Un apodo puede ejercer más impacto en la vida de la persona que es llamada de esta nueva forma que, por medio de la utilización del nombre de pila.
Tu nombre puede ser Rafael, pero si los compañeros de cancha te llaman Chino, este último dice más acerca de su persona que su nombre de pila.
Si has sido etiquetado despectivamente por algún hecho vergonzoso, de seguro utilizarán algún mote que hará recordar lo que eres o hiciste. Eso es como llevar colgada una letra escarlata que anuncia la penosa llegada. Afortunadamente, no todos los nombres dados por la vida son miserables. Algunos son gloriosos.
Pero ahora, Jacob, mi siervo, Israel, a quien he escogido, ¡escucha! Así dice el Señor, el que te hizo, el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda: ‘No temas, Jacob, mi siervo, Jesurún, a quien he escogido, que regaré con agua la tierra sedienta, y con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus vástagos, y brotarán como hierba en un prado, como sauces junto a arroyos. Uno dirá: “Pertenezco al Señor”; otro llevará el nombre de Jacob, y otro escribirá en su mano: “Yo soy del Señor”, y tomará para sí el nombre de Israel.’ (Isaías 44:1-5 N.V.I.).
Este oráculo del ‘siervo’ lleva consigo continuidades que recurren desde el momento que por primera vez se habló de semejante ‘siervo del Señor’. En este capítulo, el sediento sendero por el desierto a Sion se vuelve regado y frondoso. El Espíritu de YHWH, que una canción del siervo anteriormente hizo descansar sobre el siervo, ahora está derramado sobre los descendientes del siervo.
Hay aún más desarrollo de la figura del siervo. El siervo es claramente identificado aquí como Jacob, como Israel el eligido y como Jeshurun amado (una identificación que se repite en el versículo 21). La identidad sigue siendo enigmática, pero ahora tenemos al menos esta ancla.
Es la extensión de la promesa restauradora a las generaciones venideras que provoca del profeta su poesía más brillante. Hablando de la descendencia que viene, brotarán entre la hierba como sauces por corrientes fluidas.
Y luego, este segundo nombramiento, este sondeo de la identidad más profunda, esta provisión de un agarre verbal para lo más nuevo, lo más espléndido, lo menos imaginable en el anochecer del cautiverio:
Uno dirá: ‘Pertenezco al Señor’; otro llevará el nombre de Jacob, y otro escribirá en su mano: ‘Yo soy del Señor’, y tomará para sí el nombre de Israel.
No es la última vez que el libro de Isaías y aquella promesa neotestamentaria que deriva su energía de ella hablará de un segundo nombre. Es simplemente el primer susurro de un renacimiento asombroso que sigue a raíz de la hazaña de la bondad tan poco imaginable de YHWH.
¿Cómo te llamas?
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