El emisario asirio Rab-Shekah pone en duda públicamente todo lo que los jerosolimitanos han aprendido a creer sobre ellos mismos, su ciudad y su deidad tutelar. Además, se niega a transmitir su mensaje en los dulces tonos del arameo diplomático, y opta por detener los corazones de la gente común en la muralla elaborando su aterrador ultimátum en el dialecto común judaico.
Es un momento en el que los corazones tiemblan como los árboles arrastrados por el viento. Se lanzan miradas nerviosas en la dirección del palacio del rey y de la casa del profeta.
En medio de todo esto, uno discierne un paralelismo muy significativo. De vuelta a la visión de visiones del libro, tras el muestrario orientador del capítulo uno y sólo unos pocos versos en el verdadero inicio de la obra en el capítulo dos, se dibuja una imagen gloriosa de la elevada y deseable Sión/Jerusalén, a la que las naciones fluyen como un gran río humano debido a su hambre de luz y vida.
Allí se nos da una especie de explicación resumida de por qué toda la escena absurda e imposible no debe ser descartada sino atesorada precisamente por los más comprometidos con la historia y con la verdad:
Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
Isaías 2:3 (LBLA)
Para el lector, han pasado muchos capítulos desde que sonaron aquellas notas prometedoras al inicio del libro. El pronóstico es funesto. La ruinosa Asiria está en marcha y con los ojos puestos en Sión. El profeta nos ha dicho que la decisión de Judá de ‘apoyarse’ en Egipto como un robusto bastón en la mano de un viajero cansado sólo producirá un agujero en la palma de esa misma mano.
Sin embargo, YHVH también se encuentra enfurecido por la rapaz desinhibición de Asiria, la herramienta en su mano. El libro le hace anunciar que su opción sigue siendo Judá/Israel, que el saqueo asirio, con todas las secuelas sangrientas y llenas de causalidad que ha dejado en el espacio y en el tiempo, no es su última palabra, ni siquiera su preferida.
En este momento, el texto nos da una declaración que es inquietantemente similar a la del capítulo dos, citada anteriormente:
Y el remanente de la casa de Judá que se salve, echará de nuevo raíces por debajo y dará fruto por arriba.Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y del monte Sión sobrevivientes. El celo del Señor de los ejércitos hará esto”.
Isaías 37:31-32 (LBLA)
Parece inverosímil que tal simetría estructural y similitud léxica se produzcan sin que de alguna manera se vinculen las dos convicciones que el profeta quiere que escuchemos de la propia boca de YHVH.
¿Podría ser que la temprana declaración de YHVH sobre una aglomeración internacional de Sión con el fin de llenar los corazones con la instrucción de YHVH pudiera complementarse o incluso ser ocasionada por la imprevista supervivencia de un remanente jerosolimitano después de que la furia de Asiria haya pasado, desviada, a otros objetos?
¿Acaso Jerusalén, en la trama isaística, exporta tanto la instrucción y la palabra de YHVH -por un lado- como un remanente de supervivientes comprometido, comisionado e indeleblemente marcado, por otro? Si se quiere leer así, ¿coinciden de algún modo la palabra de YHVH y el testimonio de su remanente rescatado en el cumplimiento de unos propósitos que siguen siendo más amplios y largos incluso que la previsión del profeta cuyo nombre titula este libro?
¿O es que palabras similares se han alineado accidentalmente de esta manera sin coherencia, carentes de significado, estériles de promesa?
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