Jesús estuvo en su propia casa en dos sentidos cuando lo descubrimos en su rol de protagonista en el cuarto capítulo del evangelio de Lucas.
La primera vez, después de la ardua prueba a la que fue sometido en la compañía del diablo en los desiertos de Judá, él vuelve a la aldea de su crianza:
Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito…
Aunque la historia de su retorno a Nazaret termina mal, estos momentos están saturados de satisfacción y familiaridad.
Jesús también se hace presente en su casa cuando se trata del legado bíblico de su pueblo. Abriendo el rollo del profeta Isaías, Jesús lo lee con destreza. A la vez, se da a la tarea de interpretarlo, sin duda a la luz de la conciencia que viene desarrollando a través de su bautismo y la lucha reciente con el diablo en el desierto.
Su mirada cae sobre las líneas que describen la figura enigmática del siervo de YHVH en el libro de Isaías. Lo específico y la corporeidad de este personaje figurativo generan reflexión y discusión sobre su identidad dondequiera que aparezca.
… y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.
Enrollando el libro, lo dio al ministro, se sentó; los ojos de todos los concurrentes a la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
La audaz atribución que Jesús hace a su propia persona en lo referente a este personaje de las antiquísimas líneas de Isaías, sella su destino en Nazaret. Si estuvo en casa para detenerse en la sinagoga para leer—que por las evidencias, era su costumbre—las últimas palabras que el narrador nos ofrece consisten en la declaración de que esta aldea ya no hallará espacio para semejante y jactancioso rebelde.
Curiosamente, el evangelista no concluye el pasaje que Jesús leyó. Es posible que Jesús mismo se detuviera y no concluyera la línea de su lectura. Los intérpretes de Lucas suelen trazar con gran importancia la próxima cláusula de Isaías, la que según el reporte de Lucas, Jesús no leyó: y el día de venganza del Dios nuestro.
Quizás debamos considerar que Jesús tenía el interés de comunicarnos cuál era su función primaria respecto a los propósitos de YHVH, y no contempla la venganza de la cual Isaías hace mención, Jesús prefiere mantenerse callado por el momento, respecto a esta última sentencia.
Esta interpretación, aunque apela a nuestros instintos, pierde una porción de su credibilidad cuando consideramos que el texto de Isaías incluye a Jesús en sus prometedoras palabras y ¿cómo es entonces posible que Jesús omitiera leerlas?:
… a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.
Posiblemente, debemos asumir que Lucas nos trasmite solo un reporte parcial de los hechos y que Jesús en realidad, leyó el extracto profético completo del día, incluyendo las palabras ‘excluidas’ y varios versos más.
Tal y como se desee interpretar este detalle, el evangelio nos presenta un gran desafío: perfilar en los hechos, las palabras y la persona de Jesús—antes de Nazaret y después una persona non grata del lugar—en el mismo siervo de YHVH que en tiempos de antaño fue presentado como agente amado y efectivo del Dios redentor de Israel.
La aparente acogida que estos dos contextos le dan a Jesús—su pueblo y su escritura—pronto se convertirán en elementos contundentes de conflicto y rechazo. En la práctica redentora de YHVH, con frecuencia vemos a los primeros depositarios de su acción convertidos en los adversarios y aún asesinos de sus actuales agentes.
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