De vez en cuando un salmo, como en una tarde soleada con una copa de Cabernet en la mano y los pies en alto, se permite saborear la completa provisión de YHVH. No es un momento para preocuparse. Ya habrá tiempo para ello.
El poeta simplemente se permite un suspiro lírico de contentamiento.
El Salmo 65, en esa vena de relajada contemplación, lanza su mirada sobre la amplia y satisfactoria bondad a la que YHVH ha llevado a su pueblo.
Está la alegría, primera entre sus semejantes en este poema, de la presencia de YHVH en su casa. De ese refugio fluye toda especie de bendición.
Silencio habrá delante de ti, y alabanza en Sión, oh Dios;
Salmo 65:1-4 (LBLA)
y a ti se cumplirá el voto.
¡Oh tú, que escuchas la oración!
Hasta ti viene todo hombre.
Las iniquidades prevalecen contra mí;
mas nuestras transgresiones tú las perdonas.
Cuán bienaventurado es el que tú escoges, y acercas a ti,
para que more en tus atrios.
Seremos saciados con el bien de tu casa,
tu santo templo.
No se trata de la alabanza reacia, disciplinada y musculosa del hombre o la mujer en crisis que bien podría maldecir a Dios y morir. Es más bien el deleite constante, semana tras semana, de una comunidad que sabe dónde experimentar la alabanza, dónde descubrir una vez más el perdón cuando la vida se ha descarrilado, dónde deleitarse en su peligrosa pero esencial identidad como elegidos de YHVH.
Hay un templo en la ciudad de este poeta. Frecuentemente ha ido allí con sus compañeros, conoce su luz y sus sombras, se regocija con toda naturalidad en la belleza existencial de su arquitectura y en la presencia de su propietario divino.
El salmista recuerda también la intervención salvadora de YHVH en épocas menos estables.
El lenguaje de los hechos asombrosos, de los mares rugientes, de las montañas establecidas en la fuerza no es el dialecto de una tarde perezosa de Shabat, al menos no en su origen si acaso en su recitación.
Con grandes prodigios nos respondes en justicia,
Salmo 65:5-8 (LBLA)
oh Dios de nuestra salvación,
confianza de todos los términos de la tierra, y del más lejano mar;
tú, el que afirma los montes con su poder,
ceñido de potencia;
el que calma el rugido de los mares,
el estruendo de las olas,
y el tumulto de los pueblos.
Por eso los que moran en los confines de la tierra temen tus obras,
tú haces cantar de júbilo a la aurora y al ocaso.
El pueblo que habla así es consciente del exterminio, lo suficientemente familiarizado con el pisotón de las botas en la calle, lo suficientemente consciente de que este día de luz y canción podría haber conocido en su lugar cenizas y gritos. La amenaza letal puede ser, justo ahora, un recuerdo. Pero los abuelos todavía se ponen pálidos ante ciertos sonidos repetidos, la madre ha advertido que no se habla de eso, los niños saben por intuición lo que aún no pueden proferir: Si VHWH no hubiera desnudado su brazo, esa gente habría pisoteado nuestras tumbas, se habría reído de nuestras canciones, habría borrado los nombres de nuestros padres de las historias de los hombres. El hecho de que tales cosas puedan ser señaladas en una canción que celebra su irrealidad es testimonio de lo apropiado de la alabanza de YHVH en Sión.
Tú visitas la tierra y la riegas en abundancia,
Salmo 65:9-13 (LBLA)
en gran manera la enriqueces;
el río de Dios rebosa de agua;
tú les preparas su grano, porque así preparas la tierra.
Riegas sus surcos abundantemente,
allanas sus camellones,
la ablandas con lluvias,
bendices sus renuevos.
Tú has coronado el año con tus bienes,
y tus huellas destilan grosura.
Destilan los pastos del desierto,
y los collados se ciñen de alegría.
Las praderas se visten de rebaños,
y los valles se cubren de grano;
dan voces de júbilo, sí, cantan.
También esta hermosa tierra merece una canción, no porque su fertilidad, sus suaves cumbres, sus ovejas esparcidas por las colinas como trenzas en la cabeza de una mujer aporten alguna garantía. De hecho, no lo hacen.
Sin embargo, YHVH ha sido bueno de nuevo este año, trayendo a nuestra tierra el sabor de la granadilla, el balido de los corderos, la satisfacción aromática que bendice las lluvias estacionales, y un sol que brilla en su estación esperada.
La sequía, la guerra, el conflicto intracomunitario, el niño que se paraliza y no respira más, son cosas que no se borran con un canto de satisfacción como éste. Sin embargo, se desvanecen en un momento de fácil contemplación, al recordar que hace tiempo que lloramos sin esperanza, ante la expectativa de que Dios -por razones que sólo Él conoce- camina con nosotros en este tiempo.
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