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Posts Tagged ‘Salmo 78’

Tanto el Salmo 77 como el 78 aluden al pasado, hasta el punto de emplear el mismo vocabulario para llegar a él, para recuperarlo y definirlo con palabras.

Sin embargo, los dos poetas ven un panorama diferente. El autor del salmo setenta y siete examina un pasado glorioso desde las dolorosas ansias de un presente en el que Dios se ha ausentado. De hecho, su lenguaje -lleno de pathos- se atreve a sugerir que Dios ha cambiado. La deidad de aquellos buenos años ya no habita con su pueblo:

Has mantenido abiertos mis párpados;
estoy tan turbado que no puedo hablar.
He pensado en los días pasados,
en los años antiguos.
De noche me acordaré de mi canción;
en mi corazón meditaré;
y mi espíritu inquiere
¿Rechazará el Señor para siempre,
y no mostrará más su favor?
¿Ha cesado para siempre su misericordia?
¿Ha terminado para siempre  su promesa?
¿Ha olvidado Dios tener piedad,
o ha retirado con su ira su compasión? (Selah)
Entonces dije: Este es mi dolor:
que la diestra del Altísimo ha cambiado. 

Salmo 77:4-10 (LBLA)

Quizá el aire muerto de un ateísmo conveniente sea mejor que esto, la agonía al filo de la navaja, la de Job, de quien ha conocido a Dios y luego ha descubierto que ha huido. O cambiado. Un tal teísmo ni sirve como opio para el alma, es más bien su tormento. Uno no construye una fe así para hacer frente a las desdichas de la vida. Por el contrario, uno descubre su lado más sórdido al haber conocido a Dios cuando los tiempos eran mejores y luego encontrar imposible negarlo cuando las circunstancias se descomponen.

No hay consuelo en el resto del salmo, sólo memoria. De manera inusual, el salmo 77 no muestra ningún movimiento hacia la solución. La confianza se muestra evasiva. Sólo la memoria, su precuela, entra en escena. Los que sufren saben que por cada onza de confianza que se sirve, la memoria reclama primero su libra de angustia.

¿Y si, como se atreve a declarar este salmista, Dios ha cambiado?

El Salmo 78 mira hacia atrás, hacia un pasado configurado de forma diferente. Israel ha sido rebelde hasta la médula, duro de corazón desde su nacimiento. El poeta habla de ‘enigmas de la antigüedad’ a su generación. Estas son las sílabas de la teodicea, la justificación de YHVH por su obstinada bondad hacia un pueblo cuyas lenguas eran conocidas por la mentira, y sus corazones corroídos por la ingratitud hasta el mismo borde del abismo.

Sin embargo, YHVH persiste, prepara su tierra para ellos, construye su santuario para ellos, elige a su rey para ellos.

Su corazón -o el de su rey-pastor David, es difícil saberlo- ‘las cuidaba, y las guiaba con la destreza de su mano’.

Esa mano, dice el poeta anterior, ‘ha cambiado’, guía sólo para aplastar, busca para sus ovejas el precipicio, las destierra de su tierra.

‘Oh, Dios’, ruegan los salmistas en su lamento colectivo, ‘ven a nosotros de esta manera y no de esa otra’. En su templo, YHVH escucha el dolor, inclina su oído a la murmura de la confianza. Desnuda su brazo.

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