Desde el momento en que se presenta al siervo de YHVH en 42.1, hay un indicio de que la carrera del siervo será ardua. De hecho, la fórmula de presentación en 42.1 lo dice con su primer aliento:
הן עבדי אתמך־בו
Isaías 42.1 (LBLA)
He aquí mi Siervo, a quien yo sostengo…
La promesa de YHVH de sostener (תמך) requiere que imaginemos la resistencia al trabajo del siervo, la debilidad potencial del propio siervo, o ambas cosas.
No es de extrañar, pues, que los pasajes que siguen abunden en promesas de YHVH de suministrar todo lo que el siervo necesitará para que persevere hasta la conclusión de la agenda que se le ha asignado.
El capítulo cuarenta y cuatro continúa esta secuencia de promesas, aferrándose a la identidad comunitaria o colectiva del curiosamente llamado «siervo», al tiempo que pinta con nuevos colores las circunstancias de su aventura.
Mas ahora escucha, Jacob, siervo mío, Israel, a quien yo he escogido. Así dice el Señor que te creó, que te formó desde el seno materno, y que te ayudará: «No temas, Jacob, siervo mío, ni tú, Jesurún, a quien he escogido.
Porque derramaré agua sobre la tierra sedienta, y torrentes sobre la tierra seca; derramaré mi Espíritu sobre tu posteridad, y mi bendición sobre tus descendientes.
Ellos brotarán entre la hierba como sauces junto a corrientes de agua». Este dirá: «Yo soy del Señor»,
otro invocará el nombre de Jacob, y otro escribirá en su mano: «Del Señor soy» y se llamará con el nombre de Israel.Isaías 44:1-5 (LBLA)
El oráculo inicial del capítulo, citado más arriba, proporciona elementos esenciales para una comprensión global de la figura del siervo en el libro llamado Isaías. Característicamente, lo hace de forma progresiva y en un dialecto de metáforas ricas y complejas.
En primer lugar, encontramos una seguridad adicional en una llamada clásica a superar el miedo – «No temas, Jacob, siervo mío…»- de que no se debe dar más importancia de la debida a un peligro evidente en el contexto de la presencia y la provisión de YHVH. Se mantiene así el tono tranquilizador que ha acompañado al discurso del siervo desde el principio.
Además, encontramos imágenes superpuestas relativas a la provisión de agua en un desierto, por un lado, y a los descendientes/la descendencia, por otro. Éstas se presentan de forma secuencial y se mezclan un momento después, cuando los descendientes/la descendencia mencionados brotan como tamariscos y sauces como consecuencia de la irrigación del desierto por parte de YHVH.
Este juego de imágenes se enriquece aún más al darse cuenta de que el espíritu de YHVH y el agua que proporciona parecen ser dos formas de hablar de la misma cosa.
Por último, el texto abandona el imaginario vegetal con la misma rapidez con la que la había introducido para volver al tema de las personas. Cuando lo hace, nos enteramos de que los hijos del siervo Jacob/Israel que aparecen de repente son en realidad los vástagos de otras naciones que ahora -sorprendentemente- adoptan el nombre de Israel.
El impacto global de este oráculo que complementa el discurso precedente del siervo es extraordinario. La referencia al espíritu de YHVH parece ciertamente un eco de ese espíritu saturador que se posa sobre el prole de Jesé del capítulo 11, quizá vinculando al siervo colectivo de Jacob/Israel con esa figura regia bastante individual. Y el regreso del siervo provisto por YHVH -si éste es el movimiento que debemos imaginar- crea de algún modo un Jacob/Israel más complejo en el acto mismo de su potencialmente agotadora travesía del desierto.
Los hijos descienden de sus padres, pero pertenecen a un pueblo diferente. YHVH, que apoya y sostiene a su siervo, se encargará de ello. La tarea es dura, pero el resultado está asegurado. El siervo es vulnerable, pero extrañamente enriquecido con hijas e hijos que no tuvo en Babilonia ni trajo de ese lugar pronto olvidado. Sin embargo, aquí están, llamándose a sí mismos con los nombres de YHVH, más hijos e hijas que primos recién descubiertos.