las aguas cubren el mar.

Somos un seminario y somos seminaristas. Por lo tanto, habrá otros momentos para considerar y debatir las implicaciones escatológicas, misionales y hasta soteriológicas de lo que compartí hoy. Eso es natural, y necesario.

Pero si quieres esperar de veras, no quiero caminar solo. Acompañémonos, pues, esperando el futuro de Dios de veras.

Amen.

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El oráculo culminante de bendición pronunciado sobre Egipto se amplía ahora para incluir lo que podría haber parecido a un oyente o lector judío de Isaías las tres naciones más importantes del mundo. El oráculo es, en este sentido, una visión global.

Aquel día Israel será un tercero con Egipto y con Asiria, una bendición en medio de la tierra, porque el Señor de los ejércitos lo ha bendecido, diciendo: Bendito es Egipto mi pueblo, y Asiria obra de mis manos, e Israel mi heredad. 

Isaías 19:24-25 (LBLA)

Esta sencilla declaración culmina el crescendo cuidadosamente construido de los cinco oráculos secuenciados, no sólo por su asombrosa reconstrucción del lugar de Israel en el mundo. También reclama el estatus de primus inter pares como la declaración suprema de la cadena, porque por primera vez YHVH habla con su propia voz, sin la mediación de un profeta.

Claramente, este oráculo -manifiestamente uno de cinco- se eleva por encima y completa el trabajo de sus compañeros.

Las dificultades interpretativas se aferran a los detalles. En primer lugar, ¿cuál es el antecedente de ברכה, una bendición? La bendición a la que se hace referencia podría ser el propio Israel. O podría ser el trío compuesto de los tres pueblos nombrados.

En segundo lugar, ¿cómo debemos entender el antecedente de la partícula relativa אשׁר y, de hecho, el sufijo pronominal de ברכו?

Abundan las reconstrucciones del sentido y la sintaxis, y el asunto es realmente complejo. Con ברכו, es posible que tengamos un texto ligeramente corrupto.

En cuanto a la primera cuestión, hay que señalar que la partícula relativa אשׁר en hebreo es indeclinable. Por tanto, la morfología no nos da pistas sobre su antecedente. Toda la carga interpretativa recae sobre la sintaxis.

La representación que hace la LBLA de אשׁר  y las palabras aledañas no precisa si la bendición de YHVH cae sobre Israel o—alternativamente—sobre Israel, Egipto y Asiria. Aunque este trío de naciones no es el antecedente más cercano posible de אשׁר, se retoman en la bendición hablada que introduce la cláusula. Esta es una interpretación muy viable y muy posiblemente refleja la intencionalidad entretejida en el texto hebreo.

Una segunda interpretación, igualmente viable, considera el antecedente de אשׁר no en términos personales que puedan representarse en español con ‘lo’, sino más bien como un antecedente impersonal que se glosa mejor con “la que”. En este caso, el antecedente es la tierra. Esta lectura tiene la ventaja de vincular אשׁר a su antecedente más cercano en el flujo de la frase. Además, evoca una tierra que ahora recibe la bendición de la reconciliación de sus habitantes humanos. No es difícil escuchar resonancias abrahámicas en esta lectura, por no hablar de las posibles armonías con el irónico motivo bíblico de la tierra que descansa después de que sus inicuos poseedores hayan sido finalmente expulsados.

Por lo que respecta a los detalles restantes, el sufijo pronominal de ברכו en 3ª persona del singular en el texto masorético, tal vez convenga reconstruir el texto. Estoy a favor de una explicación que considere la posibilidad de que la waw final de ברכו sea extraña y resulte de una confusión con una o más de las letras iniciales de la palabra יהוה. La Septuaginta parece haber llegado a una interpretación similar, si es que su versión previa corresponde con nuestro Texto Masorético.

Dejando de lado estos asuntos por el momento, la declaración final de YHVH es un retorno radical a las convicciones abrahámicas, donde el propósito de YHVH a través de Israel es la bendición para las naciones más que la mera elevación de las perspectivas de Israel.

Bendito es Egipto mi pueblo, y Asiria obra de mis manos, e Israel mi heredad.

Isaías 19:25 (LBLA)

El discurso directo de YHVH sostiene la afirmación de que Israel es ahora “el tercero en la tierra” al situarlo exactamente en esa posición después de Egipto y Asiria. Sin embargo, su dignidad en ese lugar resuena tan fuerte como siempre.

Ahora, sin embargo, Israel es visto como un componente de un compromiso mucho más amplio por parte de YHVH. Su determinación, según la afirmación isaística tan bellamente desplegada en esta secuencia de oráculos de bendición, es bendecir, formar y preservar. Los objetos de esas actividades divinas son plurales y no singulares. Podría decirse que estos objetos representan a todos los pueblos de la tierra, a la humanidad misma. Indiscutiblemente, las intenciones de YHVH se inclinan hacia las tres naciones más importantes del mundo de Israel.

El lector atento oye de fondo la segunda afirmación del canto de los Serafines en la visión generadora del libro (capítulo 6):

¡La plenitud de la tierra es su gloria! 

También se detectan reverberaciones de la Visión de Visiones del capítulo 2, donde se invita al lector a imaginar un mundo en el que las espadas se han convertido en rejas de arado y las lanzas en podaderas. Las naciones, reconciliadas allí en Sión al convertirse en estudiantes de la instrucción de YHVH, se convierten de hecho en una bendición en la tierra en lugar de la maldición más obstinada del suelo.

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Para cuando los ‘oráculos contra las naciones’ de Isaías han serpenteado hasta llegar a la denuncia de Tiro en el capítulo veintitrés del libro, el lector ha aprendido a anticipar un giro repentino de la aflicción al mal en las líneas finales de cada capítulo.

A lo largo del capítulo, las glorias producidas por los incesantes viajes comerciales de Tiro han sido profanadas. El propio mar se ha vuelto contra Tiro y Sidón, su ciudad hermana. La propia Tiro será ‘olvidada durante setenta años, la vida de un rey’ (v. 15). Sus energías ambiciosas han sido comparadas con las de una prostituta callejera. Al menos en la retórica del profeta, Tiro ha sido abatida como tantos otros vecinos de Israel.

Sin embargo, uno espera cosas mejores al llegar al esperado lenguaje bisagra del versículo 17: והיה מקץ שׁבעים שׁנה / ‘Al final de los setenta años…’ Aquí, después de todo, es donde los horizontes casi siempre se hacen más claros.

Pero si esperamos un oráculo de bendición al final de este capítulo, nos quedamos rascándonos la cabeza sobre sus detalles.

Y sucederá al cabo de los setenta años que el Señor visitará a Tiro. Entonces ella regresará a su paga de ramera, y se prostituirá con todos los reinos sobre la faz de la tierra. Y sus ganancias y su paga de ramera serán consagradas al Señor; no serán almacenadas ni acumuladas, sino que su ganancia llegará a ser suficiente alimento y vestidura selecta para aquellos que habiten en la presencia del Señor. 

Isaías 23:17-18 (LBLA)

Extrañamente, no encontramos una espléndida Tiro redimida vestida de lino blanco, bendecida por YHVH y bendiciendo la tierra. Al menos no exactamente.

En cambio, su actividad sigue siendo presentada como la de una mujer que ‘se prostituye con todos los reinos del mundo sobre la faz de la tierra’. Tiro no se ha quedado quieta. Sus incesantes andanzas no se han vuelto obsoletas durante esos setenta años olvidados.

Sólo el propósito ha cambiado, y esto dramáticamente. El oráculo del juicio contra Tiro la había descrito así:

¿Quién ha planeado esto contra Tiro, la que concedía coronas, cuyos mercaderes eran príncipes, cuyos comerciantes eran los nobles de la tierra?

Isaías 23:8 (LBLA)

Parece que no ha perdido nada de su destreza comercial. En el oráculo de la restauración -si es que eso es lo que es- su incesante compraventa sigue calificándose de prostitución. Sin embargo, sus beneficiarios han sido suplantados por otros nuevos y más nobles.

Y sus ganancias y su paga de ramera serán consagradas al SEÑOR; no serán almacenadas ni acumuladas, sino que su ganancia llegará a ser suficiente alimento y vestidura selecta para aquellos que habiten en la presencia del SEÑOR.

Isaías 23:18 (LBLA)

Si el patrón bien establecido en los oráculos de Isaías contra las naciones es nuestra estrella polar interpretativa, entonces es posible que el patrón se haya mantenido incluso aquí. Es probable que la descripción de Tiro después de sus setenta años sea una descripción de bendición e incluso de servicio a YHVH. Tal vez, entonces, la ‘prostitución’ de Tiro sea ahora una descripción irónica, más que mordaz, de su activismo comercial. Su forma no ha cambiado, pero su propósito se ha transformado.

Los ‘beneficios’ de la ‘prostitución’ de Tiro ya no se acumulan para su propia gloria, sino que ahora alimentan y visten a los hijos del Señor.

Si tal lectura capta la carga profundamente irónica del capítulo, entonces podríamos mirar hacia atrás, a las naciones que convierten las espadas en rejas de arado y las lanzas en podaderas. También podríamos mirar hacia adelante, hacia el desfile del producto cultural de las naciones en Sión, el embellecido y el embellecedor. Podríamos descubrir en esas metáforas tan dispares un modelo para la extraña transformación de este capítulo de la ‘prostitución’ comercial de una ciudad pagana en pan, vino y lana para las hijas y los hijos del amplio y acogedor abrazo de Sión.

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Cuando el lector llega al tercero de los cinco oráculos, todos los cuales desarrollan la imagen de un Egipto que de algún modo ha encontrado su camino al servicio del Dios de Jacob, la evocadora ambigüedad de las dos primeras visiones se ha desvanecido casi hasta desaparecer.

Aquel día habrá un altar al Señor en medio de la tierra de Egipto, y un pilar al Señor cerca de su frontera. Y será por señal y por testimonio al Señor de los ejércitos en la tierra de Egipto; porque clamarán al Señor a causa de sus opresores, y Él les enviará un salvador y un poderoso, el cual los librará. Y el Señor se dará a conocer en Egipto, y los egipcios conocerán al Señor en aquel día. Adorarán con sacrificios y ofrendas, harán voto al Señor y lo cumplirán.Y el Señor herirá a Egipto; herirá pero sanará; y ellos volverán al Señor, y Él les responderá y los sanará.

Isaías 19:19-22 (LBLA)

Los dos primeros de los cuatro versículos podrían interpretarse como una jactancia casi imperial por parte de Israel. La liturgia en tal lectura es llevada a cabo por los ocupantes y conquistadores judíos de Egipto. Si no tuviéramos contexto, podría aventurarse incluso que tal interpretación encaja con mayor naturalidad que cualquier otra. Los indefinidos ‘ellos’ y ‘los’ de las últimas cláusulas tendrían que ser intepretados como antepasados hebreos en una repetición de los acontecimientos del Éxodo. Este último es el único detalle de tal interpretación que podría resultar poco creíble si se tratara de ocupantes.

Aquel día habrá un altar al Señor en medio de la tierra de Egipto, y un pilar al Señor cerca de su frontera. Y será por señal y por testimonio al Señor de los ejércitos en la tierra de Egipto; porque clamarán al Señor a causa de sus opresores, y Él les enviará un salvador y un poderoso, el cual los librará.

Isaías 19:19-20 (LBLA)

Pero los versículos finales de esta viñeta descartan tal lectura. Aquí, el lenguaje de conocimiento mutuo entre YHVH y los egipcios identifica claramente a los adoradores como auténticos y no forzados, y como egipcios y no como judíos. Lo mismo ocurre con la transparente evocación de los egipcios adorando a YHVH ‘con sacrificios y holocaustos’ y con la realización de votos a YHVH.

Ahora estamos muy lejos de lo que he argumentado que es la estudiada ambigüedad de los dos primeros oráculos del giro de Egipto. Incluso hemos superado la rudimentaria alusión de los dos primeros versículos de este oráculo para adentrarnos en una espectacular escena de culto egipcio a YHVH que apenas puede imaginarse desde la perspectiva del nacionalismo judío.

Sin embargo, es el versículo final el que ancla este extraordinario oráculo en el ritmo establecido de herir y curar, que es una característica distintiva de la carga isaística.

Y el Señor herirá a Egipto; herirá pero sanará; y ellos volverán al Señor, y Él les responderá y los sanará.

Isaías 19:22 (LBLA)

Desde cualquier punto de vista que tome el canon bíblico como punto de partida, se trata de una declaración sobrecogedora. En mi opinión, alude a una pauta inherente a la relación de YHVH con Israel que resulta evidente ya en el capítulo introductorio del libro. Allí no se piensa en Egipto ni en ninguna otra nación extranjera. En el texto de ese primer capítulo y en su contexto, la enemistad de YHVH se dirige contra Jerusalén y Judá y sólo contra ellos. Es necesaria una cita ampliada.

¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel, la que estaba llena de justicia! Moraba en ella la rectitud, mas ahora, asesinos.
Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está mezclado con agua.
Tus gobernantes son rebeldes y compañeros de ladrones; cada uno ama el soborno y corre tras las dádivas. No defienden al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda.

Por tanto, declara el Señor, Dios de los ejércitos, el Poderoso de Israel:
¡Ah!, me libraré de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. También volveré mi mano contra ti, te limpiaré de tu escoria como con lejía, y quitaré toda tu impureza. Entonces restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como al comienzo; después de lo cual serás llamada ciudad de justicia, ciudad fiel.

Isaías 1:21-26 (LBLA)

Esta notable característica de un capítulo introductorio que establece múltiples temas que se desarrollarán a lo largo de los sesenta y cinco capítulos siguientes presenta el mismo tipo de ‘herida’ redentora que vislumbramos en el capítulo 19 de Isaías. YHVH ejecuta su ira y venganza contra su propio pueblo, entendido como Judá y Jerusalén. Sin embargo, cuando vuelve su mano contra ellos, el resultado no es letal, sino más bien reparador. No son exterminados. Por el contrario, son purificados. La ciudad recupera la rectitud y la fidelidad que fueron su supuesto principio.

El tercer oráculo de restauración de Isaías 19 aplica esta misma inclinación divina al destino de Egipto. Allí, la enemistad de YHVH hiere para curar. El proceso va acompañado de la prometida atención divina al clamor de los corazones egipcios. La breve y sumaria declaración del oráculo es sencilla, pero difícilmente previsible para la nación cuyo antiguo gobernante faraónico se recuerda en los hogares y corazones judíos como el opresor emblemático de las madres y padres del pueblo:

…y Él les responderá y los sanará. 

La visión isaística del giro de Egipto en los dos oráculos de bendición restantes ampliará aún más el destino del proverbial opresor de Israel en el Nilo. Abarcará incluso a Asiria, ese otro gran imperio maligno, en su alcance redentor. Sin embargo, sería una lástima precipitarse demasiado rápido en lo que el profeta nos ha invitado a imaginar, mientras Egipto sigue sosteniendo nuestra mirada.

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Podría argüirse que el giro redentor más asombroso de los oráculos de Isaías contra las naciones tiene que ver con los egipcios. El hecho de que el profeta pueda imaginar a estos opresores históricos de Israel volviéndose hacia YHVH y encontrándose con su bienvenida dice mucho de la tradición isaística. Debería inquietar a cualquier lector que espere encontrar aquí la típica denuncia de un antiguo adversario en tono triunfal.

Isaías nos ofrece algo muy distinto de eso, alejado de las convenciones, ajeno al nacionalismo religioso ordinario de cualquier tipo.

Después de que el sadismo de la caída imaginaria de Egipto haya seguido su curso, los versículos 16 a 25 del capítulo decimonoveno nos ofrecen no menos de cinco breves relatos del giro redentor de Egipto. Cada una de ellas se introduce con la conocida pero indeterminada expresión ביום ההוא (‘En aquel día…’).

Dentro de la retórica profética, el momento imaginado de la nueva y mayor gloria de Egipto -en contraste con la falsa sabiduría que se ridiculiza en los diecisiete primeros versículos del capítulo- no es menos cierto por ser difícil de fechar. El profeta habla de algo que va a suceder, aunque no se esfuerza por precisar cuándo podría ocurrir.

En las ediciones modernas de la Biblia, el primero de los cinco oráculos de la restauración suele agruparse con el oráculo contraEgipto que le precede, sin duda porque su tono parece encajar mejor con esa lúgubre letanía que con las brillantes promesas que le siguen.

Esto me parece erróneo. Prefiero dejar que la fórmula ביום ההיא realice su trabajo natural de anclar los versículos 16-17 como el primero de cinco oráculos de bendición, aunque esto nos obligue inmediatamente a explicar cómo las palabras de terror pueden hablar de buena fortuna.

En aquel día los egipcios serán como las mujeres, y temblarán y estarán aterrados ante la mano alzada que el Señor de los ejércitos agitará contra ellos. Y la tierra de Judá será terror para Egipto; todo aquel a quien se la mencionen quedará aterrado de ella, a causa del propósito que el Señor de los ejércitos ha determinado contra él. (Isaías 19: 16-17 LBLA).

De hecho, este oráculo aparentemente condenatorio se refiere dos veces a YHVH moviéndose contra Egipto, primero por medio de la mano que levanta contra ellos y luego otra vez por medio del consejo o plan que YHVH ha planeado/aconsejado contra ellos.

¿No es absurdo encontrar bendición en tal furia?

En circunstancias ordinarias, sin duda lo sería. Pero la concepción de redención de este libro no es ordinaria. Ya hemos visto que el vocabulario recurrente de lo que son manifiestamente cinco oráculos comienza aquí y continúa textualmente en los cuatro restantes. Dado que las cuatro últimas declaraciones son asombrosamente positivas en cuanto a su resultado, podríamos sospechar que la primera no es totalmente atípica en este sentido.

Tal sospecha hermenéutica de que aquí acechan cosas mejores encuentra corroboración en la declaración sumaria del tercero de los cinco oráculos, donde el versículo 22 emite un veredicto asombroso:

Y el Señor herirá a Egipto (ונגף); herirá pero sanará (נגף ורפוא); y ellos volverán al Señor, y Él les responderá y los sanará (ורפאם).

Isaías 19:22 (LBLA)

Mi presentación del texto anterior pretende ilustrar el conmovedor despliegue de dos verbos isaísticos de amplio y resonante significado: נגף, herir; y רפא, sanar. El lector atento habrá descubierto desde el primer capítulo del libro que YHVH hiere a su pueblo con intención redentora. Jacob no conocerá la curación y no hay restauración sin el fuego de la aflicción, sin pasar por la Gran Calamidad del exilio que es obra del propio YHVH.

Sin embargo, aquí la misma dinámica se extiende al vecino pagano de Israel, con ademanes redentores no más débiles por el detalle de que el objeto de las extrañas ministraciones de YHVH son los a menudo odiados egipcios en lugar del propio Jacob/Israel/Judá de YHVH.

Si permitimos que la arquitectura de Isaías 19 hable tan alto como sus palabras, entonces estamos obligados, en mi opinión, a leer la extraña obra de herir-para-sanar en los versículos 16-17. Al hacerlo, el levantamiento tanto de la mano divina como del plan divino contra Egipto es de hecho penúltimo, un paso en el camino hacia su gloria mayor e inclinada por YHVH. Isaías 19:16-17 es, en efecto, un oráculo de bendición, una palabra extraña en la que el oscuro terror da a luz una eventual luz brillante.

También el עצת יהוה -el notorio consejo de YHVH de Isaías- se escapa de las manos de la gestión convencional. YHVH no es para ser administrado o manejado, el profeta parece sugerir. Sus caminos desafían la comprensión.

Él es exageradamente extraño. Nunca lo imaginarías.

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Los oráculos contra las naciones del libro de Isaías pueden ser bastante salvajes en cuanto a la degradación prevista de los pueblos que han sido crueles con Israel/Judá. La caída que se prevé para ellos es recibida con una gran alegría por el mal ajeno.

Seis de los siete versículos del capítulo 18 se entregan a este tipo de celebración vengativa a costa de Cus, o Nubia/Etiopía. Aunque enigmático en sus detalles alusivos, el oráculo es perfectamente claro en su sed de la caída de una nación lejana, una cuya movilidad histórica quizás hace que sea fácil entender que no es lo suficientemente lejana.

El sexto verso cierra el oráculo con una burla que hiela la sangre. ¿Qué podría ser más patético que caer de la gracia cuasi imperial y convertirse en el suelo bajo las garras y los pies de simples animales?

Juntos serán dejados para las aves de rapiña de los montes, y para las bestias de la tierra; pasarán allí el verano las aves de rapiña, y todas las bestias de la tierra allí invernarán.

Isaías 18:6 (LBLA)

Sin embargo, estos oráculos salvajes tienden a oscilar bruscamente sobre una bisagra redentora. Cuando lo hacen, descubrimos una frase temporal que señala un momento de restauración más allá de la destrucción que el profeta espera con tanta pasión.

En este capítulo, la visión de la bendición posterior ocupa un solo versículo.

En aquel tiempo será traído un obsequio al Señor de los ejércitos de parte de un pueblo de alta estatura y de piel brillante, de un pueblo temido por todas partes, de una nación poderosa y opresora, cuya tierra surcan los ríos, al lugar del nombre del Señor de los ejércitos, el monte Sión.

Isaías 18:7 (LBLA)

La cláusula hebrea בעת ההיא genera el español ‘(en) aquel momento’ y sitúa las circunstancias inversas de Cus en un futuro indeterminado. De hecho, el libro emplea un puñado de expresiones sinónimas que hacen lo mismo. Por lo general, no aportan ninguna información sobre las formas y los medios del giro radical de los acontecimientos que introducen. Simplemente indican que hay algo más en la historia. Luego, rápidamente, el profeta lo cuenta.

En mi opinión, una declaración como la de Isaías 18:7 no puede descartarse como un simple sometimiento imperial de un enemigo con su desfile de esclavos por tributo. En estos oráculos contra las naciones hay demasiados modelos de condenación y bendición con los que hay que contar para interpretar un versículo como éste. Hay también un vocabulario de esperanza-realización que aparece con frecuencia en medio de tales giros de la fortuna. 

Aquí hay algo más que simple subyugación. También hay cumplimiento.

Tomados como un conjunto, este oráculo promete un futuro terrible a Cus. Y luego uno hermoso.

Los intérpretes del libro llamado Isaías a menudo no han resistido el esfuerzo de asignar simplemente los dos fenómenos -separados y unidos como están por una breve bisagra temporal- a dos manos. La primera sólo puede imaginar el infortunio de los supuestos enemigos de Israel. La segunda aporta un correctivo radicalmente diferente a la conversación, al tiempo que permite que el propio oráculo del ay se mantenga.

Debe haber algo más que esto en la disposición canónica. De una manera que, dentro de las limitaciones de este libro, desafía la penetración, la visión isaística abarca un propósito más profundo por parte de YHVH con respecto a las naciones. Este compromiso divino secundario y posiblemente más profundo es aproximadamente paralelo a la expectativa de una purificación devastadora que Israel mismo debe sufrir en el camino hacia su rehabilitación Sión-céntrica.

Si nos armamos de valor y paciencia para adentrarnos en la cosmovisión isaística, llegamos a la conclusión de que YHVH no está simplemente en contra de las naciones. De hecho, está a favor de ellas en términos análogos a su apasionada buena voluntad hacia Israel.

Sin embargo, el camino hacia su misericordia restauradora es -también en este caso- largo, oscuro y salpicado de sangre.

Así pues, este enigmático pergamino acecha inquieto en los corazones y las mentes de los lectores atentos, convirtiéndose -de algún modo y junto con el Deuteronomio y los Salmos- en el legado documental más preciado de Israel y de la Iglesia cristiana primitiva.

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Cuando el libro llamado Isaías aborda simultáneamente el futuro de Judá y el de ‘las naciones’, se produce una ambigüedad persistente en la descripción de estas últimas.

Las naciones aparecen a menudo como trabajadores forzados al servicio de Judá y Jerusalén restauradas. Su suerte no parece ni feliz ni elegida.

Sin embargo, con gran frecuencia estas representaciones también incluyen una alusión a la elección de un voluntario que se apunta a un trabajo difícil que de alguna manera mejora su situación, incluso satisface un profundo anhelo.

El decimocuarto capítulo del libro, más famoso por su célebre y sarcástica burla al rey caído de Babilonia, comienza con una viñeta de dos versos del tipo que he mencionado.

Cuando el Señor tenga compasión de Jacob, escoja de nuevo a Israel y los establezca en su propia tierra, entonces se les juntarán extranjeros que se unirán a la casa de Jacob.Los tomarán los pueblos y los llevarán a su lugar, y la casa de Israel los poseerá como siervos y siervas en la tierra del Señor. Tomarán cautivos a los que los habían llevado cautivos, y dominarán sobre sus opresores.

Isaías 14:1-2 (LBLA)

La declaración inicial despliega tres fragmentos de lenguaje promisorio familiar, ricamente cargados de denotaciones y connotaciones del obstinado compromiso de YHVH de restaurar a su pueblo cautivo. Me refiero a las palabras רחם, בחר y נוח, aquí traducidas en su contexto como las porciones verbales de tenga compasión de Jacob, escoja de nuevo a Israel y los establezca en su propia tierra.

No es difícil imaginar que esta promesa se desarrolle sin referencia a nadie excepto a los beneficiarios de las misericordias restauradoras de YHVH. Sin embargo, a Jacob/Israel le acompañan de hecho ‘naciones’ que sirven de encargados de los cautivos israelitas que regresan y que se identifican además como ‘esclavos y esclavas’, como antiguos captores ahora convertidos en cautivos y como antiguos opresores de Jacob.

El cuadro encaja perfectamente en un giro narrativo de justicia poética.

Sin embargo, hay más -atrapados entre la afirmación de la actividad redentora de YHVH y la descripción de los improbables siervos de Israel- y es en este detalle adicional donde vislumbramos una ambigüedad que sólo puede describirse como estudiada:

…entonces se les juntarán extranjeros que se unirán a la casa de Jacob.

El lenguaje de esta descripción no es el de simples cautivos. Aquí hay decisión. Hay elección. De hecho, hay inclusión e incluso lo que los modernos llamamos conversión, mediada por los verbos ונלוה (se les juntarán) y ונספחו (y se unirán). Es prácticamente imposible imaginar esta doble acción como un servilismo forzado. De hecho, es el lenguaje de un echar la suerte, de un cambio de identidad, de una unión existencial a una entidad a la que uno ha sido previamente ajeno.

Bajo tal escrutinio, la promesa de este breve oráculo se hace más clara. Jacob/Israel no es el único beneficiario de la poderosa misericordia de YHVH. El menos probable, el antes adversario, el opresor de discurso áspero participa de algún modo junto a las hijas e hijos inmediatos de YHVH.

Sin embargo, no deja de ser un súbdito e incluso un esclavo, no se limita solamente a encontrar un lugar entre los regocijados judíos que regresan a Sión, no pierde su identidad como hijo de ‘las naciones’ y antiguo captor. El texto desconoce el proverbial crisol de culturas. El futuro que atesora es robusto, no está mezclado.

El libro llamado Isaías, aquí como tantas veces, gira en torno a la ambigüedad intencionada que envuelve las acciones más codiciadas de YHVH en un misterio que le queda bien a él.

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