Aunque el paso del exilio a la ‘consolación’ en la compleja trama del libro llamado Isaías se señala en el capítulo 35, la puerta se abre completamente sobre sus bisagras en el capítulo 40.
Sin embargo, en el entremedio, la experiencia de Israel a manos de sus exiliados babilónicos está prefigurada en la enfermedad mortal de Ezequías y su eventual recuperación tras la respuesta de YHVH a su oración de misericordia. En su angustia, Ezequías reza estas sugestivas líneas:
Como golondrina, como grulla, así me quejo,
Isaías 38:14-17 (LBLA)
gimo como una paloma;
mis ojos miran ansiosamente a las alturas.
Oh Señor, estoy oprimido, sé tú mi ayudador.
¿Qué diré? Pues Él me ha hablado
y Él mismo lo ha hecho.
Andaré errante todos mis años
a causa de la amargura de mi alma.
Oh Señor, por estas cosas viven los hombres,
y en todas ellas está la vida de mi espíritu.
Restabléceme la salud y haz que viva.
He aquí, por mi bienestar tuve gran amargura;
eres tú quien ha guardado mi alma
del abismo de la nada,
porque echaste tras tus espaldas
todos mis pecados.
Ezequías está convencido de que el propio YHVH es el actor de su amarga enfermedad. Sin embargo, no se contenta con aceptar el doloroso golpe de YHVH como el final de la historia. De hecho, Ezequías se ve capaz de pronunciar palabras notables que parecen presagiar el camino correcto para el alma exiliada de Israel:
He aquí, por mi bienestar tuve gran amargura;
Isaías 38:17 (LBLA)
eres tú quien ha guardado mi alma
del abismo de la nada,
porque echaste tras tus espaldas
todos mis pecados.
La retórica de los profetas del exilio sugiere que no era difícil para esta nación en el exilio evadir el asunto de su propia responsabilidad por el doloroso resultado en que se habían convertido sus vidas. Tampoco era difícil encontrar a quienes abrazaban la noción de que su culpa o la de sus padres había traído el exilio sobre ellos. Estos últimos, de tierna conciencia, parecían incapaces de creer que YHVH tuviera algo más que hacer con ellos.
Lo que los profetas del exilio sí encontraron difícil de localizar fueron exiliados judíos que abrazaron tanto la narrativa de que la culpa nacional estaba detrás del exilio como la de que el amor perdurable de YHVH encontraría la forma de hacer del exilio un penúltimo rasgo del paisaje que llevara a Israel a un servicio glorioso, justo y extenso en el futuro de Dios.
Ezequías anticipa perfectamente esa función redentora para su propia ‘amargura’. Su ejemplo pondría a los lectores y oyentes del relato en situación de responder de forma similar a la amargura del cautiverio en Babilonia.
De este modo, el libro de Isaías articula de nuevo un rasgo de su estructura profunda: El consuelo de YHVH suele ir precedido de lágrimas merecidas. La noche se cierne en su punto más oscuro justo antes del amanecer.
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