Las mejores mentiras se disfrazan de verdades evidentes. Por ejemplo, hay que valorar a las personas según su capacidad productiva.
El código de conducta de la emergente nación hebrea se opone en todo momento a esta valoración pragmática. Los ancianos padres de uno, potencialmente un lastre cojo, quejumbroso y enconado para el progreso, deben ser venerados. Un día a la semana hay que tirarlo al viento contra todo cálculo económico.
Cada uno de vosotros ha de reverenciar a su madre y a su padre. Y guardaréis mis días de reposo; yo soy el Señor vuestro Dios.
Ambas éticas legisladas requieren una elección. Uno decide invertir amor, tesoro y tiempo de esta manera, confiando en que el resultado a largo plazo de una sociedad en la que los ancianos pueden envejecer sin tener que vigilar sus espaldas y los fuertes no tienen que preocuparse de que los maten trabajando, supera la ventaja a corto plazo de saltarse estas restricciones y, como decimos nosotros, vamos por eso.
Salud, tranquilidad, vida, estas cosas viven a lo largo de este camino. Son escasos en el borde del camino de su alternativa.
YHVH avala la cuestión. Pero incluso el egoísmo, si se le puede persuadir para que amplíe su horizonte más allá de su habitual miopía, puede vislumbrar su promesa.
Después de todo, todos envejeceremos algún día o moriremos en el intento. Todos hemos sentido el azote del esfuerzo incesante.
La verdad tiene su lógica, aunque vaya en contra de los vientos dominantes. La mayor parte de lo que es bueno requiere inclinarse hacia la tormenta.