La espiritualidad bíblica comprende esa crisis extrema del cuerpo y del alma, dentro de la cual el ser humano se encuentra aterrorizado, angustiado, y deshecho en la presencia de YHWH. A veces, la calamidad del alma experimenta el silencio acusador de YHWH como su única e impía comunicación:
Señor, no me reprendas en tu ira,
ni me castigues en tu furor.
Ten piedad de mí, Señor, pues languidezco;
sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen.
Mi alma también está muy angustiada;
y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? (Salmo 6:1-3 LBLA)
El vigor audaz y desafiante del miedo nos llega en dichas oraciones. Ellas proporcionan palabras para ese momento cuando pocos parecen capaces de asumir la angustia que parece suficiente para matarnos, pero en vez de eso escoge la determinación menos soportable para prolongar nuestro sufrimiento mientras los cielos permanecen en silencio.
Tampoco el placer catártico eleva el valor de esta pena, porque no hay ninguna. Sólo existe, así les parece a los que la conocen, la enfermadad degenerativa del alma que no tiene fin:
Cansado estoy de mis gemidos;
todas las noches inundo de llanto mi lecho,
con mis lágrimas riego mi cama.
Se consumen de sufrir mis ojos;
han envejecido a causa de todos mis adversarios. (Salmo 6:6-7 LBLA)
Hay un giro, incluso en una oración llena de frustración como esta, hacia la confianza de que YHWH es, de hecho, mejor de lo que parece, una esperanza de que responderá incluso después de su muro de indiferencia divina. Sin embargo, parece un último intento arrojarse a la esperanza porque la alternativa es más desagradable para ser soportada que una declaración de fe llena de emociones.
El Señor ha escuchado mi súplica;
el Señor recibe mi oración.
Todos mis enemigos serán avergonzados y se turbarán en gran manera;
se volverán, y de repente serán avergonzados. (Salmo 6:9-10 LBLA)
El lector que se apresura demasiado a la confianza que se esconde en esta conclusión lee incorrectamente. Más aun los amigos de los que sufren y que sólo pueden orar así, ofenden además a la espiritualidad bíblica cuando insisten que el que sufre debe soltar solamente palabras de esperanza.
Esta oración debe ser leída y vivida lentamente. Requiere un énfasis constante en la necesidad de escuchar sus palabras incluso en aquellas líneas donde parece que sólo un supuesto interlocutor tiene ganas de hablar en este presunto diálogo, cuando parece que YHWH no tiene lo suficiente para unírsele.
Sólo después de eso se puede hablar dignamente de la confianza en YHWH quien—Dios sea alabado—escucha y actúa. Antes de eso es un mero halago divino.
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