El salmo treinta y dos está casi embriagado de un dulce desahogo.
¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!
Salmo 32:1-2 (LBLA)
Como la mayoría de las verdades duraderas, ésta se ha ganado a pulso. Cualquiera que sea el estrepitoso fracaso del escritor, ha llevado a un retorcimiento que parecía una enfermedad mortal:
Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi gemir durante todo el día. Porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. Selah.
Te manifesté mi pecado, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor;
y tú perdonaste la culpa de mi pecado.
YHVH se encuentra en el punto pivote entre algunas de las agonías más feroces de la vida, por un lado, y algunas de sus canciones más sustentadoras, por el otro.
Simplemente es inútil actuar como si YHVH no nos conociera a fondo. Nos empalamos sobre nuestra necesidad de fingir.
La libertad depende de nuestra capacidad de volver a alinearnos con las cosas tal y como son realmente. A esto le llamamos confesión.
Al decir la verdad sobre nosotros mismos en presencia de nuestro Hacedor, nos abrimos paso hacia una libertad extraordinaria y gozosa.
Tú eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con cánticos de liberación me rodearás…
Muchos son los dolores del impío, pero al que confía en el Señor, la misericordia lo rodeará.
Alegraos en el Señor y regocijaos, justos; dad voces de júbilo, todos los rectos de corazón.
Algunas personas cantan para entretener. Algunos cantan porque no se les ocurre nada mejor que hacer. Otros cantan contra la oscuridad.
Ninguno de ellos debe ser despreciado.
Sin embargo, algunos cantan porque se han ocultado detrás de un muro frío y atrapante, y luego han encontrado la gracia de declarar la verdad sobre la miserable criatura que se atrinchera detrás de él sin esperanza.
Es una cosa extraña y estimulante escuchar los cánticos, las canciones de esas personas, sus huesos, que alguna vez se consumían, ahora se entregan a saltos de alegría ingenua.
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