En ocasiones, los profetas relajan el notable silencio de la Biblia hebrea con respecto a lo que podríamos llamar ‘el mundo invisible ’. Los textos del Antiguo Testamento no gastan mucho tiempo negando que pudiera haber una estela de acciones más allá de lo que podemos ver y escuchar por los medios convencionales.
En pocas palabras, los textos siguen siendo agnósticos y sugestivos en ese punto, proporcionando sólo lo más breves vislumbres de un mundo que se abre paso a lo invisible y que está en guerra, así como estamos en guerra tan frecuentemente aquí abajo.
Deuteronomio 29.29 parece captar esta posición, que es al mismo tiempo autoconsciente, disciplinada y sostenida.
Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley (Deuteronomio 29:29 N.V.I.).
La pasión espiritual en nuestros días coincide regularmente con una inclinación a la especulación sobre el ‘mundo espiritual’ y oculto que está en desacuerdo con este enfoque. Sin embargo, podríamos sentir cierta comodidad por el manejo de una espiritualidad que se arriesga a cuestionar el materialismo sofocante que ha sido nuestra ideología oficial durante uno o dos siglos.
Habiéndome liberado de esta declaración de cautela, encontramos después de una pausa en uno de los ‘oráculos contra las naciones’ de Isaías un fascinante vislumbre de lo que podríamas llamar los dos niveles de la creación.
En aquel día el Señor castigará a los poderes celestiales en el cielo y a los reyes terrenales en la tierra. (Isaías 24:21 N.V.I.)
Este texto de Isaías no es el único que identifica una cierta correlación entre lo que ‘las naciones’ hacen en el mundo que conocemos, por una parte, y la rebelión y a veces la guerra intra-celestial de parte de—¿qué los llamaremos?—los poderes celestiales.
La reiterativa repetición del verso—la hueste del cielo en el cielo y los reyes de la tierra en la tierra—parece subrayar una insistencia profética de que la realidad viene en dos sabores y que las actividades en las dos esferas realmente de hecho tienen correlación.
El libro de Isaías es al menos tan insistente como cualquier otra porción de literaria del Antiguo Testamento sobre el punto que YHWH es incomparable, y por lo tanto es único. Su autoridad no es la única autoridad, pero no tiene comparación alguna con otra.
La seguridad que el profeta ofrece a la pequeña Judá se dirige modestamente a un temor latente en los desamparados nacionales o existenciales: que el rescate o la redención pueda venir, pero sólo de forma parcial.
No, dice al profeta, extendiendo sus manos hacia los polos llamados ‘el cielo y la tierra’. En aquel día, todos serán tocados, todo será sujetado y todo perro de guerra hecho sumiso.
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