Las palabras importan. A veces hieren. Hay momentos en que también asesinan.
La Biblia hablar sobre el poder de las palabras con mucho cuidado. Sabe que pueden dar vida o quitarla.
Con un claro paralelismo, el salmo 140 arroja su luz sobre el poder destructivo del calumniador, deseando su ausencia de la comunidad con la misma vehemencia que si negara la larga vida al que ejerce la violencia por medios más convencionales:
Que el hombre de mala lengua no permanezca en la tierra;
que al hombre violento lo persiga el mal implacablemente (Salmo 140:11 LBLA).
Debido a que la opinión humana es inconstante y vulnerable a las mentiras elocuentes, la calumnia debe ser considerada como un hábito peligroso. Donde la libertad de expresión ha disfrutado de su libertinaje indiscutible y totalitario, nos resulta difícil imaginar que una comunidad vea la violencia “meramente” verbal de la calumnia como un asunto letal. Nos engañamos a nosotros mismos.
Las palabras importan. Ellas forman la conciencia, a la sociedad, y la práctica. Ennoblecen la ciudad y enfurecen a las turbas divinas.
Las armas y los brazos fuertes que se han vuelto perversos escupen sangre. Las palabras también lo hacen.
Por esto, esta oración de antiengaño: No dejes que el calumniador se establezca en la tierra.
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