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Posts Tagged ‘Salmo 30’

Los salmos bíblicos que comienzan en forma de lamento casi siempre terminan con confianza y con una paciencia inteligente. Un movimiento sutil pero seguro lleva estas oraciones hacia un tono de reposo.

‘A ti clamo, Oh Señor, roca mía’, dice el escritor del salmo 28 a su Creador, ‘no seas sordo para conmigo, no sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa’.

Sin ninguna pose teatral, el orador expone una situación de vida o muerte y la impotencia que define su incapacidad para hacer algo más que dirigirse al Cielo. Sin embargo, se siente irresistiblemente atraído hacia lo que parece una seguridad antitética o dudosamente piadosa.

El Señor es mi fuerza y mi escudo; en Él confía mi corazón, y soy socorrido; por tanto, mi corazón se regocija, y le daré gracias con mi cántico.

La doble cosecha del escritor es más paradigmática que accidental. Él no sólo experimenta la ayuda—se supone que ésta viene en forma de una liberación concreta y específica de su situación—sino también la confianza. Su corazón se reconfigura incluso cuando su realidad, llena de riesgos, se reconstruye.

En palabras del Salmo 30…

“Tú has cambiado mi lamento en danza, has desatado mi cilicio y me has ceñido de alegría”.

La lógica es la misma. La liberación es segura, pero el cambio circunstancial no es más que el precursor hacia la conversión del corazón. La energía del llanto aviva ahora la danza.

Así es la espiritualidad de la oración bíblica. Las reducciones modernas del efecto de la oración a un resultado curativo y calmante en el sistema nervioso central tienen razón, como todas las reducciones llamativas. La oración sí cambia el ‘corazón’ y, sin duda, hace que el orador se enfrente a la plenitud en lugar de la desintegración.

Así también la teología de calcomanía y pancarta que garantiza a los suplicantes en su carrera que ‘la oración cambia las cosas’ se apoya en parte en la verdad.

Sin embargo, la espiritualidad de los salmos se resiste a todas esas reducciones. Dios no está sólo en los detalles, ni se detiene suavemente sólo en los asuntos del corazón. Ningún espacio pequeño es suficiente para albergar a una deidad que está presente y es lo suficientemente poderosa como para haber convertido la desesperación en confianza y los lamentos en danza.

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