La norma en la historiografía del otro es escribirlo fuera de la historia significativa. Si no es conveniente degradar al adversario, o si hacerlo requiere mucha energía, la alternativa obvia es ignorarlo.
De este modo, es posible hacer la afirmación muy trillada de que la historia la escribe el vencedor. Ese mantra es más que una verdad a medias, pero se queda corto. No refleja la complejidad de quién registra e interpreta el flujo de vidas y acontecimientos y quién no.
La larga genealogía de Esaú en el capítulo treinta y seis del libro del Génesis debería sorprendernos. Una vez que Jacob -ya sea bajo ese antiguo y sugerente apelativo o bajo su reciente identidad como ‘Israel’- se ha reconciliado con Esaú, éste último podría haber desaparecido fácilmente de la historia constitucional del antiguo Israel. Sería conveniente dejar que se fundiera en la niebla de las cosas, sin ser recordado a la sombra de su nuevo y prominente hermano, el homónimo portador de la promesa de la propia nación.
Sin embargo, aquí están Esaú y sus parientes, trazados a lo largo de cuarenta y tres versos del primer libro de la Biblia hebrea, anotados con todos los detalles ennoblecedores de la genealogía bíblica.
Estos son los nombres de los hijos de Esaú: Elifaz, hijo de Ada, mujer de Esaú, y Reuel, hijo de Basemat, mujer de Esaú. Y los hijos de Elifaz fueron Temán, Omar, Zefo, Gatam y Cenaz. Timna fue concubina de Elifaz, hijo de Esaú, y le dio a luz a Amalec. Estos son los hijos de Ada, mujer de Esaú.
Génesis 36: 10-12 (LBLA)
Hay que preguntarse qué impulso honra así al adversario, al rival, al antagonista histórico. No se habría echado de menos a Esaú, devuelto a su tierra y fuera de la vista mientras Jacob-Israel emigra de la periferia al centro narrativo.
El particularismo bíblico no debe negarse por motivos sentimentales. En la metanarrativa bíblica, Israel importa más que todos los demás pretendientes. Las naciones, cuando no estorban positivamente de manera que se requiera su subyugación o eliminación, son en la antología bíblica principalmente suplementarias al cuidado paternal de YHVH por Israel, su primogénito.
Sin embargo, este mismo particularismo se caricaturiza con demasiada facilidad. Con una persistencia seductora, la mirada de la historia bíblica se desplaza hacia los márgenes, hacia las naciones, hacia Esaú y sus generaciones. Es capaz de tratarlos como importantes, de dignificar su historia y su futuro con un toque de respeto que comúnmente reserva para Israel, la estrella evidente del guion.
En otras palabras, puede permitirles una genealogía tiernamente conservada. Puede concederles la plena estatura de la humanidad, de un espacio con derecho. Puede permitir que el drama paterno y filial se desarrolle incluso entre esas personas, como lo hace entre nosotros.
Puede citar nombres.
Leave a Reply