El capítulo 35 del libro de Isaías inicia una especie de puente entre la gran sección del libro que le precede y la sección o secciones que le siguen. Este breve capítulo es intensamente lírico, profundamente esperanzador y exuberante.
Como todo gran elemento puente debe hacer, presenta temas que nos son familiares por los atisbos que hemos disfrutado en la oscura primera sección, temas que se desarrollan ampliamente y a veces salvajemente en los capítulos que siguen.
El capítulo 35, que consta de sólo diez versos, exige ser citado en su totalidad.
El desierto y el yermo se alegrarán, y se regocijará el Arabá y florecerá como el azafrán; florecerá copiosamente y se regocijará en gran manera y gritará de júbilo. La gloria del Líbano le será dada, la majestad del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles y afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón tímido:
Esforzaos, no temáis. He aquí, vuestro Dios viene con venganza; la retribución vendrá de Dios mismo,
mas Él os salvará.Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. El cojo entonces saltará como un ciervo, y la lengua del mudo gritará de júbilo, porque aguas brotarán en el desierto
y arroyos en el Arabá. La tierra abrasada se convertirá en laguna, y el secadal en manantiales de aguas; en la guarida de chacales, su lugar de descanso, la hierba se convertirá en cañas y juncos.Allí habrá una calzada, un camino, y será llamado Camino de Santidad; el inmundo no transitará por él, sino que será para el que ande en ese camino; los necios no vagarán por él. Allí no habrá león,
Isaías 35:1-10 (LBLA)
ni subirá por él bestia feroz; estos no se hallarán allí, sino que por él andarán los redimidos. Volverán los rescatados del Señor, entrarán en Sión con gritos de júbilo, con alegría eterna sobre sus cabezas.
Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y el gemido.
El capítulo es un himno al regreso a casa de una comunidad exiliada que, por derecho, debería haber perecido en el cautiverio, como se esperaba que hicieran los pueblos exiliados de la época. Retoma y se regodea en temas que se han convertido en los tropos más conocidos para los lectores de Isaías. Al hacerlo, insinúa que esos primeros atisbos de dicha promesa se convertirán en poco tiempo en algo que marcará la agenda y será panorámico.
A riesgo de destacar sólo uno o dos de estos temas, el capítulo transforma la barrera mortal entre el aquí y el allá, que es el desierto, en una carretera de regreso a casa con seguridad. Todo lo que está muerto y seco florece y riega. Lo que antes asesinaba a los inocentes con su calor salvaje, ahora embellece su camino a casa e hidrata sus lenguas secas.
Sin embargo, es un giro particularmente delicado el que quiero destacar aquí:
Fortaleced las manos débiles y afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón tímido:
Esforzaos, no temáis. He aquí, vuestro Dios viene con venganza; la retribución vendrá de Dios mismo,
mas Él os salvará.
Esta declaración muestra que la noticia del retorno -brillante y catalizadora como parece desde nuestra distancia- no fue necesariamente bien recibida por aquellos que habían hecho su desalentada paz con el exilio. Tales personas, que merecen nuestra simpatía, poseen “manos débiles” y “rodillas vacilantes” que requerirán algún fortalecimiento si el Retorno ha de convertirse en algo más que una canción prometedora. Al fin y al cabo, el diablo que se conoce es mejor que el que no se conoce.
Pero las manos y las rodillas no son las únicas partes del cuerpo deficientes entre el Judá cautivo. El texto se dirige a los que tienen un corazón tímido (así LBLA). Una lectura más literal podría producir esto:
Di a los apresurados de corazón (alternativamente, ‘los afanosos de corazón’): ‘¡Sé fuerte; no temas! (hebreo: נמהרי־לב)
Para algunos lectores, este diagnóstico bastante poético les sonará al instante.
La promesa de YHVH llega a los cautivos con ansiedad y con corazón afanoso. Se convierte en una buena noticia para los pequeños apresurados por la adrenalina y atacados por el pánico, los acobardados y los que se refugian en sí mismos. Les desafía a reconsiderar los términos que han negociado con su aterrador mundo y a aceptar un nombre nuevo y bastante bullicioso, uno con un poco de confianza frente a los chacales y bandidos que solían patrullar este camino: Los Redimidos.
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