José, en su madurez, es uno de los personajes más atractivos de las narraciones patriarcales de Israel. Hemos visto su ensoñación juvenil y hemos sentido una leve aversión ante ella. Incluso el modo en que juega con sus hermanos cuando éstos llegan a Egipto en busca de grano y no reconocen a José con sus vestiduras egipcias deja que uno se pregunte si todavía hay demonios oscuros revoloteando en el alma de este hombre, si alguna vez podrán ser subyugados ahora que la agencia corruptora del poder se ha unido a ellos.
Sin embargo, al final José parece haber aprendido a amar y, ciertamente, a perdonar.
Tras la muerte de su padre Jacob/Israel y la elaborada peregrinación de luto que concluye con el entierro de sus huesos en el suelo de Canaán, la tropa regresa a Egipto. Sin el salvoconducto que la vida de su padre -mientras duró- proporcionó a los hermanos antes de José, les aterra la idea de que ahora éste último se vengue por la forma despiadada en que lo dieron por muerto décadas antes en el desierto.
Tal vez con cierta justificación, se acercan a David y le suplican con la autoridad de su padre que les perdone este agravio y los acepte como sus esclavos en Egipto. José está horrorizado, pero su horror ante la idea se ve atenuado por lo que parece ser compasión:
Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no temáis; yo proveeré para vosotros y para vuestros hijos. Y los consoló y les habló cariñosamente.
Génesis 50:19-21 (LBLA)
Cuando el libro del Génesis ha llegado a su fin, su sucesor -Éxodo- retoma la narración alertando a su lector de que los descendientes de los hijos de Jacob se han convertido en una tribu numerosa, incluso en una nación dentro de Egipto.
Podría haber sido de otra manera. Si José no hubiera aprendido a ser humilde ante los inescrutables propósitos de YHVH, si su corazón no se hubiera engrandecido en el proceso, los viejos huesos de Jacob podrían haberse convertido en tierra, abandonados en Canaán. Sin nadie que los cuide. Nadie que los llore. Poco prometedor.
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