La luz resplandece a menudo en el texto bíblico.
Ya sea porque el amanecer es en la experiencia humana una expectativa tan fiable o porque el paso de la oscuridad de la noche al resplandor de la mañana es tan dramático, la imagen se presta al vocabulario de la esperanza y la ilusión.
Uno de los grandes enigmas de la vida -y, por tanto, un tema para los poemas inquisitivos que llamamos Salmos- es por qué sufren los justos. ¿Por qué, en un mundo bien gobernado, las mujeres y los hombres buenos deben conocer la oscuridad y la confusión de la noche? ¿Por qué no es el suyo un paseo perpetuo de la luz al resplandor?
Los Salmos no se aventuran a dar respuestas absurdamente sencillas a esas preguntas. Más bien, sus versos acompañan a la persona afligida hasta que puede afirmar con integridad que las cosas no son tan sombrías como parecen en el valle de la sombra de la muerte. O, al menos, tan severas.
De vez en cuando, los Salmos aconsejan paciencia.
La luz resplandece en las tinieblas para el que es recto; Él es clemente, compasivo y justo.
Salmo 112:4 )LBLA)
Una frase así no miente sobre la ceguera oscura de la noche. No suaviza los contornos sin luz de la oscuridad más profunda.
Más bien señala la temporalidad de la noche tal y como la experimenta el hombre recto. Casi -de vez en cuando esta advertencia es necesaria si se quiere mantener la honestidad- tan previsiblemente como amanece la luz, así cambia el Señor la sombría fortuna de aquellos cuyas vidas se alinean con sus caminos. De hecho, el poeta emplea el viejo lenguaje de la auto-revelación de YHVH para subrayar esta esperanza: el Señor es clemente, misericordioso y justo. Este es el mismo vocabulario que se congrega en torno a los momentos del Pentateuco de la auto-revelación inicial de YHVH, aquí transpuesto en una promesa de luz para el hombre o la mujer justos que tropiezan perdidos en la dolorosa oscuridad.
Esta es la doctrina que se proclama y se aplica al individuo que sufre, si es que se puede sacar ese lenguaje cuando se tiene sobre la mesa un antiguo poema bíblico.
Es difícil -de hecho, a veces incluso imposible- creer a medianoche que la mañana llegará. Susurrar ese pensamiento parece casi mentir sobre la noche.
Eso no cambia la fiabilidad del amanecer. Vendrá, sólo hay que esperar y ver.
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