Si un libro de la Biblia como Isaías puede ser considerado una fuente inagotable, es en parte porque dicha afirmación descansa en el matiz poético de su lenguaje.
El tercer capítulo del libro, denuncia ferozmente un pueblo sin dirigentes. Los que no han abdicado totalmente de su liderazgo, gobiernan como niños. De hecho, línea tras línea de disección severa del cuerpo político de Judá, cae con un peso casi insoportable ante una temporada electoral caricaturesca cuando el infantilismo se convirtió en una virtud política.
Sin embargo y en contraste, el mismo profeta sostiene un dominio muy adulto de su lenguaje.
Dos verbos convencionales entran en juego en el versículo doce. He subrayado en cursiva las palabras que inmediatamente rodean estas.
Los opresores de mi pueblo son muchachos, y mujeres se enseñorearon de él. ¡Pueblo mío, los que te guían te engañan y tuercen el curso de tus caminos!” (Isaías 3:12 RVR95)
Cuando los traductores bíblicos notan este juego lírico de palabras, a veces se ven forzados por el idioma para el cual están elaborando su traducción, a dejar caer lo que tienen en manos. Más una breve incursión en el idioma hebreo del texto, actúa como herramienta para rescatar el sentido.
El verbo traducido por guía se presenta como un sustantivo. Se trata de la palabra hebrea אשר, que sin duda significa guiar. Pero este es un significado derivado. En su esencia, el verbo significa hacer recto, enderezar, mantener fiel.
Esto es precisamente lo que hace un guía. Estos están a cargo de conducir a sus seguidores por un sendero que los llevará a un destino que, sin la ayuda de expertos, jamás lograrían llegar. Ante todo, un guía es un ‘enderezador de sendas’. Isaías nota la presencia de tales personas aquí, entre un matorral circundante de líderes desventurados.
El problema es que, estos ‘guías’ hacen precisamente el contrario de los que sus clientes necesitan: Hacer que Judá yerre. Ubicándolas en un curso equivocado y conducirlas por un camino errado.
La palabra en hebreo תעה es un vocablo convencional y por tanto familiar cuando se está describiendo semejante actividad desnaturalizada. Engañar a los guiados es algo que podría esperarse de un tramposo, de un bandido que busca emboscar a otros, incluso de un enemigo astuto. Pero nunca de un guía.
Nunca de un enderezador de caminos.
Isaías regresará a este mismo tema en el capítulo nueve.
Porque los que guían a este pueblo lo extravían; y los guiados por ellos son tragados (Isaías 9:16 L.B.L.A.).
En estas quietas yuxtaposiciones de dos palabras ordinarias, la retórica de Isaías logra una fuerza incomparable que perdurará.
Se presume que aquí también un remanente en Judá, oyendo una voz persuasiva, optaría por arrepentirse, por cambiar de sentido, por volver a un camino que le prometía un futuro en vez de cenizas.
Es aquí en el leve giro de una frase, en la astuta yuxtaposición de dos palabras comunes para expresar una verdad poco común, es que este libro manifiesta una belleza que justifica su supervivencia, y sus recursos inagotables.
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