Lleno de los vertiginosos detalles sobre la distribución de la tierra y el código legal, el Pentateuco puede representar un desafío abrumador para quienes aspiran a “leerlo todo”. Las secciones legales y de herencia en los “cinco libros de Moisés” rara vez figuran entre las páginas más consultadas de las Biblias en nuestros estantes o mesas de noche.
Para abordar este material, se necesita una lente interpretativa, un punto de vista que surja del propio texto y, al mismo tiempo, proporcione una perspectiva desde la cual considerar su intrincada red de detalles. La cohabitación divina con Israel es precisamente un motivo clarificador:
Y no contaminaréis la tierra en que habitáis, en medio de la cual yo moro, pues yo, el Señor, habito en medio de los hijos de Israel.
Así, el versículo final del capítulo 35 de Números enmarca y sella los preceptos que le preceden. YHVH está estableciendo los parámetros y fortaleciendo la estructura de una nación en la que ha decidido hacer su morada. No se ofrece razón alguna para esta extraña elección. De hecho, muchas de las explicaciones comunes son descartadas: Israel no atrae la compañía de YHVH por su grandeza, su santidad o por un instinto desarrollado de obediencia. Por el contrario, estas virtudes brillan por su ausencia.
Sin embargo, el Pentateuco afirma de manera inequívoca que YHVH ha escogido establecer su morada entre los hijos de Israel. Esta realidad exige una respuesta. Gran parte de la reacción esperada se materializa en forma de legislación casuística, un género que parece menos árido y más vivificante si lo entendemos como el medio por el cual esta cohabitación puede ser fructífera en lugar de letal para quienes la experimentan.
El acercamiento divino hacia los seres humanos casi siempre sigue este patrón: inesperado, lleno de gracia, imponente y ferozmente exigente.
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