Así como el libro de Josué comienza con una renovación del pacto que une a Israel con YHVH y su líder elegido, así también termina. Josué recibió el bastón de mando de manos del anciano legislador de Israel, Moisés. Ahora se prepara para entregarlo a aquellos líderes israelitas, en su mayoría anónimos, que lo llevarán adelante. Josué, en sus propias palabras, ha envejecido y «avanzado en años».
Ha llegado el momento de otro cambio doloroso. Israel sobrevivirá gracias al fuerte vínculo que supone el pacto.
La forma que adopta esta ceremonia de renovación del pacto en las páginas del Hexateuco (término que intenta reconocer la continuidad entre el libro de Josué y los cinco «libros de Moisés» (Pentateuco) que lo preceden) eleva dos temas a un primer plano. Estos resultan escandalosos para los lectores que se han empapado de la tolerancia como el valor más elevado, incluso absoluto. El primero de ellos es el despojo de un grupo para que otro pueda apropiarse de sus tierras. El segundo es una deidad amenazante y celosa.
El repaso de las obras del Señor en favor de Israel, su socio en el pacto, constituye el preludio histórico de la renovación del pacto. En él se nos recuerda que el Señor expulsó a los pueblos que habitaban la porción del Levante elegida por Israel. De hecho, la generosidad desbordante de YHVH hacia Israel es motivo para la fidelidad deseada al pacto:
Y os di una tierra en que no habíais trabajado, y ciudades que no habíais edificado, y habitáis en ellas; de viñas y olivares que no plantasteis, coméis. Ahora pues, temed al Señor y servidle con integridad y con fidelidad; quitad los dioses que vuestros padres sirvieron al otro lado del Río y en Egipto, y servid al Señor.
YHVH había purificado la tierra «enviando avispas», había realzado la reputación de los guerreros israelitas para que «un solo hombre de vosotros hace huir a mil, porque el Señor vuestro Dios es quien pelea por vosotros, tal como Él os ha prometido».
¿Qué pensar, entonces, del destino de aquellas naciones —cuyos nombres se conocen, es cierto, pero a las que rara vez se les concede simpatía histórica— que perdieron sus tierras a manos de las tribus invasoras?
Es una pregunta que ha inquietado a los lectores serios de la Biblia durante siglos. Todo lo que se puede decir aquí es que la respuesta del historiador bíblico no analiza este tema con el cuidado que las simpatías morales modernas desearían que se le dedicara. Hay tres intentos, aunque superficiales, de considerar el destino de estos pueblos.
La primera es el reconocimiento de lo que podríamos llamar «el cananeo justo». Rahab, por ejemplo, adquiere notoriedad cuando, como prostituta emblemática de Jericó en la muralla, anticipa la victoria de YHVH en nombre de Israel. Animada por esta premonición, se pasa al bando de los espías israelitas a los que da cobijo y del ejército que los seguirá hasta Jericó. Al hacerlo, salva a toda su familia de la muerte y sus propiedades del saqueo. El historiador admite que incluso una prostituta cananea puede, en las circunstancias adecuadas, hacer lo correcto.
La segunda es la atribución de un nivel culpable de depravación a los habitantes de la tierra. Esta lógica insinúa que las naciones desposeídas habían contravenido incluso los niveles mínimos de rectitud, por lo que su expulsión estaba plenamente justificada por razones morales. Una referencia más explícita en este sentido se encuentra en una promesa proleptica al padre Abraham sobre la eventual toma de posesión por parte de sus descendientes de la tierra por la que le llevó su nomadismo:
Y Dios dijo a Abram: Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no es suya, donde serán esclavizados y oprimidos cuatrocientos años. Mas yo también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después saldrán de allí con grandes riquezas.Tú irás a tus padres en paz; y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación ellos regresarán acá, porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la iniquidad de los amorreos.
Por último, es fácil observar que el énfasis de la prosa del historiador recae notablemente en la bonanza que esta tierra supondrá para Israel. Simplemente afirma que es el deseo de YHVH quitarle la propiedad del lugar a ciertas manos y entregársela a Israel. Es significativo que no justifique esto basándose en el comportamiento heroico de Israel, como cabría esperar. El historiador bíblico es muy consciente de que Israel no merece en absoluto este regalo, de hecho, se esfuerza por convencer a Israel de esta convicción fundamental.
El escritor está de acuerdo con el derecho de YHVH a mover las piezas del ajedrez, una perspectiva «macro» que se suaviza ocasionalmente por la atención que el arquitecto divino presta a personas extranjeras y vulnerables como Agar y Rahab. Aunque esto pueda parecer irresponsable y oscurantista desde el punto de vista de un lector moderno, no es casual. Más bien, el historiador bíblico está convencido de que el carácter de YHVH es justo y verdadero, por lo que sus actos más duros deben entenderse como la consecuencia de alguna causa justa. Es casi sin precedentes en la literatura antigua que esta convicción se vuelva tan abiertamente contra el propio Israel a través de las prolongadas advertencias a este recién llegado a la escena de que una desposesión y un exilio similares entre las naciones serán a su vez su destino si la fidelidad al pacto no moldea su conducta en la tierra que están recibiendo.
Lo cual nos lleva al tema de los celos de YHWH:
Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir al Señor, porque Él es Dios santo, Él es Dios celoso; Él no perdonará vuestra transgresión ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, Él se volverá y os hará daño, y os consumirá después de haberos hecho bien. Respondió el pueblo a Josué: No, sino que serviremos al Señor.
YHVH, en la narrativa bíblica, es una deidad muy exigente. Es celoso, lo que parece significar esencialmente que es intolerante cuando los afectos religiosos se inclinan hacia la diversidad y la experimentación. No espera que Israel encuentre su propio camino hacia el shalom en la tierra. Su intención es instruirlos. El historiador no vacía los cielos metafísicos de alternativas religiosas a YHVH. Simplemente advierte a su generación y a las futuras generaciones del Israel de YHVH que no les presten atención. No hay nada bueno al otro lado de la cortina metafísica.
Josué es un libro escandaloso. Uno confía en YHVH y lo lee con humildad. O bien, uno asume la igualdad básica de las diversas construcciones de la realidad y lo lee con horror. El historiador de Israel está terriblemente equivocado y es culpable de fomentar, a través de su historiografía juvenil, todo tipo de calamidades por parte de aquellos que se embriagan con la supuesta elección de YHVH. O bien ha rastreado patrones auténticos entre el polvo de la historia de una manera que arrastra la observación desapasionada al rincón donde las verdades históricas acumulan moho.