Atribuido a David, este salmo se inscribe en la tendencia historicista, ya evidente en los primeros manuscritos bíblicos, de vincular cada salmo a un momento de la vida del rey israelita. La huida de David al desierto de Judea antes de la insurrección de Absalón, por ejemplo, concordaría bien con la críptica referencia del salmo a ‘David, cuando estaba en el desierto de Judá’.
Sin embargo, uno se pregunta si el poder perpetuo y la pertinencia de salmos como éste residen en su poder para aferrarse a las circunstancias de nuestras vidas en lugar de aferrarse a los detalles de la suya. Si la memorable ‘tierra seca y sedienta donde no hay agua’ del salmo era para el escritor un lugar físico o metafórico, sigue sirviendo como esto último para nosotros. Puedo acercarme, abrir el grifo y encontrar un flujo por lo general inagotable de líquido puro. Pero aquí mismo, en esta silla, en esta mañana, puedo sentir mucho más profundamente que esa abundancia de líquido al desierto desagradable y seco que amenaza la alegría y el sentido mismo.
Así que los salmos no sólo sobreviven, sino que viven, prosperan, se nutren e incluso, de vez en cuando, dan forma a los contornos de nuestras vidas.
El sesenta y tres atañe especialmente en este sentido:
Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán.
Salmo 63:1 (LBLA)
Mi alma tiene sed de ti,
mi carne te anhela
cual tierra seca y árida donde no hay agua.
Aunque el poeta no termina en la angustia, no deja de empezar en ella. Puede recordar haber ‘visto’ a YHVH en el templo, de hecho descubre que ese recuerdo es también una esperanza, una que lo sostiene donde sólo hay maleza y sequía.
Sin embargo, con detallada angustia describe su momento presente, su innegable ubicación donde su alma tiene sed y su carne desfallece y no encuentra agua con la que devolverles la satisfacción de la alerta.
No es, según la perspectiva más amplia del salmo y del salterio, el lugar de nuestro destino. Sin embargo, es ciertamente, y en ocasiones, la tierra por la que debemos pasar y en la que debemos languidecer durante un tiempo considerable de días, meses o años en un anhelo sin agua.
Imaginar lo contrario es eludir el testimonio del realismo bíblico y erigir una fe idolátrica que sólo sabe proclamar una incesante canción de autosatisfacción. Esa melodía es una mentira, una ficción seductora e hipnotizante.
La realidad está aquí, en este desierto, con su anhelo, su desmayo, su lengua reseca que -de alguna manera y contra viento y marea- recuerda cómo articular la alabanza en el dialecto de la súplica.
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