Debido a la calidad de la relación que une a YHVH y al salmista, aún el sufrimiento más insoportable rara vez se distancia de la mano de YHVH.
La teodicea de los salmos—su intento de dar sentido al comportamiento de Dios—es más complejo que simple. El salterio no se permite eliminar la causalidad de la lista de explicaciones que describen la participación de Dios en nuestro dolor. En mi dolor.
En este sentido, las 150 oraciones del libro de los Salmos son tenazmente teológicos. No hay una objetiva reflexión filosófica aquí. No hay un discurso liviano secularizante ni un choteo piadoso acerca de lo que pasa cuando Dios no presta atención o se distrae por cosas más grandes.
Incluso un grito de gratitud para la liberación de la aflicción como el Salmo 66, se expresa de la siguiente manera:
Porque tú nos has probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata. (Salmo 66:10 LBLA)
El problema con dichas conclusiones es que—leído descuidadamente—sugieren que el que sufre supiera todo el tiempo que estaba en una mera prueba o un ensayo. En realidad, en sus momentos más difíciles, en sus meses más duros, sintió como si fuera el blanco de la enemistad de Dios. Pareciese que fuera un asesinato.
Nos metiste en la red; carga pesada pusiste sobre nuestros lomos. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas; pasamos por el fuego y por el agua…
El lamento y la queja característicamente conllevan a la celebración en los salmos, no tanto porque la forma literaria requiere un final feliz, sino porque YHVH, de hecho, escucha, actúa y transforma.
En el salmo 66, el deseo del poeta de generar a partir de su experiencia la instrucción que evitará que otros que sufren persistan una especie de dolor sin sentido, agrega un revistimiento didáctico a su gratitud. Sería bueno, parece pensar él, que si—en tu oscuridad——pudieras descubrir más rápido que yo, que el paso por fuego y por agua lleva a un lugar que vale la pena luchar para descubrir.
Venid y oíd, todos los que a Dios teméis, y contaré lo que El ha hecho por mi alma. Con mi boca clamé a El, y ensalzado fue con mi lengua. Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará. Pero ciertamente Dios me ha oído; El atendió a la voz de mi oración.
Bendito sea Dios, que no ha desechado mi oración, ni apartado de mí su misericordia.
Cuando uno habla así de feliz, así de intacto por el fuego y el agua, las palabras son superficiales y desalentadoras. Pero cuando el hablante aún cojea, cuando la sombra de la muerte aún pasa de vez en cuando sobre tu rostro—transformada pero no disipada por el rescate de YHVH—tales palabras pesan casi más de lo que se puede expresar.
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