La fuerza y la velocidad atraen con razón las miradas de admiración.
Tanto si se trata de un semental, un velocista, un nadador, un delantero o un mediocampista, la ondulación del muslo musculoso y la capacidad de remate al “estilo chita” resultan asombrosas. Dicho atletismo tan categórico y fluido es digno de elogio. Necesita pocos elogios adicionales.
Sin embargo, YHVH no se impresiona tanto por todo esto, aunque no porque discierna menos belleza que nosotros. Más bien, como el salmista quiere que reconozcamos y celebremos, su placer por una condición humana menos evidente pone a la sombra su presunto deleite tanto en el caballo como en el corredor:
No se deleita en la fuerza del caballo,
Salmo 147:10-11 (LBLA)
ni se complace en las piernas ágiles del hombre.
El Señor favorece a los que le temen,
a los que esperan en su misericordia.
Algunas partes de la Biblia son evasivas para hablar directamente del placer del Señor. En un contexto pagano de maldad divina, esta moderación es comprensible. Sin embargo, el compositor del cántico que conocemos como el salmo ciento cuarenta y siete deja de lado cualquier evasiva y se dirige con confianza al corazón del asunto.
El Señor se emociona con algo parecido a las aclamaciones que llenan un estadio de fútbol o una pista de caballos cuando observa la improbable actuación de “los que le temen… los que esperan en su amor”.
En lugar de musculatura, dependencia. En lugar de la velocidad, paciente confianza.
Así es el atletismo de la vida en compañía de YHVH. En tales cosas y en quienes las practican su atención encuentra a su objeto inevitable e incesantemente.
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