Los capítulos finales del libro de Levítico trazan las dos opciones fundamentales de Israel y sus consecuencias en términos de la bendición y la maldición de YHVH. Aquí, todos los detalles específicos de la legislación sacerdotal se desvanecen, dejando al descubierto únicamente los elementos más destacados del paisaje moral. Elegir a YHVH significa tomar la decisión de vivir conforme a sus juicios y estatutos. Su recompensa es la bendición divina en las formas más terrenales y satisfactorias. La elección contraria implica vivir como las demás naciones, fuera de la relación exclusiva y pactada que YHVH anhela. Esto atraerá, según se nos dice, una maldición devastadora sobre el pueblo.
Sin embargo, el dualismo determinado de las opciones y el destino de Israel no es precisamente simétrico. La fidelidad tenaz de YHVH excluye cualquier noción mecanicista o de campo nivelado, cualquier idea de que la voluntad humana desnuda sea la única variable en juego.
Porque la tierra será abandonada por ellos, y gozará de sus días de reposo mientras quede desolada con su ausencia. Entretanto, ellos pagarán su iniquidad, porque despreciaron mis ordenanzas y su alma aborreció mis estatutos. Sin embargo, a pesar de esto, cuando estén en la tierra de sus enemigos no los desecharé ni los aborreceré tanto como para destruirlos, quebrantando mi pacto con ellos, porque yo soy el Señor su Dios, sino que por ellos me acordaré del pacto con sus antepasados, que yo saqué de la tierra de Egipto a la vista de las naciones, para ser su Dios. Yo soy el Señor.
A lo largo del corpus levítico, la expresión “porque yo soy YHVH su (tu) Dios” funciona como una especie de punto de exclamación. La naturaleza de YHVH, su carácter, y, en efecto, su personalidad, constituyen el fundamento de todo lo que se declara sobre su mundo y sobre el drama humano que en él se desarrolla.
En este pasaje, su identidad autocertificada subraya la imposibilidad de que la desobediencia nacional tenga la última palabra de manera final y sin mitigación. YHVH declara que, ante la rebelión de Israel y la consecuencia del exilio en una tierra extranjera, no los desechará ni los aborrecerá tanto como para destruirlos.
El castigo será severo, profundamente doloroso. Pero no será definitivo. El instinto redentor de YHVH, su determinación de rescatar, de forjar un futuro donde no parece haber esperanza alguna, prevalecerá.
YHVH es un agente libre, un salvador asombrosamente audaz y aparentemente temerario de su pueblo. La pulcritud moral se disuelve ante su voluntad. Israel puede depender de esto, y solo de esto. Las simetrías morales conducen únicamente a la muerte. En cambio, YHVH se rehúsa a ser recordado en lo que hemos aprendido a llamar historia como el dios que, con toda justicia, abandonó.
La justicia es su naturaleza, pero no lo controla.