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Posts Tagged ‘miedo’

Sin duda, el mandato divino más frecuente en toda la Biblia es «¡No temas!», un hecho del panorama literario que dice mucho sobre la intencionalidad y el propósito.

Josué lo saca a relucir cuando él y su adolescente Israel se han convertido en el objeto de una alianza improbable de monarcas mezquinos, que se puede describir tanto por las diferencias que aportan a esta coalición como por su histeria con respecto a Israel. Este último parece casi infantil junto a los ejércitos imperiales que normalmente marchan por tierras envidiadas y las páginas de la Biblia.

Sin embargo, la alianza es militarmente formidable y, según cualquier cálculo convencional, capaz de poner fin rápidamente al proyecto de Israel. 

En esta circunstancia, la voz divina pronuncia palabras que ahora nos resultan familiares.

No temas, porque […] yo…

A menudo, la justificación es un mero acompañamiento divino: «porque yo estoy contigo». Aquí, la concreción se impone: porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante de Israel.

No temas.

Es una palabra de otro mundo, en el sentido de que su viabilidad depende de una percepción que solo uno de los participantes es capaz de recibir. Sin embargo, es eminentemente de este mundo, ya que sustenta un resultado que pronto será evidente para todos.

No temas.

También es la palabra más urgente y pertinente que podría venir del cielo o, por lo demás, de esta tierra.

Si bien hoy en día la vida es, desde cierto punto de vista, más segura de lo que los antiguos podrían haber esperado, no por ello está menos plagada de ansiedad. Quizás la constante extinción de certezas que nos ha llevado hasta aquí hace que la angustia sea inevitable cuando se compara con las sangrientas previsibilidades de, por ejemplo, la vida en el Levante mil años antes de nuestra era.

Ellos tenían un puñado de formas espectaculares de fracasar. Nosotros tenemos una docena, matizadas a lo largo de la paleta de colores existenciales.

Aunque es imposible determinar de qué manera Jesús adquirió lo que los estudiosos denominan su «conciencia mesiánica», no hay duda de que la prueba a la que lo sometió Satanás en el desierto —con reminiscencias de Israel— fue un hito en el proceso, ya que lo lanzó a su labor pública como ningún otro momento, excepto aquel en el que se encontraba junto al Bautista, con las aguas del Jordán bañándole las rodillas.

Astutamente, Satanás le ofrece a Jesús tres maneras de triunfar. El fracaso es tan innecesario, al parecer, en un mundo donde los hombres viven solo de pan, y donde las molestas cuestiones de justicia y rectitud han quedado eclipsadas ante la seguridad que brinda la oscuridad de las necesidades satisfechas.

En cada caso, Jesús casi se hace eco de su homónimo Josué al poner su suerte en manos de la presencia divina y la actividad divina.

Esto debió de provocar un camino de angustia insoportable, de una verdadera lucha con Dios, similar a la de otro antepasado llamado Israel.

Debió haber habido mucho miedo al fracaso en esta audaz elección, como el de seguir adelante en el Levante cuando un lugar inestable podría haber sido ocupado igualmente y, con el paso de las generaciones, convertido en hogar.

«No temas», insiste la voz divina, como si la fe audaz fuera, al fin y al cabo, la opción más segura.

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