En medio de una de sus genealogías menos inspiradoras, la Biblia nos ofrece un breve vistazo a la remota franja de lo que debió ser una historia extraordinaria. Como suele hacer, la tradición rabínica supliría la ausencia de detalles bíblicos sobre un tal Enoc, pues el texto bíblico presenta a este hombre en su voz más sucinta:
Y Enoc vivió sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y Enoc anduvo con Dios trescientos años después de haber engendrado a Matusalén, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Enoc fue de trescientos sesenta y cinco años. Y Enoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó. Y Matusalén vivió ciento ochenta y siete años, y engendró a Lamec.
El comentario de que Enoc ‘caminaba con Dios’ y de que Dios se lo llevó -cualquiera que sea su significado- se opone a una genealogía estrictamente pautada que se limita a nombrar los antecedentes biológicos, los sucesores y sus respectivas duraciones de vida.
La observación casi parentética sobre una relación extraordinaria -ésta debe ser la razón por la que se menciona- entre Dios y una de sus criaturas, por lo demás desconocida, nos lleva a preguntarnos qué ocurrió.
Por desgracia, no podemos saberlo. Sólo podemos observar que ‘caminar con Dios’ es en la Biblia una expresión de máxima intimidad, comparable quizás a la extraña designación de tal o cual personaje bíblico como ‘amigo de Dios’.
Enoc es un testimonio mudo de la posibilidad de que, de vez en cuando, un ser humano pueda alinear su vida con la vida de su Creador de modo que, durante un breve momento de la vida humana, la relación vertical de un Creador con su criatura pueda ser prácticamente reemplazada por el fenómeno horizontal de dos hombres que caminan juntos por un sendero.
Uno piensa en una conversación sin prisas, en los intereses y pasiones mutuos, en las comidas compartidas, en los anhelos comunes, en la alianza entre hermanos.
Dios no podía dejarlo morir.
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