El primer trozo del libro bíblico que llamamos Levítico en honor a su preocupación con la labor sacerdotal de los hijos de Leví inicia el empleo de dos vocablos cuya presencia representa un fenómeno estable a lo largo del proyecto. Se trata de las palabras traducidas por ‘aceptable’ (hebreo: ratson y sus derivados) y ‘grato’ (hebreo: noach).
Las expresiones indican que existe un problema de dos facetas.
En primer lugar, existe la posibilidad de una estado de no ser aceptable.
En el segundo, figura la presencia de alguien que necesita ser complacido.
Este dilema doble entra como la estructura profunda sobre la cual la historia de Israel en el Pentateuco y más allá se desenvuelve.
YHVH ha convocado ‘la congregación de Israel’ a que habite en su compañía, pero la misma cercañía resulta problemática para las dos partes.
Sin un mecanismo o un proceso que regule la dinámica Dios-pueblo, Israel no sobrevivirá el ‘privilegio’ de tener tan cerca a su deidad. Sin lo mismo, YHVH pasará sus días constantemente airado y—a lo mejor—terminará destruyendo los mismos objetos de su extraño amor.
Las páginas de Levítico, en consecuencia, profundizan en la elaboración de un tal sistema regulador. YHVH mismo es el autor intelectual de este arreglo. Moisés y los hijos de Leví son sus agentes humanos.
YHVH aporta una manera en que la presentación de un objeto (animal o grano) que substituye por las personas que realizan la mencionada ofrenda pueden escuchar con seguridad el pronuncamiento de que su substitución ha sido ‘aceptable’ delante de YHVH.
A la vez, YHVH experimenta una consecuencia real mediante el proceso. Empleando atrevidamente el lenguaje convencional de una cosmovisión politeísta, Levítico afirma que la deidad de Israel inhala el aroma de semejante ofrenda como aroma grato.
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