Los salmos bíblicos son intensamente realistas, particularmente aquellos que nacen desde la cuna del conflicto.
Ninguna evasiva piadosa, ni ninguna negación sentimental muestra su rostro en este género de la antología bíblica. Uno acusa al enemigo con una precisión tenue, sin evitarlo. De hecho, en un momento en el salterio cuando la aventura apenas arranca, el tercer salmo comienza con tal declaración:
¡Oh Señor, cómo se han multiplicado mis adversarios!
Muchos se levantan contra mí. (Salmo 3:1 LBLA)
El valor duradero de tales salmos radica en el hecho de que durante siglos los lectores han llegado a estas extrañas declaraciones de angustia y alabanza por muchas y variadas circunstancias. Nosotros contamos a nuestros propios adversarios y luego encontramos en los salmos bíblicos un apoyo similar con aquellos que han hecho las mismas sumas.
Si esto describe adecuadamente la atracción de estos salmos, la fuerza de ellos es un derivado de la confianza en YHVH ganada con esfuerzo y paciencia, confianza que emerge del horno de la aflicción. Ningún optimismo psicológico explica estos poemas, ningún derecho a la vida, al amor o la búsqueda de la felicidad, ninguna expectativa clara de que las cosas salgan bien al final. En cambio, una confianza refinada, apasionada y sin restricción en la presencia activa y fortalecedora de YHVH da sabor a cada capa del tejido literario.
¡Oh Señor, cómo se han multiplicado mis adversarios!
Tal es la declaración de la realidad de la vida.
Mas tú, oh Señor, eres escudo en derredor mío,
mi gloria, y el que levanta mi cabeza.
Aquí reposa el contrapeso de todo lo que devora, aquí el poder de los salmos leídos por voces que tiemblan, lloran y a aveces enmudecen ante el muro de traumas adquiridas y descritas sin piedad.
Aquí la declaración que resucita a los muertos y deroga los decretos de ese Seol invasivo. Aquí la vida que conoce que la muerte será vencida algún día. Quizás aun hoy.
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