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Posts Tagged ‘Levítico 11’

El intento de codificar las prescripciones levíticas según algún esquema lógico suele tropezar con la propia arbitrariedad de las distinciones consagradas en estas complejas directrices.

Al ‘distinguir’ -la palabra se repite- entre limpio e impuro, los sacerdotes parecen estar adiestrando a Israel en el arte de obedecer instrucciones inescrutables que les fueron entregadas por la enigmática deidad a la que los Salmos se refieren como ‘la del Sinaí’.

Se trata de un concepto muy poco moderno, que de hecho roza la sensibilidad de toda la conciencia posterior a la Ilustración, sobre todo la de Descartes, cuyo posicionamiento radical del yo pensante, razonador y sensorial en el centro de la realidad sigue vivo en un millón de imitaciones.

¿Qué se puede hacer con una religión tan intransigente? ¿Cómo puede uno respetarse a sí mismo cuando las razones de la práctica diaria a la que uno se compromete quedan tan a menudo envueltas en esa oscuridad que es la voluntad divina?

Consideremos a los hijos de Aarón.

Su fatal error religioso fue poco original. No inventaron una nueva religión, una nueva concepción de la persona divina. Ni mucho menos.

Al darse cuenta de la potencia de la presencia divina, del poder de la adoración, tomaron el asunto en sus manos. El texto, taciturno cuando se trata de realidades espirituales, sólo nos dice que ofrecieron fuego “extraño” ante el Señor.

Con vívida justicia poética, un fuego sale del Señor para consumirlos.

Qué completamente no occidental es este reconocimiento del poder divino en tal encuentro espiritual. El texto no parece coquetear con el reduccionismo que podría emplear un análisis sociológico metaforizado de la rebelión contra la autoridad mosaica/aarónica. Más bien aparece la observación ingenua del poder reaccionando contra el reflejo humano de tomar el control de la fuerza espiritual con motivos interesados, el tipo de franqueza que caracteriza a la mayoría de la humanidad actual cuando habla o piensa en las realidades espirituales.

El texto bíblico borraría nuestra distinción entre lo arbitrario y lo real. Si se acepta la invitación a entrar en el mundo conceptual de la Biblia, el penúltimo papel del análisis crítico se convierte en un hecho, un sometimiento del alma humana que la mente occidental encuentra grotesco. Las cosas más fundamentales de la realidad creada, se nos invita a considerar, permanecen arbitrarias en la interfaz con el encuentro humano.

El fuego debe ofrecerse de esta manera, no de aquella. Al violarse esta prohibición, el fuego divino no se convierte en una herramienta en manos de los innovadores, sino en una llama consumidora que apaga a los que optan por el camino más fácil del mando y control.

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Cuando podríamos haber esperado la ira paterna o la furia rebelde o el aullido más fuerte del dolor, Aarón sólo nos da el silencio. Es una quietud enigmática, incluso misteriosa. Tras la ejecución sumaria por parte de YHVH de sus hijos Nadab y Abiú por la ofensa de ofrecer ‘fuego extraño’ no solicitado en el altar de YHVH, la quietud de Aarón es susceptible de más de una interpretación:

Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron sus respectivos incensarios, y después de poner fuego en ellos y echar incienso sobre él, ofrecieron delante del Señor fuego extraño, que Él no les había ordenado. Y de la presencia del Señor salió fuego que los consumió, y murieron delante del Señor. Entonces Moisés dijo a Aarón: Esto es lo que el Señor habló, diciendo:
«Como santo seré tratado 
por los que se acercan a mí, 
y en presencia de todo el pueblo 
seré honrado». 
Aarón guardó silencio.

Levítico 10:1-3 (LBLA)

Tal vez el silencio de Aarón habla de su resignación ante la respuesta judicial de YHVH a la innovación de sus hijos. Su boca cerrada puede incluso representar la aprobación a la circunstancia, un reconocimiento tácito de que la muerte de los religiosos imprudentes -aunque sean de carne y hueso- es justa y apropiada.

Por otra parte, la negativa de Aarón a asumir alguna de las ruidosas prerrogativas del duelo puede señalar que su percepción de los acontecimientos nada contra la corriente del texto. Desde este punto de vista, la idoneidad del programa de YHVH y de Moisés -pues ambos no pueden separarse- no es evidente y quizá incluso sea digna de sospecha. Aquí, Aarón guarda silencio porque no puede dar su ‘¡Amén!’ a la interpretación de Moisés de las palabras anteriores de YHVH sobre ser santificado y glorificado ‘por los que están cerca de mí’.

Tal vez para Aarón las buenas intenciones de los sacerdotes en servicio deberían tener un poco de flexibilidad cuando las cosas van mal. El silencio de Aarón puede hablar en voz alta de una emoción tumultuosa que no excluye un enfurecimiento ante la dureza letal de YHVH.

Una interpretación que va en esta dirección me parece que capta la declaración, de otro modo innecesario, de que ‘Aarón permaneció en silencio’. Aarón está luchando. Aarón está perturbado. Aarón ve la luz al final del túnel entre la forma de Moisés de seguir al Dios en el Sinaí y la suya propia.

Si esto es correcto, el texto se pone claramente del lado de Moisés. De hecho, el silencio de Aarón se convierte en algo así como una acusación.

Haciendo frente a las actitudes casuales hacia la adoración, el libro del Levítico desarrolla un argumento de varios niveles para la precisión en el seguimiento de las prescripciones litúrgicas de YHVH. En estas instrucciones para el sacrificio hay poco espacio para la espontaneidad. La sinceridad del adorador no emerge como lo principal. La repetida expresión ‘tal como lo ordenó YHVH’ se encarga de ello.

Es bueno que el lector reflexione sobre el abismo que hay entre esa visión de la adoración y las que prevalecen en nuestros tiempos. A la luz de tales exigencias, una respuesta aarónica -silencio indignado- es una opción clara. El texto bíblico sugiere que no es la adecuada. Se podría comenzar, entonces, sometiendo el ídolo de la autoexpresión a un análisis cuidadoso. ¿Se trata realmente de mi sinceridad ante Dios? O acaso hay un axioma previo, uno que es reconocible a la luz del texto del Levítico como una preocupación por hacer ‘exactamente lo que YHVH ha ordenado’.

Aunque este replanteamiento podría frenar la mayor parte de lo que hacemos hoy en la adoración colectiva, es poco probable que la pausa nos perjudique. Al contrario, puede darnos tiempo para discernir en nuestra compañía el ocasional resplandor de un fuego extraño.

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