Podría decirse que Isaías muestra una visión más profunda de la experiencia de la mujer que la voz de cualquier otro autor de la Biblia hebrea. Hasta la extraña empatía de Jesús con las mujeres, especialmente las marginadas, no encontramos en la Biblia un toque empático similar a la capacidad de este profeta para hablar desde la metáfora femenina.
Grita de júbilo, oh estéril, la que no ha dado a luz; prorrumpe en gritos de júbilo y clama en alta voz, la que no ha estado de parto; porque son más los hijos de la desolada que los hijos de la casada —dice el Señor. Ensancha el lugar de tu tienda, extiende las cortinas de tus moradas, no escatimes; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas.
Isaías 54:1-2 (LBLA)
En nuestra época, hablar de una mujer en términos de su función con respecto a los hombres invita a la reprensión. De momento, leamos esta literatura antigua como lo que es, en lugar de imponerle las normas ‘obvias’ de la posmodernidad.
Ser una mujer sin hijos era encontrarse en un estado poco envidiable. Si esto nos parece inconcebible, es probable que estemos contemplando el mundo en compañía de una privilegiada y minúscula subsección de su pueblo. Isaías recurre sin disculparse a los tópicos de la falta de hijos/la esterilidad, el abandono/el divorcio, y la viudez/el duelo para insistir en la revolución que supondrá el regreso del exilio babilónico.
Los hijos que la Jerusalén personificada nunca tuvo llegarán ahora a raudales a través del límite de la propiedad, eufóricos y necesitados de un lugar donde dormir.
Será tal el número de ellos que la tienda de esta madre no sólo tendrá que ensancharse, sino también reforzarse. Isaías nos ofrece una reversión del profundo dolor de la falta de hijos, que va más allá de lo imaginable.
Sobre lo repentino de la redención en el libro de Isaías tendremos más que decir.
A medida que las metáforas líquidas fluyen de la esterilidad a la viudez y al abandono, la eliminación de la vergüenza pasa a primer plano. Es un fenómeno que debe leerse en relación con la forma en que el exilio de una nación antigua sirvió para arrancar cósmicamente de debajo de ese pueblo una alfombra que se había presumido inamovible. El exilio fue el fracaso de los gobernantes humanos y del dios o dioses de una nación. Supuso la pérdida total de la identidad y el orgullo nacionales. Ahora todo eso se ha solucionado.
Porque te extenderás hacia la derecha y hacia la izquierda; tu descendencia poseerá naciones, y poblarán ciudades desoladas. No temas, pues no serás avergonzada; ni te sientas humillada, pues no serás agraviada; sino que te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y del oprobio de tu viudez no te acordarás más. Porque tu esposo es tu Hacedor, el Señor de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor es el Santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra. Porque como a mujer abandonada y afligida de espíritu, te ha llamado el Señor, y como a esposa de la juventud que es repudiada—dice tu Dios.
Isaías 54:3-6 (LBLA)
La retórica del profeta surge ahora, casi intimidando al lenguaje para extraer de él todo su potencial repetitivo:
No serás avergonzada.
No serás agraviada.
Te olvidarás de la vergüenza de tu juventud.
Del oprobio de tu viudez no te acordarás más.
Las características de este oráculo que he subrayado llegan al corazón de la experiencia de Jerusalén como mujer personificada. El pasaje esboza también la experiencia de YHVH como esposo, padre, hacedor y redentor, pero esa consideración debe esperar a otro momento.
El exilio es la pérdida de todo menos del aliento y, con el tiempo, incluso de eso. Isaías, desde la experiencia de una mujer de su tiempo, imagina la redención de los cautivos como la súbita recuperación de prácticamente todo lo que importa.
La decepción, el dolor y la vergüenza de Sión desaparecen en un momento. Queda claro por qué el lenguaje del terrible pasado olvidado empieza a surgir de forma natural como una imagen habitual en el repertorio isaístico.
Sino que te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y del oprobio de tu viudez no te acordarás más.
Todo es nuevo, todo es ahora.
Con todos estos niños correteando, ¿quién tiene tiempo para pensar en el ayer?