La visión bíblica proverbial palpita al ritmo del corazón humano. Ella sabe lo que lo aflige y conoce las palabras que lo curan, reconoce la pérdida que mata al alma humana y las buenas noticas que lo vuelven a la vida.
13:12 La esperanza que se demora es tormento del corazón; Pero árbol de vida es el deseo cumplido.
Si la esperanza que se demora enferma al corazón, entonces la pregunta que surge después de leer el Salmo 88 es: ¿qué tipo de medicamento nos provee este salmo? Esta oscura articulación sobre la pérdida constante a la que los seres humanos nos vemos sometidos no contiene una sola palabra de esperanza de tiempos mejores. De hecho, se ha señalado el Salmo 88 dentro de los ‘salmos de lamento’ como aquel que no manifiesta movimiento alguno en sentido de la esperanza. Simplemente es una crónica del final de las cosas, asignando la causalidad de la catástrofe a YHWH, quien no vacila ni se disculpa.
Si bien es cierto, el Salmo inicia, con la motivación que YHWH escuchará y responderá:
88:1: “Oh Jehová, Dios de mi salvación, Día y noche clamo delante de ti. 88:2 Llegue mi oración a tu presencia; Inclina tu oído a mi clamor.”
Sin embargo, la experiencia del que ora es que YHWH se mantiene deliberadamente sordo a su clamor:
88:13: “Mas yo a ti he clamado, oh Jehová, Y de mañana mi oración se presentará delante de ti.”
En medio del clamor de su necesidad insatisfecha, el salmista invoca, voz en cuello, la forma y la profundidad de su agonía. La peor, quizás, de todas sus calamidades, es el aislamiento en el que las sufre.
“88:3 Porque mi alma está hastiada de males, Y mi vida cercana al Seol. 88:4 Soy contado entre los que descienden al sepulcro; Soy como hombre sin fuerza, 88:5 Abandonado entre los muertos, Como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, De quienes no te acuerdas ya, Y que fueron arrebatados de tu mano. 88:6 Me has puesto en el hoyo profundo, En tinieblas, en lugares profundos. 88:7 Sobre mí reposa tu ira, Y me has afligido con todas tus ondas. 88:8 Has alejado de mí mis conocidos; Me has puesto por abominación a ellos; Encerrado estoy, y no puedo salir.”
En su exagerada desazón, el salmista se percata que no está del todo solo. Un compañero cercano pero no deseado, el dolor, permanece a su lado.
88:15: “Yo estoy afligido y menesteroso; Desde la juventud he llevado tus terrores, he estado medroso. 88:16 Sobre mí han pasado tus iras, Y me oprimen tus terrores. 88:17 Me han rodeado como aguas continuamente; A una me han cercado. 88:18 Has alejado de mí al amigo y al compañero, Y a mis conocidos has puesto en tinieblas.”
¿Cómo entonces se explica el hecho de que el libro de oración de Israel abarque temas tan oscuros y entre sus líneas se entrelace con toda franqueza el dolor devastador del ser humano y la realidad de una esperanza sin respuesta? Parecería que la devoción del que ora se anula, podría decirse que el creyente está desnudo, atormentado ante una esperanza que no llega. Sin embargo, el salmista ora las palabras. Nosotros oramos las palabras.
Una fina pero esencial línea se abre paso entre el alma enferma por una esperanza que se demora, por un lado, y por otro lado la muerte por desesperación.
Podríamos anhelar la salud y la felicidad. Sin embargo, en este valle que es la vida, en donde esas cosas no están totalmente disponibles y la búsqueda de ellas es absurda, uno puede encontrar consuelo en la enfermedad, cuando la alternativa es la muerte misma.
Este pensamiento no es muy moderno. No cabe bien en una época en la que cada persona asume sin lugar a dudas su derecho “buscar la felicidad”.
Pero sigue siendo nuestra cuerda de salvamento hasta el momento en que YHWH, por razones que no revela, se vuelve por fin y nos escucha.
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