El libro bíblico que llamamos ‘Isaías’ es inmenso. Esta observación es acertada no solamente en alusión a sus sesenta y seis capítulos, sino por la profundidad e impacto que ha causado en la vida de incontables comunidades judías y cristianas.
Quizá el amor—divino o humano—se comprenda mejor cuando el observador tome en cuenta las angustias y los obstáculos que impiden su avance. Un amor persistente se distingue más por sus cicatrices tras décadas de probada fidelidad, que por la deslumbrante fortaleza de su incipiente primavera.
No debe sorprendernos entonces que un libro que respira el amor de YHVH para con su amada Sión, inicie con un pleito. El amor de YHVH es ante todo, un amor que supera el desamor, una pasión casi indescriptible que genera el drama de un Esposo Divino que no abandona a su amada aún cuando su perseverancia le obliga a renovarla y restaurarla mediante el fuego del sufrimiento.
Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque ha hablado Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.
YHVH denuncia la obstinada terquedad de Sión, apelando a los únicos testigos que han presenciado su destructiva insistencia en rebelarse contra su Divino Esposo. Su comportamiento lo obliga a dirigirse a ella, ya no como amante sino como un padre airado, con la voz autoritaria del amo que se impone a la insensatez del animal.
Con este clamor contundente el libro pone de manifiesto la ruptura de una relación. El libro del Isaías no negociará a ninguna costa su código moral ni su sistema ético. La ética y la moral se verán en función a la relación que obliga a YHVH y a Sión a caminar juntos, aun cuando esta dolorosa cercanía produzca un profundo sufrimiento en la vida de ambos.
YHVH hablará y actuará peligrosamente apasionado en el libro de Isaías. No es un tratado de verdades estáticas sino el drama de un amante inmerso en el rechazo de su amada y determinado a que la historia de ese amor sagrado no termine en ceniza u olvido sino en fiesta.
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