El perfil visual de una pieza de poesía hebrea ubicada en una página es en ocasiones sorprendente. No es de extrañar que la tradición anicónica de las letras hebreas desarrolle un capricho artístico que la ponga a jugar con las formas y potencialidades de la escritura hebrea.
Como el brazo fuerte de un maestro en la muñeca de un joven alumno cuando se sienta ante un dibujo, el Salmo 136 dirige la mirada del lector de una esquina a otra de su modesta forma. Le enseña a ver esto y luego aquello, a vislumbrar el orden mágico en el revoltijo.
En la parte superior y a la derecha, el ojo capta la repetición …הודו ל (‘Dad gracias a …’), un comienzo que se convierte en un final cuando en la esquina inferior derecha de la página abre la convocatoria final del salmo. La presentación en español tiene este aspecto:
Dad gracias al Señor…
Salmo 136: 1-3, 26 (LBLA)
Dad gracias al Dios de dioses…
Dad gracias al Señor de señores…
Dad gracias al Dios del cielo…
El exuberante salmo no sólo está enmarcado conceptualmente por esta llamada a la gratitud. Su perfil visual está conformado por lo mismo.
A lo largo del lado izquierdo del salmo, una uniformidad irregular sugiere un caos ordenado más que un orden por la austeridad del orden.
Veintiséis veces el salmo termina con la afirmación más fuerte de la Biblia hebrea, casi un credo: כי לעולם חסדו. Las diferentes longitudes de los versos del poema sitúan esta persistente reivindicación y su forma visual a lo largo del lado izquierdo de la página con una indentación que se resuelve en una curva ondulante si el ojo lo permite.
Porque para siempre es su misericordia…
La afirmación es en la Biblia hebrea una observación de cómo ha sido YHVH. También es un consuelo, una esperanza, incluso una promesa.
A pesar de toda esta coherencia conceptual y artística, una pequeña partícula destaca como única y disyuntiva. Se trata de la partícula relativa שׁ, que suele considerarse tardía en el inventario del hebreo clásico, convirtiéndose en un estándar para ‘que…’ o ‘quien…’ sólo en la época postbíblica.
La partícula aparece cerca del final del salmo, en el 23avo de los 26 versos. Desde que el salmo se tradujo al griego hasta la perenne lucha de los traductores modernos con su complejo texto, se ha reconocido que marca un cambio significativo en el recital regularizado del salmo sobre el modo en que YHVH trata a su mundo y a su pueblo. La LBLA ofrece las palabras ‘El que…’ para glosar esta enigmática partícula relativa.
El que se acordó de nosotros en nuestra humillación, porque para siempre es su misericordia, y nos rescató de nuestros adversarios, porque para siempre es su misericordia. El que da sustento a toda carne, porque para siempre es su misericordia.
Salmo 136:23–25 (LBLA)
Algo, en efecto, cambia en el versículo 23. La partícula es la cristalización lingüística de ese cambio.
Parece que שׁ marca el punto en el que el recuento de los actos poderosos de Dios se traslada a nuestro propio momento. Los actos poderosos parecen irreductiblemente poderosos cuando marcan el contorno dado de los días antiguos, fijados en el espacio y el tiempo. Esas cosas parecen casi predeterminadas para haber resultado exactamente de la manera en que lo hicieron. El único poder que tenemos sobre ellas, la única flexibilidad que puede obtenerse de ellas tiene lugar en los pequeños adornos y giros personales que empleamos cuando las recitamos una vez más.
Para los corazones anclados en los amenazantes desafíos de nuestros días, esas viejas y grandes cosas parecen que siempre iban a suceder. Sólo era cuestión de esperarlas.
No así los actos que anhelaríamos ver fluir del movimiento invisible de las manos de YHVH hoy. El recuerdo de nosotros en nuestro estado humilde. El rescate de nuestros enemigos. La provisión de pan, paz y dinero para el alquiler de hoy.
Este, nuestro pequeño pero conmovedor e ineludible drama, es introducido por שׁ:
El que…
Como mínimo, שׁ cuenta con nuestra necesidad de saber que YHVH -cuyo amor firme ha perdurado hasta ahora para siempre- es a quien debemos invocar en súplica cuando nos duele nuestra necesidad y luego en gratitud cuando ha actuado.
El compás, por así decirlo, de un salmo sorprendentemente rítmico, continúa.
No hay ningún cliché en las persistentes repeticiones del Salmo 136. Lo que podría confundirse con ello es, en cambio, la sutil invitación a comprender por un momento que aquella gente de entonces no sabía mejor que nosotros si YHVH actuaría.
Pero lo hizo. Lo hace.
Porque para siempre es su misericordia.
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