El orden no es un hecho. Es más bien un logro.
Las revoluciones fracasan porque no comprenden que la eliminación de un statu quo opresivo no consigue por sí misma un orden más agradable. El caos se produce con mucha frecuencia.
El caos es el Boogie Man detrás de las esperanzas y temores de la literatura bíblica, como lo es en muchas culturas, incluidas las que abundan en nuestra generación. El idealismo que considera que la reversión a un estado primitivo o natural de la existencia es algo bueno, nos enceguece ante el espectro del caos, que por todos lados acecha en los silenciosos terrores de los pueblos que no han sido protegidos de su violencia por décadas, de orden pacífico logrado a un gran costo.
Si es difícil imaginar este aspecto de la arquitectura del mundo, es porque el privilegio nos ha ablandado. Ya no entendemos lo que es el caos. No le tememos adecuadamente.
El salmo cuarenta y seis es explícito en cuanto al caos. Sin embargo, el corazón del salmista encuentra descanso en la contra-intuitiva confianza que ha logrado en YHVH como baluarte contra la furia del caos.
Contra el tumulto de las trémulas montañas y las aguas que rugen con su capacidad de ahogar, aniquilar y arrasar, el escritor encuentra en YHVH una ayuda siempre presente. De hecho, imagina a YHVH no sólo domando el rugido de las aguas hasta convertirlo en una amenaza pasiva. Da otro paso conceptual y pide a sus lectores que consideren esas aguas convertidas en un río pacífico que sustenta, en lugar de devastar, a la comunidad de hijas e hijos confiados de YHVH.
No temeremos…
Salmo 46:2 (LBLA)
Es una de las confesiones absurdas que salpican las páginas de la Biblia. Es un sinsentido a la luz de un mundo caótico de montañas inestables y naciones desbocadas que dan motivos para temblar de horror. Un sinsentido, es decir, a menos que la convicción subyacente de que YHVH de alguna manera maneja, frena e incluso sostiene estas fuerzas desordenadas represente mejor la realidad que cualquier teoría alternativa.
En el plácido Occidente, de nuevo, no es un lugar de calma natural, sino de un logro a gran costo, rara vez contamos con ese caos que sacude la vida tan fácil como los abarrotes de los estantes de una tienda volcados por un hombre salvaje errante. Sin embargo, no estamos privados de la oportunidad de vislumbrar el feo poder del caos. Conocemos un caos mental tan amenazante que es mejor no pensar en él, no sea que el poder latente que percibimos se apodere de nuestras mentes y nos convierta también en locos.
Resulta que el caos no está tan lejos de nosotros.
El salmista invita a su lector, una vez más, a enfrentarse a esta amenaza permanente, a medir su alcance y su escala, a sentir su absoluta pequeñez ante su furia, a confesar su desnuda vulnerabilidad ante su potencia nihilista.
Luego, confiar.
Decir palabras absurdas sólo tienen sentido solo si la teoría de la realidad que representan es, de alguna manera, irremediablemente auténtica.
No temeremos.
…Aunque la tierra sufra cambios. Aunque los montes se deslicen al fondo del mar.
Salmo 46:2 (LBLA)