Una voz misteriosa resuena en el cuadragésimo capítulo del libro de Isaías, el mismo punto en el que la comodidad suplanta el juicio como el tono imperioso del libro. Esta voz es misteriosa precisamente porque es anónima. No es frecuente que un texto introduzca a un nuevo protagonista sin identificarlo.
Isaías, no es ningún esclavo de la conformidad, y hace exactamente esto.
¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!—dice su Dios—. Hablen con cariño a Jerusalén, y anúncienle que ya ha cumplido su tiempo de servicio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados.
Una voz proclama: «Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios (Isaías 40: 1-3 N.V.I.).
La voz anónima está claramente alineada con la del Dios de Israel, éste habla primero. Sin embargo, la voz también es distinta; no es meramente la propia voz de Dios. Sólo unos cuantos versículos después, ‘una voz’ habla una vez más. Significativamente, ordena a un oyente que igualmente queda sin identificarse, que proclame, al igual que la propia voz había llevado a cabo el capítulo.
Una voz dice: «Proclama». « ¿Y qué voy a proclamar?», respondo yo. «Que todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Isaías 40: 6-8 N.V.I.)
Parece haber un contagio que va desde ‘una voz’ a la experiencia del oyente de su clamor. Aquí, el pronombre singular de la primera persona ‘Yo’ representa a este oyente.
Es decir, la voz despierta a alguien o, posiblemente, a un grupo de personas a la acción que consiste en tomar y extender el propio mensaje declarado de la voz. Vemos esto en la agitación de los imperativos que rodean el llanto de la voz, mandamientos que ponen carne en los huesos del simple mandato de clamar.
Lo vemos también en un versículo como Isaías 58.1:
¡Grita con toda tu fuerza, no te reprimas! Alza tu voz como trompeta. Denúnciale a mi pueblo sus rebeldías; sus pecados, a los descendientes de Jacob (Isaías 58.1: N.V.I.).
No es difícil conjeturar que esta voz anónima está convocando a un profeta, un grupo de profetas, o incluso un remanente de dentro de Israel a alguna acción con respecto a Israel misma. Y que este profeta, estos profetas, o este Israel dentro de Israel de alguna manera se unen a la voz en esta comisión.
¿Pero qué hay de la voz anónima?
Podemos encontrar alguna pista de la identidad de la voz en la visión programática de Isaías en el capítulo 6. Por ‘programática’, quiero decir que el breve pasaje al que me he referido establece el orden del día o establece el programa del libro como un todo. Sus temas, incluso sus detalles, se repiten a medida que se abordan en distintos momentos se desarrollan. Esto sitúa a la visión de la sala del trono de Isaías en una luz distinta, porque parecería que los acontecimientos y las palabras de esa experiencia se encuentran en el núcleo generativo del mensaje isaiánico.
El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria».
Al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Entonces grité: « ¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!» (Isaías 6: 1-5 N.V.I.).
El registro de todos los relatos contados indica que los serafines son seres majestuosos. Su ángulo de visión sobre toda la tierra y los efectos de su gran y temible voz lo dicen, esto sin entrar en detalles a lo que implica su proximidad con YHWH. El nombre de estos seres parece llevarnos al verbo ‘quemar’, así que podríamos pensar en criaturas ardientes y relucientes.
Son de varias maneras como la voz anónima de Isaías 40, porque nunca se identifican en detalle; eso sí, ellos están profundamente alineados con la presencia y el propósito de YHWH; y claman a cabo una verdad fundamental, trascendente que no es del todo busca ser reconocida por los mortales, su labor es servicial.
¿Podría ser que estos serafines -o mejor, uno de ellos- posea la voz anónima al comienzo del capítulo 40?
Debe admitirse que en la visión de la sala del trono del capítulo 6, YHWH mismo declara un mensaje distinto al profeta Isaías.
Entonces oí la voz del Señor que decía: ― ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí:
―Aquí estoy. ¡Envíame a mí! Él dijo: ―Ve y dile a este pueblo: »“Oigan bien, pero no entiendan; miren bien, pero no perciban”. Haz insensible el corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y sea sanado» (Isaías 6: 8-10 N.V.I.)
Sin embargo, YHWH habla en lugar de gritar, como parece ser el caso en el capítulo 40, donde YHWH habla, pero la voz grita.
Parece que la mejor construcción que podemos colocar sobre este texto es que la voz no identificada tanto en la comisión del capítulo seis del profeta Isaías, como en la convocatoria del capítulo 40 a un grupo de declarantes, es la de un consejo celestial representado por los serafines. Esta comprensión puede ser de hecho corroborada por la singular primera persona del plural de la deliberación notable de YHWH en el capítulo seis:
Entonces oí la voz del Señor que decía: ― ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: ―Aquí estoy (Isaías 6:8 N.V.I.).
Parece que en ambos pasajes fundamentales del libro de Isaías, YHWH aparece en compañía de un consejo celestial. Desde esa ubicación celestialmente social, convoca a su profeta (s) para declarar a Israel su destino. En el primer caso, el panorama es tenso, oscuro y presagioso. En el segundo, es brillante y tan prometedor que sólo la poesía conmovedora del libro puede hacer que los corazones se levanten y se apoderen de él.
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