El Salmo sesenta y ocho se refiere a una deidad en procesión con una expresión arcaica que podría traducirse como: “Él del Sinaí”.
La fe de Israel no comienza con abstracciones ni con generalizaciones sobre una deidad cósmica y sus reglas inmutables. Más bien, la fe en YHVH comienza para Israel con el recuerdo de una liberación que le hace perder el poder invencible que era Egipto, su captor. Con el tiempo, la fe de Israel generará exquisitas afirmaciones sobre la creación y su solidez, sobre las estructuras intemporales de la realidad bajo el gobierno de YHVH, sobre la sabiduría que se requiere para habitar un lugar así.
Pero no al principio. En el inicio de su fe se encuentra el recuerdo de haber sido rescatado, de la liberación, del sustento contra todo pronóstico.
En semejante contemplación nace el sobrenombre “Él del Sinaí”:
Oh Dios, cuando saliste al frente de tu pueblo,
Salmo 68:7-8 (LBLA)
cuando marchaste por el desierto, (Selah)
tembló la tierra; también se derramaron los cielos
ante la presencia de Dios; el Sinaí mismo tembló
delante de Dios, el Dios de Israel.
El Sinaí es, en la narración del éxodo de Israel de Egipto, un lugar para recuperar el aliento. Sin embargo, es mucho más. Es el lugar donde esta banda de esclavos fugados se constituye en nación. En esencia, es el monte donde el divino Rescatador de Israel—el Dios de sus padres recién incorporado a la escena histórica—trajo a Israel sin aliento hacia sí y proporcionó el libreto por el que sobrevivirían a esa proximidad sin matarse unos a otros.
YHVH el Rescatador, YHVH el Protector, YHVH el Dador de la Torá, todo ello contribuye a la facilidad con que el salmo se refiere a “Él del Sinaí”.
Pero no se trata de un mero análisis retrospectivo de la historia. Israel recita este salmo con una necesidad ansiosa y a veces desesperada de que YHVH vuelva a ser este militante. “Él del Sinaí” es precisamente el que Israel necesita que su Dios vuelva a ser para él una vez más:
El Dios tuyo ha mandado tu fuerza;
Salmo 68:28 (LBLA)
muestra tu poder, oh Dios, tú que has obrado por nosotros.
Así leemos los Salmos. Así los necesitamos.
Así saludamos un nuevo día con su mezcla letal de ansiedades y amenazas, suplicando a un Dios en procesión que haga esta mañana lo que logró para aquellos esclavos cubiertos de polvo que se reunían inquietos ante la montaña cuyo nombre Le da el salmista.
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