El lugar de Moisés en la historia de Israel es muy anterior a la instauración de la monarquía y a la aparición de los profetas como contrapeso al rey. Sin embargo, el texto presenta a Moisés como el profeta por excelencia. Aquí se establecen patrones que marcarán la trayectoria profética cuando llegue su momento.
Uno de estos patrones es ser contradictorio, al menos si partimos de la percepción moderna de los profetas como verbalistas escandalosos, imponentes y seguros de sí mismos, que hablaban en nombre de Dios con poca autocontención y amaban las prebendas con las que ello venía.
No es el caso de Moisés, ni de los profetas posteriores cuyo legado nos ha conservado lo que los estudiosos denominan ‘narrativa del llamado’.
La renuencia, más que la ambición, impregna el terrible llamado a hablar en nombre de YHVH.
Moisés emplea repetidas tácticas para eludir el llamado divino para servir de portavoz de YHVH ante un faraón testarudo y esclavista. Ninguna de ellas funciona, y mucho menos su pretensión de ser ‘un niño’, muy pequeño, insignificante e ingenuo en cuestiones de vida y muerte. El contraargumento y la negativa con que YHVH se enfrenta a las maniobras evasivas de su profeta prototípico incluyen una palabra breve y paradigmática:
Yo estaré contigo.
Esto, se nos hace creer, es todo lo que el profeta debe saber realmente.
YHVH, el siempre adecuado, promete ser la suficiencia que acompaña a cualquier profeta.
Al afirmar esta promesa, YHVH también define de forma verosímil el oficio del profeta, un hombre que a menudo pone su vida en riesgo al convertirse en adversario de figuras poderosas, determinado por la única cosa que sabe: Que Dios está con él.
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