Ojos que no ven, corazón que no siente.
Así olvidamos a las personas que siempre deberíamos recordar. También perdemos el contacto. “No estamos realmente en contacto”, dice la gente, la ausencia de comunicación lo dice todo.
Eso es lo que pasa con la distancia. No es tanto la cuestión de estar al otro lado del río o de la siguiente ciudad o de un huso horario distinto. Es que no se pueden ver, ni oír.
Decimos: “No me encuentran”. Pueden pasar cosas terribles y el que podría haber hecho algo se entera cuando ya es demasiado tarde. Sólo por estar lejos.
El Salmo 22 es el lamento más famoso del libro de los Salmos, sobre todo porque se dice que sus preguntas iniciales, temibles, salieron de los labios de Jesús mientras estaba colgado, clavado a la máquina de la muerte que abreviamos con palabras muy conocidas como “la cruz”.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?
Salmo 22:1 (LBLA)
La distancia, de hecho, el distanciamiento, que se mantiene frío e insensible como el acero oxidado en el núcleo del abandono podría pasar desapercibido si no volviera a la pluma del salmista dos veces más (hebreo רחק).
No estés lejos de mí, porque la angustia está cerca, pues no hay quien ayude.
Pero tú, oh Señor, no estés lejos; fuerza mía, apresúrate a socorrerme.
Atesoramos una placentera y apacible soledad, bienvenida cuando se puede tener. Pero aquí es diferente, esta es una soledad aterradora, agotadora y desesperada. El salmista lo sabe muy bien, y también el Jesús agonizante. Y aun nosotros también.
Si Dios no oye nuestro grito por la distancia que nos separa, si sus ojos, distantes y ocupados en otras cosas, no se dan cuenta de nuestro ahogo, estamos perdidos.
Sin embargo, el Salmo 22 perdura como un monumento a la desolación humana porque sus peores temores no se hicieron realidad.
Porque Él no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del angustiado, ni le ha escondido su rostro; sino que cuando clamó al Señor, lo escuchó.
Resulta que, o bien YHVH no estaba tan lejos como parecía, o bien ha escuchado el grito del agonizante y ha retornado.
Pero, oh, la agonía no compartida y temblorosa de la distancia mientras dura, intenta, aunque sea falsamente, ser la verdad final.
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