Un breve anexo a la historia de la muerte y el entierro de Jacob/Israel muestra cuán profundo la sospecha y el miedo se habían inmiscuido en las células y los nervios de las primeras generaciones de Israel:
Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: Quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos.
Génesis 50:15 (LBLA)
José lloró cuando sus hermanos le plantearon su atroz negociación de convertirse en sus esclavos si sólo José renunciaba a la triste tradición de la venganza de sangre. Después de todo lo que habían pasado, parece que a este jefe de estado medio hebreo y medio egipcio le apena saber que sus hermanos todavía no le consideran uno de ellos.
El triste arreglo que los hermanos presentaron a José como procedente de su propio padre fallecido – ¿dónde está la reverencia? – suscita esta notable respuesta:
Pero José les dijo: No temáis, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no temáis; yo proveeré para vosotros y para vuestros hijos. Y los consoló y les habló cariñosamente.
Génesis 50:19-21 (LBLA)
La obra de Dios hace cambiar los corazones de los miembros de la familia de manera desigual. José, dispuesto a atormentar a los hermanos que lo habían vendido como esclavo cuando se presentaron por primera vez ante él como mendigos, parece ser ahora el hermano que más ha interiorizado esa justicia y misericordia que son comunes a YHVH y la aspiración de quienes viven cerca de él.
Hay poca narración abierta en esta sección de la Torá, sólo una insinuación significativa.
Los hijos de Jacob están a punto de transformarse en una nación cuya presencia amenazará al mismo Egipto del que José se ha convertido en salvador en tiempos de hambruna.
La escena final de este acto generativo está llena de miedo y perdón. Israel -y nosotros- descubrimos nuestro perfil en sus líneas.
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