La arquitectura ontológica del hebreo bíblico distancia a YHVH de sus criaturas humanas y al mismo tiempo le acerca más a ellos.
La altitud de YHVH—él es representado como elevado, exaltado y levantado—se asocia a una paradoja apasionada con su proximidad a los más humildes. En un pasaje emotivo pasaje del libro de Isaías, él es exaltado y sin embargo vive con el humilde y abatido. En el salmo ciento treinta y ocho, él mira al humilde con precisión exquisita.
Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde,
Salmo 138.6 LBLA
mas al altivo conoce de lejos.
Las concepciones ordinarias de poder exaltado son subvertidas otra vez en la segunda línea del verso citado, pues allí el salmista percibe de lejos a la persona que se exalta a una proximidad aparente con YHVH. Intentar acercarse a YHVH por medio de la auto-exaltación es de hecho distanciarse en una hazaña trágica de autoengaño.
YHVH, el altísimo, mira y se acerca a sus hijas e hijos cuando se han vuelto los más humildes.
El poeta que está detrás del salmo 138 no concluye sus reflexiones con esta hermosa observación, hecha en abstracto. Más bien, él expresa una declaración y una súplica conmovedoras, llena de la mucha humildad que él ha descrito.
Aunque yo ande en medio de la angustia, tú me vivificarás;
extenderás tu mano contra la ira de mis enemigos,
y tu diestra me salvará.
El SEÑOR cumplirá [su propósito] en mí;
eterna, oh SEÑOR, es tu misericordia;
no abandones las obras de tus manos.
Con una regularidad inesperada, los salmos asocian las declaraciones del cuidado de YHVH más confiadas de sí mismas con las peticiones más sentidas para que dicho cuidado no flaquee.
El salmista ha conocido, en algún nivel conoce, que el cuidado intencional de YHVH no se interrumpirá por las agonías de dudas de la experiencia humana. Empero, su palabra final— ¡No abandones las obras de tus manos!—clama con un temor discernible porque el amor tan celebrado de YHVH no se agote mientras su propia vida no esté concluida.
Con una autoconciencia notable, con extraordinario entendimiento de la gloria como de la degradación de la existencia humana, el salmista ubica su propia y frágil vida dentro de una frase que se ha vuelto familiar para el lector como una firma descriptiva de la creación de YHWH: la(s) obras(s) de tus manos.
El poeta se conoce como un objeto de esa misma artesanía. Junto al sol, la luna y las estrellas, él vislumbra en sí mismo las huellas del Maestro Artista. Sin embargo, él sabe que, aquí abajo, algunos intentos fallidos al crear belleza terminan descartados en el piso del estudio, muy arruinados por accidente o por fallo inherente para convertirse en algo bueno.
Por un momento, se pregunta si YHVH, creador y sustentador sin defectos, podría también permitirse dicho lapso momentáneo.
¡No me descartes…!
… clama el trabajo en progreso que es el ser humano.
¡No me descartes…!, clamamos mientras leemos, encontrando nuestra condición en él.
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